América

Sevilla

El loco Aguirre y el Dorado

Klaus Kinski encarnó al Loco Aguirre en la película de Werner Herzog. En la imagen, el director y el actor durante el rodaje
Klaus Kinski encarnó al Loco Aguirre en la película de Werner Herzog. En la imagen, el director y el actor durante el rodajelarazon

En 1559, el virrey del Perú organizó una expedición al corazón del río Amazonas. El objetivo de la misma era ya de por sí legendario: encontrar el fabuloso territorio de El Dorado, donde se contaba que el oro, la plata y las piedras preciosas abundaban como los granos de arena en la orilla del mar. Muchos militares y aventureros se unieron antes a esa enloquecida odisea que acabaría de forma trágica. Hoy, casi cinco siglos después, todavía se la recuerda con verdadero espanto. La descabellada empresa estaba al mando del capitán Pedro de Ursúa, un noble navarro de gran ambición. Sin embargo, el privilegio de pasar a la historia estaba reservado a un personaje de más baja alcurnia: a un simple soldado que formaba parte de la expedición, de nombre Lope de Aguirre. Había nacido hacia 1515 en el valle de Araoz del Señorío de Oñate, perteneciente entonces al Reino de Castilla, e integrado hoy en la provincia de Guipúzcoa. Como hijo segundón de una familia de hidalgos, Aguirre tuvo que viajar a Sevilla en busca de fortuna. Y desde allí se embarcó enseguida hacia el Nuevo Mundo. Llegó al Perú asolado por las guerras civiles entre los propios conquistadores. Con veintiún años y un talante pendenciero como pocos, se alistó en uno de los bandos combatientes. Al principio de su estancia en el antiguo país de los incas luchó contra múltiples enemigos: indios, negros o blancos. Le daba igual quiénes fueran, con tal de que le pagasen por su trabajo. También había abierto caminos en la selva a machetazos y trepado por los Andes hasta faltarle el aliento. Pero de lo que realmente estaba cansado era de seguir siendo un don nadie. Así que colgó las armas y se fue a Potosí, una ciudad expandida a la sombra de una enorme montaña de plata que constituía la principal fuente de riqueza del Imperio ultramarino español. Él buscaba también un beneficio de aquella inmensa riqueza. Pero el destino aciago quiso que topase con un juez observante de la ley que ordenó arrestarle por maltratar a un indígena, sentenciándole finalmente a ser azotado en público. El feroz vascongado resultó herido así en su talón de Aquiles: su incontrolable amor propio. Juró desquitarse de semejante afrenta. Y aguardó con paciencia de entomólogo la hora de cobrarse la venganza en frío, cuando el magistrado concluyó su mandato. Con tenacidad admirable, siguió sus pasos durante tres años y cuatro meses, recorriendo más de seis mil kilómetros del virreinato andino. Hasta que llegó la hora de consumar su desquite en la biblioteca de una mansión de Cuzco. Fue condenado a muerte por ese crimen, pero logró escapar. Meses después, se le perdonó la pena capital a cambio de que sirviese de nuevo como carne de cañón en otra guerra. Harto ya de dar tantos tumbos, se enroló finalmente en la expedición a El Dorado con la esperanza de alcanzar una nueva vida junto a su hija adolescente Elvira. Pero todo fueron obstáculos desde el principio. Empezando por el calor sofocante que ponía al rojo vivo las armaduras metálicas bajo un sol infernal. Y entre tanto, la anhelada tierra de El Dorado no aparecía ni por asomo. Aguirre acabó convencido de que aquel paraíso no era más que un espejismo en su perturbado cerebro, donde se fraguó un plan demencial. Debía abandonar cuanto antes aquellas tierras vírgenes. Poco a poco, disuadió al resto de la tropa, tras asesinar al obcecado capitán Ursúa, que insistía en seguir adelante.

Caudillo del terror

Convertido en el nuevo caudillo de los expedicionarios, se proclamó la ira de Dios. Aguirre gobernó por medio del terror. Por eso mismo fue motejado como «Lope, el Tirano» o «Lope, el Loco». Emprendió una travesía alucinante que le llevó a la desembocadura del Amazonas y al Caribe. Desembarcó en la isla Margarita y ejecutó a sangre fría a las autoridades españolas. Luego, envió una carta al rey Felipe II declarándose en rebeldía. Su descabellado plan consistía en reconquistar el Perú, arrebatándoselo a la Corona de España para que lo gobernasen los más desposeídos. Solo había dos posibilidades: o triunfaba en el intento, o sucumbiría en él. Y sucumbió... Sorprendido durante una emboscada en Venezuela, en 1561, murió a arcabuzazo limpio. Decapitado por sus verdugos, su cuerpo fue descuartizado y los restos diseminados por los cuatro puntos cardinales para borrar la memoria del traidor.