Cargando...

Muerte de Francisco

El adiós desbordado del pueblo a su Papa

A las nueve de la mañana de este miércoles arrancó el traslado del cuerpo sin vida de Francisco desde su residencia a la Basílica de San Pedro. El Vaticano se ve obligado a ampliar los horarios del velatorio del Pontífice ante la avalancha registrada el primer día

El eco enmudece. Tanto como el incienso envolvente que se pierde en la inmensidad. Tanto como la pequeñez que se cierne sobre cualquiera ante el baldaquino. Tanto como contemplar el féretro de aquel que hace apenas unos días atravesó esa nave central en silla de ruedas para dejarse abrazar por quienes ahora acuden en masa a despedirle.

El velatorio del Papa Francisco arrancó este miércoles y se extenderá hasta el viernes. Una marea constante de fieles, turistas, curiosos y todo tipo de etiquetas que se pueda adjudicar a quienes llegaron a esperar hasta cinco horas para acceder a la Basílica de San Pedro. Unos se persignaban. Otros inclinaban la cabeza. Algunos observaban con lágrimas en los ojos. Los más curiosos buscaban detalles en su rostro. Una marea que parece certificar que Jorge Mario Bergoglio, que falleció este lunes a los 88 años, era el Pontífice de la gente. Un Obispo de Roma a pie de calle. Quizá por eso, por deseo expreso, pidió ser enterrado con un ataúd y no con tres. Quizá por eso, por empeño porteño, exigió eliminar el catafalco que le habría dado altura para situarse a ras de suelo. Como siempre estuvo, lo mismo en el «subte» de Buenos Aires que en el comedor de la Residencia Santa Marta.

Ritmo creciente

La avalancha fue tal que la Santa Sede se plantea reprogramar los horarios de apertura de la capilla ardiente para que ni una sola persona se quede fuera. Más de 20.000 fieles solo desde las once de la mañana a las ocho de la tarde. Cumpliendo esa profecía del Pontífice argentino, que quería una Iglesia de puertas abiertas en la que hubiera sitio para «todos, todos, todos». Sin reservar el derecho de admisión.

Todo comenzó a las nueve en punto de la mañana en la capilla de Santa Marta, donde Francisco fue velado desde el lunes. En los bancos se entremezclaban algunos de los cardenales que ya van llegando a Roma para participar en el funeral del sábado. Con la puntualidad que siempre caracteriza a la Santa Sede y que también acompañaba al Sucesor de Pedro fallecido. Con la solemnidad que otorga el escenario vaticano, pero con la austeridad y sencillez que anhelaba Francisco.

El cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrell, esparció agua bendita sobre el féretro con los restos mortales y después leyó: «Con gran conmoción acompañamos los restos de nuestro querido Papa Francisco desde esta capilla a la basílica vaticana, donde ha ejercido su ministerio como obispo de la iglesia de Roma y apóstol de la iglesia universal».

Tras una breve celebración litúrgica, frente a la entrada de la Domus se situaban los penitenciarios (con la estola roja y una vela encendida en la mano) y los alabarderos de la Guardia Suiza, que caminaban junto al ataúd abierto del Papa. El grupo de fieles laicos se dispuso en cuatro filas frente al Palacio San Carlo. Después de la oración introductoria y la invitación del diácono «Procedamus in pace» desde la capilla de la residencia de Santa Marta comenzó la procesión. El féretro abierto del papa Francisco, fue llevado a hombros por los llamados «sediarios» pontificios –un grupo de laicos nombrados para esta función– y escoltado por la Guardia Suiza.

El cortejo recorrió la plaza de Santa Marta y la plaza de los protomártires Romanos y atravesó el Arco de las Campanas hasta salir a la plaza de San Pedro y entró en la basílica Vaticana por la puerta central. El féretro estaba precedido por los cardenales presentes en Roma mientras que cerraban la procesión las personas que más cerca estuvieron del pontífice, sus secretarios y sus asistentes.

Tras recorrer cerca de 300 metros, el cuerpo sin vida de Jorge Mario Bergoglio llegó a la Basílica de San Pedro y fue colocado ante el Altar de la Confesión. Antes de abrir la puerta a los fieles, una breve celebración de la Palabra, en torno a las diez de la mañana, que incluía unas letanías para invocar a todos esos santos queridos por Francisco, desde san Ignacio de Loyola a santa Teresa de Lisieux, que intercedan por el alma del Pontífice.

Los colaboradores y ayudantes que acompañaron cada día al Papa fueron los primeros en dar el último adiós antes de que San Pedro fuese invadida por los fieles. Ahí estaban los tres secretarios de Francisco: los argentinos Juan Cruz Villalón y Manuel Pellizzon y el italiano Fabio Salerno. Junto a ellos estaban los laicos que siempre estuvieron cerca del Papa, como el enfermero Massimiliano Strappetti y los llamados «mayordomos» del Papa: Piergiorgio Zanetti y Daniele Cherubini, que en realidad son las personas que le ayudan en sus tareas personales. Cuando Francisco llegó a Roma, el Papa conoció a Zanetti un exgendarme conocido por su discreción y se quedó con él hasta el final de los días. Daniele Cherubini se convirtió en mayordomo del Papa en 2024, en sustitución del veterano Sandrone Mariotti.

El silencio que se vivió desde primera hora de la mañana en la basílica no se rompería después, aun cuando el gentío se multiplicaba. Ni parece que vaya a quebrarse en los dos días de capilla ardiente que quedan por delante hasta que el cardenal camarlengo presida mañana a las ocho de la tarde el rito del cierre del féretro.

Tanto en esta ceremonia, como en el sepelio, estarán presentes también el decano del colegio cardenalicio Giovanni Battista Re, así como otros seis cardenales, entre ellos el presbítero Roger Michael Mahony, el protodiácono Dominique Mamberti y el arcipreste de la Basílica Mauro Gambetti. Asimismo, el secretario de Estado Pietro Parolin, el vicario general de Roma Baldassare Reina y el limosnero del Papa Konrad Krajewski, junto a varios arzobispos y los secretarios de Francisco.

Eso sí, todavía no hay indicaciones sobre la ruta del traslado del féretro del Papa desde la Basílica de San Pedro a Santa María la Mayor, que tendrá lugar el sábado después del funeral.

«Estamos esperando instrucciones de la Jefatura de Policía», informó ayer el portavoz de la Santa Sede, Matteo Bruni.

El cuerpo será depositado entre la Capilla Paulina, donde se encuentra el icono de la Madonna Salus Populi Romani, y la Capilla Sforza. El cardenal camarlengo presidirá el rito de la sepultura, encomendando al Pontífice a la misericordia del Padre. Después de colocar los sellos, se procederá a poner el ataúd en la tumba.

Tras el entierro, arrancará lo que se conoce como las Novendiales (del latín «novem diem», nueve días), el periodo tradicional de nueve días de luto que siguen a la muerte de un Papa, y que terminarán el próximo 4 de mayo, según confirmó ayer la Santa Sede. Una vez superado este periodo, podrá convocarse el cónclave para elegir un sucesor, en un plazo que no puede superar los 20 días desde la muerte del papa, por lo que su inicio se prevé entre el 5 y el 10 de mayo.

«La fecha del cónclave», remarcó el portavoz vaticano, «no es todavía una cuestión inmediata: mientras tanto está el funeral, luego veremos». Ya son un total de 103 cardenales ya han llegado a Roma para participar en todos estos actos. Actualmente hay 252 purpurados, pero solo 133 pueden entrar en la Capilla Sixtina al tener menos de 80 años.