Historia
Esta es la terrible enfermedad que provocó la fabricación de las primeras cerillas
Tal día como hoy se vendió la primera caja de cerillas, un hecho sin precedentes que cambió la forma en la que vivimos. No obstante, su fabricación produjo unas espantosas consecuencias en los trabajadores de sus fábricas
Aunque hoy en día no seamos conscientes, los fósforos o cerillas dieron a las personas la capacidad sin precedentes de encender un fuego de manera rápida y eficiente, reduciendo considerablemente las horas dedicadas a intentar encenderlos utilizando medios más primitivos. Un avance que hoy, 7 de abril, cumple 195 años, ya que, en 1827 se vendió la primera caja de cerillas de fricción. No obstante, esta invención también creó un sufrimiento sin precedentes para los trabajadores que las fabricaban, ya que una de las sustancias utilizadas en algunas de estas primeras cerillas fue el fósforo blanco, una sustancia química utilizada en la producción armamentística que, por ejemplo, ha utilizado Rusia en sus ataques a Ucrania. La exposición prolongada le provocó a muchos de los trabajadores la temible enfermedad conocida como Fosfonecrosis o “Mandíbula falsa”. Un farmacéutico británico llamado John Walker fue el responsable de su invención, por accidente, en 1826, según expresa “Today in Science History”.
El farmacéutico se encontraba trabajando en una pasta experimental que podría usarse como un nuevo explosivo y, tras remover la mezcla de productos químicos que había en el platillo con un trozo de madera, observó que dicha mezcla se había secado adquiriendo forma de lágrima. Para quitarla, tuvo la “brillante” idea de rasparla contra el suelo haciendo presión, observando, para su sorpresa, como esta se encendía.
Según Andrew Haynes, periodista de “The Pharmaceutical Journal”, Walker produjo “una pasta inflamable hecha con sulfuro de antimonio, clorato de potasio y goma arábiga, en la que sumergió tiras de cartón cubiertas con azufre”. Comenzó a vender sus “luces de fricción” a los lugareños el 7 de abril de 1827 y rápidamente se convirtieron en un éxito. Walker nunca patentó su invento, escribió Haynes, en parte porque “la capa de azufre en llamas a veces se caía del palo, con el riesgo de dañar el suelo o la ropa del usuario”. No obstante y a pesar de los peligros, se le aconsejó que patentara las cerillas, escribe la “BBC”, “por lo que no está claro por qué no lo hizo”. Razón por la cual su invento fue copiado por Samuel Jones, un hombre que había asistido a muchas de las demostraciones de las cerillas de Walker, quien comenzó a vender sus “Lucifers” en 1829.
La experimentación con estos nuevos objetos produjo los primeros fósforos, que incluían fósforo blanco, una innovación que se extendió rápidamente. Había “cientos de fábricas repartidas por todo el país”, escribió Kristina Killgrove para “Mental Floss”. “Durante 12 a 16 horas al día, los trabajadores sumergieron la madera tratada en una mezcla de fósforo, luego la secaron y cortaron los palos”.
La terrible enfermedad
Al igual que en muchas otras ocupaciones en las fábricas británicas de los siglos XIX y XX, los trabajadores eran predominantemente mujeres y niños. “La mitad de los empleados en esta industria eran niños que ni siquiera habían llegado a la adolescencia. Mientras que trabajar largas horas en el interior de una fábrica estrecha y oscura ponía a estos niños en riesgo de contraer tuberculosis y raquitismo, la fabricación de fósforos presentaba un riesgo específico: la ‘mandíbula falsa’”, relató Killgrove. Esta terrible condición fue causada por la inhalación de vapores de fósforo blanco durante esas largas horas de trabajo en la fábrica. “Aproximadamente el 11% de las personas expuestas a los vapores de fósforo desarrollaron ‘fosfonecrosis’ alrededor de cinco años después de la exposición inicial”, escribió la periodista.
La condición hace que el hueso de la mandíbula muera y los dientes se deterioren, lo que resulta en un sufrimiento extremo y, a veces, en la pérdida de la mandíbula. Aunque esta afección estaba lejos de ser el único efecto secundario de la exposición prolongada al fósforo blanco, se convirtió en un símbolo visible del sufrimiento causado por los productos químicos industriales en las plantas de cerillas. Algo que captó la atención de los medios de comunicación de la época, que investigaban la difícil situación de los trabajadores de fósforos.
Un reportero londinense de “The Star” visitó a una víctima de la enfermedad que había trabajado en una fábrica de fósforos del Ejército de Salvación. La mujer, llamada Sra. Fleet, “reveló que había contraído la enfermedad después de trabajar cinco años en la empresa”, escribió el reportero, a lo que añadió: “Después de quejarse de dolor de dientes y mandíbula, la enviaron a casa, le extrajeron cuatro dientes, perdió parte del hueso de la mandíbula y sufrió el dolor insoportable de la enfermedad”. Tras ello, la despidieron de la compañía, a cambio de una indemnización que apenas suponía unos meses de sueldo. Aunque lo peor estaba por llegar, ya que no fue capaz de conseguir otro trabajo. Y es que ninguna compañía de cerillas la contrataría, ya que se asociaría la enfermedad con su fábrica y eso les haría quedar mal. “Los registros históricos a menudo comparan a las personas que padecen de fosforescencia de mandíbula con personas con lepra debido a su evidente desfiguración física y al estigma social de la afección”, relató Killgrove. Eventualmente, los fabricantes de cerillas dejaron de usar fósforo blanco y fue finalmente prohibido en 1910.
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