Quinta ola
Las olas de calor propician los contagios
Las temperaturas disparadas disminuyen la efectividad del sistema inmunológico que nos protege de los virus. Y tampoco conviene tomar mucho el sol después de haber sido vacunados
Estamos acostumbrados a que sea en invierno cuando más atención se presta al sistema inmune. Los virus respiratorios, como el SARS-CoV-2, responsable de la covid-19, la gripe común o los virus del resfriado, sobreviven mejor en ambientes fríos y húmedos. Lógicamente en épocas de más frío pasamos más tiempo en el interior y la transmisión de ciertos virus aumenta debido al contacto más cercano que se produce en escuelas, oficinas, etcétera. Sin embargo, estas variaciones en la prevalencia de las enfermedades también se observan en animales que no comparten los comportamientos humanos de la época invernal, lo que lleva a pensar que también hay otros factores implicados que todavía no se conocen adecuadamente.
Pese a ello, deducir que las temperaturas altas o las olas de calor no afecten al sistema inmune es una conclusión errónea. De hecho, un estudio de la Universidad de Tokio confirma que también pueden reducir la respuesta inmunitaria del cuerpo a la gripe y, por extensión, al SARS. Para llegar a esta conclusión, los responsables de la investigación ubicaron a ratones en tres ambientes distintos: uno a 4º, otro a temperatura ambiente de 22º y un tercero grupo a temperaturas equivalentes a una ola de calor: 36º.
Todos los ratones fueron infectados con la gripe común y mientras el sistema inmune respondió de la forma habitual en los primeros dos ambientes, en el de las temperaturas más altas, la reacción no fue efectiva: el sistema no reconocía el virus adecuadamente… en cierto sentido era como si el calor hubiera empeñado nuestras defensas y no pudieran reconocer al virus.
Y cuando los científicos les dieron a los ratones glucosa (azúcar) o ácidos grasos de cadena corta, sustancias químicas producidas naturalmente por las bacterias intestinales, la respuesta mejoró notablemente. Lo que demuestra, primero, la importancia de una dieta adecuada como complemento de un sistema inmune fuerte y, segundo, el peso que tiene la flora intestinal en la respuesta ante enfermedades.
«El estrés térmico por calor» – explica Íñigo Uriarte Ruiz, responsable de biotecnología en Melio, una compañía especializada en análisis de sangre –, «aparece cuando el cuerpo no es capaz de deshacerse del exceso de calor, aumentando la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca. Estudios realizados en animales demuestran que este tipo de estrés puede repercutir en la capacidad del sistema inmunitario para combatir las infecciones y también a la hora de generar una respuesta eficaz a la vacunación. En este último aspecto, las vacunas se han convertido en un arma esencial en la sociedad para combatir muchas enfermedades, ahora especialmente la covid, por lo que si estos resultados en animales se extrapolan a seres humanos, podría indicar que es necesario evitar la exposición a altas temperaturas durante largos periodos de tiempo, en especial, después de la vacunación.
En invierno, el aire frío disminuye la movilidad de los cilios respiratorios, unas estructuras en forma de pequeños pelos presentes en gran parte de nuestro tracto respiratorio y que se encargan de arrastrar continuamente la mucosidad y los patógenos hacia la nariz, expulsándolos fuera del cuerpo. En verano, el aire acondicionado produce un efecto similar, siendo incluso aún más perjudicial cuando el cambio de temperatura se produce de manera brusca.
Pero también hay otro factores que afectan al sistema inmune y que son propios del verano. Uno de ellos es la dificultad para dormir. «La falta de sueño nos hace más vulnerables a los virus» –afirma Uriarte Ruiz–. Si las noches de verano son muy calurosas pueden dificultar la calidad del sueño y una función inmunitaria óptima requiere un sueño adecuado, ya que las personas que no tienen un sueño de calidad o que no duermen lo suficiente son más propensas a enfermar tras exponerse a un virus, como el del resfriado común». Y no digamos ya respecto a la covid.
Aún no se han dilucidado todos los mecanismos bioquímicos y fisiológicos por los que la privación del sueño afecta a la función inmunitaria. Algunos están relacionados con cambios en la producción de citoquinas (moléculas de señalización inmunitaria) y con cambios en las hormonas del ritmo circadiano.
«Tanto las citoquinas como las hormonas como el cortisol o la hormona del crecimiento afectan a la interacción entre las células presentadoras de antígenos y las células T helper, un proceso necesario para la formación de la memoria inmunológica –añade Uriarte Ruiz –. Además, la privación del sueño puede afectar a la adhesión de las células T a las células infectadas por virus debido a un aumento de la adrenalina y la noradrenalina».
Finalmente otro factor importante a tener en cuenta es la vitamina D. Entre otras fuentes, nuestro cuerpo produce vitamina D cuando nuestra piel se expone a la luz solar, pero debido al estilo de vida moderno (pasar demasiado tiempo en interiores y cubrir nuestra piel), la deficiencia de vitamina D es muy común incluso en países soleados como España. De hecho, numerosos estudios señalan que más del 50% de la población española tiene niveles deficientes de esta vitamina. Y unos niveles bajos pueden aumentar el riesgo de infección de enfermedades respiratorias (incluida la covid) y autoinmunes. Esto no significa que hay que abusar del sol, «bastan 30 minutos en las horas de la mañana o la tarde, las de menos riesgo, para lograr la cantidad de vitamina D necesaria», concluye Uriarte.
Así está claro que los virus no solo no desaparecen en verano, sino que nuestro sistema inmune puede tener vulnerabilidades que permitan que nos infectemos con las mismas consecuencias que en invierno.
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