Sudáfrica

El homo Naledi nace con polémica

Revuelo mundial por la presentación de nuestro nuevo antepasado de 1,5 metros y 50 kilos

El vicepresidente de Sudáfrica Cyril Ramaphosa besa la reconstrucción del Homo naledi
El vicepresidente de Sudáfrica Cyril Ramaphosa besa la reconstrucción del Homo naledilarazon

Todo paleontólogo sueña con el hallazgo definitivo, el fragmento de hueso que pueda revolucionar nuestra idea de la evolución humana. Cualquier científico que se dedique al estudio de los orígenes de la humanidad ha fantaseado con la idea de definir una nueva especie, ponerle nombre, hallar quizás la pieza definitiva que explique realmente cómo llegamos a ser lo que hoy somos: homo sapiens del siglo XXI. Y si esa nueva especie es la primera, la más antigua, la más extraña... mejor que mejor. La paleontología mundial anda ahora preguntándose si ése es el caso del hallazgo anunciado ayer por un grupo de 60 investigadores internacionales: los restos de la que podría ser una especie de hominino hasta hoy desconocida, cercana a los Australopitecus, quizás el ancestro común más antiguo de todo el género Homo.

A juzgar por el entusiasmo de los científicos que anunciaron ayer el hallazgo, la noticia es suficientemente revolucionaria. El antropólogo Lee Berger, de la Universidad de Witwatersrand en Suráfrica, compareció ante sus colegas para declarar ufano: «Tengo el placer de presentarles a una nueva especie de antepasado humano. La hemos llamado Homo naledi». Naledi significa «estrella» en la lengua local sesotho, de Suráfrica. Y la estrella no se hizo esperar: en cuestión de minutos aparecía en los medios de comunicación de medio planeta.

La definIción de Homo naledi se ha hecho oficial en dos artículos publicados también ayer en la revista «eLife» y se basa en el análisis de 1.500 restos fósiles que constituyen el mayor catálogo de evidencias de una modalidad de hominino encontrado en un solo yacimiento en toda la historia de la paleontología en África y, después de Atapuerca, uno de los más grandes en todo el mundo.

Con estos datos se ha podido establecer que este nuevo homo medía cerca de 1,5 metros y pesaba unos 50 kilos. Su cerebro aún no estaba muy desarrollado y apenas tenía unos 500 centímetros cúbicos (algo más de un tercio de nuestro cerebro actual). Pero presenta rasgos que denotan un estado especial de evolución. Por ejemplo, tenía un cuerpo estilizado, andaba erguido y sus dientes eran relativamente más pequeños que los de algunas especies anteriores a los Homo. Los pies, aplanados, se parecen más a los de un humano moderno que a los de un Australopitecus y las manos presentan ya la peculiaridad humana del pulgar oponible.

Pero el torso parece típicamente australopitecino, con esa peculiar forma cónica del tórax de la vieja Lucy, tan alejada del torso más cilíndrico de los humanos actuales. Es esta mezcla de caracteres, a medio camino entre Australopitecus y Homo, el punto fuerte de la investigación y, a su vez, su gran debilidad.

La intersección de características suele ser una clave para entender el lugar que ocupa una especie en la historia de la evolución. Atendiendo a su aspecto físico, este nuevo ser debe encontrarse precisamente en algún lugar intermedio entre el Australopitecus afarensis y el primer Homo conocido (H. habilis). Lo demuestra por ejemplo su estructura torácica arcaica, junto con una pose erguida moderna o sus pies de corte evolucionado que, sin embargo, conservan una curvatura en los dedos típica de las especies que trepaban a los árboles.

Pero los restos del H. naledi, que pudieron pertenecer a 15 individuos diferentes, carecen de otro modo fiable de datación. Han aparecido aislados, en una cueva donde no hay restos de otros animales o plantas que puedan ayudar a poner fecha al yacimiento. Ése es precisamente el punto más débil que muchos expertos han querido destacar del nuevo hallazgo. ¿Cómo podemos estar seguros de que realmente aquellos seres habitaron la Tierra hace unos dos millones de años, tal como proponen sus descubridores?

Si fue así, el H. naledi sería una pieza largamente buscada de nuestro árbol genealógico, el punto de conexión entre el A. aferensis (que se sabe que es el ancestro común de todos los Homo) y los humanos modernos. Pero ¿y si realmente estos fósiles no tienen dos millones de años? ¿Y si tienen solo unos cuantos cientos de miles?

En ese caso, el hallazgo tampoco carecería de importancia, porque demostraría que diferentes tipos de humanos antiguos convivieron en África durante un largo periodo de tiempo, aunque nos ayudaría a comprender el origen de algunos comportamientos complejos que hoy pensamos que son muy recientes.

En cualquiera de los casos, el descubrimiento resulta fascinante. Parece que la comunidad científica ha acordado que se trata de una nueva especie, lo cual no es poco decir. Calificarlo como Homo y situarlo en el tiempo antes que cualquier otro Homo es harina de otro costal. Eso, sin duda, va a generar un profundo debate.

¿Por qué están aquí?

Una de las cuestiones más sorprendentes derivadas de este descubrimiento es, precisamente, su localización. ¿Qué hacían cientos de restos de hominino tan bien conservados en una sola cavidad tan reducida e inaccesible? No se han descubierto restos de otras especies animales. No parece haber evidencia de que aquellos individuos hubiesen sido depositados por depredadores. No hay rastros de un accidente masivo, un hundimiento del techo de la cueva o una riada. Según sus descubridores, la gruta no tenía otro acceso.