Opinión
Lo perfecto es enemigo de lo bueno
Cuando Voltaire dijo aquello de «lo perfecto es enemigo de lo bueno» seguramente no sabía que con el paso de los años su frase adquiriría aún más sentido. En los tiempos de la medicina estética, la cirugía plástica y los likes de Instagram una chica pluscuamperfecta como Sara Gómez puede dejarse la vida en un quirófano, por querer sumar a una abdominoplastia una marcación abdominal y caer en las manos temerarias, más que de un médico, de un carnicero. La obsesión por la belleza y la perfección no solo lleva a mujeres (y cada vez a más hombres) de cierta edad a luchar contra el deterioro y la vejez sino que, además, cerca sobre todo a chicas jovencísimas, que se imaginan a sí mismas como cuando hacen uso de los mil y un filtros mágicos de las redes, y se aborrecen cuando la realidad les ofrece su verdadera imagen. Además del riesgo inmenso que supone meterse en un quirófano o, aunque en menor grado, lanzarse a rellenarse el rostro o el cuerpo con todo suerte de sustancias conocidas o desconocidas, lo más terrible es que la sensación de insatisfacción no acaba nunca. Ya hay niñas que a los veinte años, tras someterse a varias intervenciones quirúrgicas, de pecho, abdomen, piernas y hasta rostro y a no saber vivir sin pincharse botox y hialurónico buscan a diario más milagros que puedan acercarlas a la tan anhelada perfección. Entre ellos, el de cambiar sus vaginas para darles un aspecto más atractivo y excepcional. Como lo leen. Es una de las operaciones más demandadas por jóvenes recién salidas de la adolescencia que aún no han parido, ni tienen ningún tipo de molestia funcional, pero que consideran que su sexo no es lo suficientemente hermoso. Y eso que no tienen que enseñarlo en Instagram…
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