Las otras secuelas de la Covid

El vía crucis de los artesanos de la Semana Santa

Sus oficios viven de los encargos de las hermandades y tras dos años sin ingresos, a los bordadores, tallistas y escultores no les llegan nuevos proyectos y muchos piensan ya en el cierre

Manolo Caballero, tallista y dorador: «Toda la familia trabajamos en el negocio y el 60% de los proyectos se han congelado»
Manolo Caballero, tallista y dorador: «Toda la familia trabajamos en el negocio y el 60% de los proyectos se han congelado»Kiko HurtadoLa Razón

La Semana Santa es fe y tradición. Cultura y pasión, pero también un negocio redondo. Las cifras que mueve esta celebración religiosa son de vértigo, tan solo en Sevilla, su Ayuntamiento fijó en 2019 (el último año que se pudo celebrar) un impacto económico de 400 millones de euros. Por eso, el parón originado por la pandemia ha dejado a la población no solo desolada por la ausencia de las procesiones y demás actos religiosos, sino también sumida en una ruina de la que no saben cómo podrán recuperarse.

Visitamos el epicentro de la cultura cofrade para reunirnos en la capital hispalense con artesanos bordadores, escultores, tallistas y doradores que se las ingenian para sobrevivir a un nuevo año sin ingresos ni encargos. Todos ellos forman parte de oficios muy especializados y que ahora podrían estar en riesgo de extinción. Ramón Martín lleva toda su vida trabajando como escultor a encargo de diferentes hermandades y nos recibe en su taller de El Viso de Alcor: «Ahora mismo está todo parado, no podemos hacer planes de nada sino seguir aguantando a ver si el año que viene entran nuevos proyectos. Yo tengo suerte de que el taller es mío y no tengo empleados, así que he podido subsistir con encargos que tenía desde antes de la pandemia. Eso sí, el trabajo ha caído hasta un 70%. En nuestro oficio trabajamos con mucho tiempo de antelación y eso es lo que hasta ahora nos ha salvado. Algunos compañeros sí que han tenido que cerrar porque acabaron los trabajos anteriores y no entraron nuevos. Yo he podido seguir gracias a que tenía tres piezas pendientes», asegura este joven de 35 años.

Ramón Martín, escultor: «Los encargos han caído un 70% y hay muchos talleres que se han visto obligados a cerrar»
Ramón Martín, escultor: «Los encargos han caído un 70% y hay muchos talleres que se han visto obligados a cerrar»CedidaLa Razón

Entre las piezas en las que trabaja en la actualidad están un conjunto escultórico para Elche y una figura de Palma de Mallorca. También tenía acordado algunos trabajos, por ejemplo, con La Borriquita de Madrid, «pero todo quedó en el aire. Los años anteriores podía estar trabajando con siete proyectos a la vez, ahora, como digo, estoy en tres. Eso sí, no pierdo la esperanza y confío en la palabra de las hermandades de que cuando todo vuelva a la normalidad se retome el volumen de trabajo de antaño. Hasta entonces no queda otra que apretarse el cinturón y vivir de los ahorros», relata Martín.

Manolo Caballero, tallista y dorador, no atraviesa una situación más alentadora. Él lleva desde los 13 años en este oficio «y ya tengo 58, así que imagínate, toda la vida y nunca nos hemos visto en una situación igual». Su negocio es familiar. Allí trabaja también su hermano y los hijos de ambos. «El problema es que esto es la pescadilla que se muerde la cola. Si las hermandades no tienen ingresos, nosotros no recibimos encargos. En condiciones normales, las hermandades reciben ayudas públicas, más luego el dinero de las cuotas de los hermanos, así como de las sillas de la carrera oficial. Si no hay Semana Santa no hay ni sillas, ni ayudas y muchos cofrades tampoco pueden contribuir con su cuota porque están pasando una mala situación económica. Eso repercute en que a nosotros tampoco nos llegan proyectos», detalla.

En su taller del barrio de San Jerónimo, en Sevilla capital, Caballero cuenta que él todavía tiene a personal en ERTE y que los que están trabajando se han reducido el sueldo para poder hacer frente a esta situación: «Lo estamos pasando bastante mal, no se ve el fin, incluso dudamos que para el año que viene haya Semana Santa. Además, en nuestro caso, todos los miembros de la familia dependemos de este negocio».

Sin cuotas, eventos ni ayudas

En este tiempo, en el taller de Manolo han realizado alguna restauración puntual, pero nada de proyectos nuevos. Ellos, que son los artífices de varias obras sacras como el paso de los Gitanos de Madrid, ahora esperan con ansia que el teléfono vuelva a sonar: «Estamos todo el día pegados a él, pero no suena. El 60% de los encargos que teníamos nos los han congelado. Nos comentan que cuando todo se reactive nos llamarán, pero siempre existe la duda. Así están las cosas de mal y eso que nosotros podemos decir que somos afortunados ya que trabajamos con unas 30 hermandades y aunque poco, algo de trabajo ha salido para ir tirando». En su negocio, en tiempos de bonanza movían al año alrededor de 200.000, ahora no llegan ni a los 80.000.

Inmaculada Jiménez, bordadora: «Las cofradías sí llaman para pedir presupuestos, pero luego los dejan en ‘‘stand by’’’»
Inmaculada Jiménez, bordadora: «Las cofradías sí llaman para pedir presupuestos, pero luego los dejan en ‘‘stand by’’’»Kiko HurtadoLa Razón

Inmaculada Jiménez, que trabaja como bordadora, también mira el futuro con escepticismo. Por suerte, a ella no le ha faltado faena, eso sí, de una manera más pausada a la que estaba acostumbrada. Además de dedicarse a esta minuciosa labor cargada de paciencia y buen ojo, es la hermana mayor de la Sagrada Entrada, lo cual le otorga una perspectiva global de la crisis de la Semana Santa: «Durante el estado de alarma se dejó de cobrar la cuota a los hermanos porque es una hermandad pequeña de unas 500 personas y sabíamos de buena mano que algunos estaban en paro, en ERTE o atravesando situaciones personales complicadas. La caridad de la hermandad está por encima de todo. Ahora, poco a poco se han ido reponiendo, pero la verdad que cuesta. Si a esto sumamos que no hay eventos para poder tener ingresos ni ayudas, como comprenderás no se pueden hacer encargos».

En este largo año, Inmaculada ha estado trabajado en lo que ya tenía firmado con anterioridad, «pero lo que tenía que entregarse en 2020, todavía está al 50%, y si el año que viene tampoco hay Semana Santa, puede que incluso quede pendiente para 2023». Reconoce que el suyo es un mundo «muy cerrado» y que cuesta mucho tiempo llegar al grado de especialización que ahora ella tiene. «Llegar a este punto es muy sacrificado, no todo el mundo quiere estar sentado en un bastidor 10 horas. Lo que me da miedo ahora es que costará mucho tiempo remontar, no conseguiremos volver a ser los que éramos en dos días. Aun así, nunca perderemos nuestra pasión por lo que hacemos», concluye.