Vida post-pandemia
¿Mascarillas para siempre?
Expertos se plantean si no estamos en la obligación casi moral de mantener la medida más exitosa de la pandemia, de manera estacional, para aplanar la curva de la gripe
La historia de la Medicina, la Biología, la Química y otras ciencias está repleta de momentos en los que, investigando para tratar de encontrar algo (una cura, un nuevo compuesto, una solución), se resolvió otra cosa sin pretenderlo. Quizás el descubrimiento fortuito más famoso en Medicina es el de la penicilina de Alexander Fleming en 1928. Fleming estaba cultivando la bacteria de Staphylococcus y, al regresar de unas vacaciones, notó que una de las placas de cultivos no tenía crecimiento bacteriano alrededor de una colonia de hongos que había comenzado a cultivar. Fleming hizo que los cultivos de este hongo, penicilina, estuvieran disponibles en todas partes. Y fue uno de sus antiguos alumnos quien lo utilizó por primera vez para tratar una infección bacteriana en 1930.
Pues bien, algo así ha pasado en estos dos años largos de pandemia. El coronavirus en sí puede haber jugado algún papel –la infección podría producir una respuesta inmune general que también conferiría protección contra la gripe–, pero la mayoría de los expertos coinciden en señalar que han sido los cambios de comportamiento adoptados para frenar la propagación del coronavirus (el uso de mascarillas, el distanciamiento, el aprendizaje remoto, el teletrabajo y la limitación de reuniones sociales en interiores) los que han «resuelto» la influenza y el resto de virus respiratorios. Al menos, durante una temporada.
Aunque estos virus son enemigos menos transmisibles a los que la población tiene una considerable inmunidad preexistente, no podemos olvidar que, solo en la temporada 2019-2020 (pre-pandemia), causaron la muerte de 3.900 personas en nuestro país y obligaron a ingresar en un hospital a casi treinta mil. Ante esta evidencia, ¿No parecería lógico que, teniendo la capacidad de resolver o al menos minimizar los efectos de la gripe, repitiéramos algunas de las cosas que hicimos bien?
Las opiniones son diversas y las respuestas complicadas, en cuanto que implican un esfuerzo común y duradero frente a algo que nunca se ha considerado una amenaza del calibre de la pandemia de covid. Pero, analizando medida por medida, se puede llegar a soluciones intermedias.
Empecemos por las mascarillas, las primeras en llegar y las últimas en irse en este episodio de nuestra historia. «En teoría, son una de las intervenciones más simples a las que aferrarse en tiempos de pandemia. Son la fruta madura porque, a diferencia de los cierres o las restricciones a las reuniones en interiores, no interrumpen nuestras rutinas diarias», señala la inmunóloga de la Universidad de Emory (Atlanta, Estados Unidos), Anice Lowen, a The Altantic. «En un mundo ideal, la gente la seguiría usando en espacios interiores abarrotados durante la temporada de gripe, si no todo el tiempo, al menos cuando los casos estén en alza. Si eso se convirtiera en la norma, veríamos enormes reducciones en los resfriados y las gripes. No hay duda», añade.
A juicio de Manuel Franco, epidemiólogo y profesor de la Universidad de Alcalá y de la Johns Hopkins (EE UU), se pueden hacer muchas cosas al respecto, pero, culturalmente, tenemos algunos frenos. «Como mínimo deberíamos estar mucho más convencidos de que la gripe no tiene gracia y de que es evitable y prevenible usando la mascarilla, la distancia y generalizando y aceptando el hecho de que la gente se quede en casa cuando está enferma, algo que culturalmente esta aceptado y es visto como una señal de civismo y respeto a los demás en algunos países, pero aquí no». Una posible vía, planteada por algunos expertos en Estados Unidos, es que los Centros para el Control de Enfermedades (CDC, en EE UU, ECDC, en Europa, o el CCAES, en España) emitieran recomendaciones sobre cuándo, cómo y dónde sería beneficioso el uso de mascarilla para evitar contagios. Algo que en Estados Unidos se ha intentado pero nunca se ha llevado a la práctica por «miedo» a la reacción de la población. Sin embargo, en España las mascarillas son una medida a la que desde el principio se ha logrado una gran adherencia. Muestra de ello es la cantidad de gente que las sigue llevando por la calle medio año después de que haya finalizado la obligación de hacerlo. Otro de los legados de la pandemia podría ser la «dignificación» del teletrabajo. «Ojala lo sea, yo confío en ello», señala Quique Bassat, pediatra, epidemiólogo, investigador y asesor del Gobierno en la vuelta al cole. «Durante estos meses las empresas deberían haber aprendido las ventajas de trabajar desde casa, de manera que, cuando uno tiene síntomas de gripe, le animaran a teletrabajar si está en condiciones de hacerlo. Eso evitaría en gran medida la propagación del virus», apunta.
Pero, sin duda, la herramienta clave para Bassat es la vacunación de los niños desde los seis meses y hasta los cinco años, y mayores de cinco años y adolescentes con patologías de riesgo. Una recomendación pionera que ha hecho la Asociación Española de Pediatría esta temporada. «Los bebés y los niños pequeños son muy eficientes transmitiendo la influenza y los virus respiratorios, vacunarles es un gran paso». El siguiente paso sería incluir la inmunización en el calendario vacunal, ya que ahora hay que pagarla.
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