Entrevista

«La dignidad de la mujer es sagrada, el perdón es justicia»

Antonia López, superiora de la Provincia Europa-África de las Adoratrices, estuvo al frente del «mea culpa» que los religiosos españoles entonaron el pasado lunes ante las mujeres de los reformatorios franquistas con titularidad eclesial

Antonia López, superiora de la Provincia Europa-África de las Adoratrices
Antonia López, superiora de la Provincia Europa-África de las AdoratricesJesús G. FeriaLa Razón

Apenas habían pasado unos minutos del desconcierto generado en el auditorio y a Antonia López se la percibía tranquila. No perdió la paz ni en ese momento, ni después. No se la percibe dolida ni defraudada porque alguien le increpara desde la platea cuando puso voz al manifiesto con el que el pasado lunes la Conferencia Española de Religiosos (Confer) pedía perdón a las internadas en los centros de titularidad eclesial vinculados al Patronato de Protección a la Mujer. Este organismo público se puso en marcha en 1941 y perduró hasta 1985 con una red de reformatorios que fueron escenario de todo tipo de vejaciones a quienes se consideraba «inmorales»: madres solteras, lesbianas, simplemente rebeldes… Las adoratrices estaban al frente de algunas casas. Por ello, el gobierno provincial para la región Europa-África no solo se sabía responsable de un examen de conciencia sobre lo sucedido.

¿Cómo vivió el lunes?

Yo personalmente no lo vivo como un ataque. Entendemos que todo proceso de sanación y de reconciliación es muy lento, que se necesita tiempo, porque son muchos años silenciados, de rabia. Comprendemos la reacción generada, con toda serenidad, de respeto hacia la persona, de salvaguardar su dignidad, en un proceso de integración personal. Enmarcamos lo que pasó desde ahí. Nuestro sentir es el que manifestó en ese momento el presidente de la Confer, Jesús Díaz Sariego, que valoraba como valiente y positivo el acto, a pesar de lo que sucedió. Comentó que no se sentía traicionado por la organización, sino que entendía que era una expresión necesaria para manifestar su indignación.

El evento llevaba un año preparándose, pero ustedes llevan algo más en este camino…

Nosotras iniciamos en 2020 el proceso de conocer nuestro pasado con relación a nuestra colaboración con el Patronato de Protección a la Mujer para esclarecer los hechos. Nos empezamos a dar cuenta de que necesitábamos ese análisis crítico a raíz de lo que sucedía cuando recibíamos algún reconocimiento por nuestro trabajo en defensa de los derechos humanos. Enseguida surgía algún comentario en que se nos vinculaba al patronato. Entonces fuimos realmente conscientes y dimos un paso al frente para buscar la verdad. Buceamos en los archivos con todos los medios que teníamos, lo que nos permitió obtener muchísima información, pero no la suficiente, por lo que nuestra investigación se amplió, porque verdaderamente queríamos abordarla bajo dos criterios: objetividad y justicia. Hasta ese momento en el que nosotras iniciamos ese proceso de estudio de nuestra historia, tanto desde el punto de vista documental como sondeando a nuestras hermanas mayores, la constancia que teníamos era de muchos testimonios de mujeres que habían tenido una experiencia positiva en nuestras casas. Nuestro empeño y compromiso ha sido y es escuchar a aquellas personas que habían pasado por nuestros centros y que les había supuesto sufrimiento, porque para esas mujeres habían sido un espacio de represión. Para nosotras es un deber de justicia hacia estas mujeres el hecho de pedir perdón y abrazar su dolor. En la medida en la que nos lo han permitido los expedientes y la información recopilada sobre los motivos por los que entraban o salían les hemos aportado los datos que estaban en nuestra mano. Pero en muchos casos no tenemos tantos registros como se pudiera creer, porque parte de los expedientes estaban en manos del patronato.

¿Ha podido hablar de tú a tú con las víctimas?

Sí. Hemos propiciado encuentros y confío en que haya más. De hecho, el otro día en el auditorio se acercaron algunas mujeres que necesitaban un diálogo sereno, expresarse, compartir. Cuando me he sentado a hablar con ellas, ha sido sanador para todas y nos ha llevado a comprometernos más con ellas y con su realidad. Es más, les he confesado personalmente: «Habéis sido una universidad de humanidad para mí».

El «mea culpa» ¿es punto final?

Ni mucho menos. Más bien sería un punto intermedio dentro de ese proceso que como congregación hemos abierto, no solo de mirar atrás y acompañar a estas mujeres. Tenemos que seguir profundizando y los canales de escucha continúan abiertos. Estamos implantando un proyecto que, en términos coloquiales, podría denominarse de buen trato, un sistema de protección interna con los trabajadores y las mujeres que forman parte de nuestros proyectos.

¿Cómo se lleva tener que rendir cuentas de un pasado en el que usted no fue parte?

A mí me duele que todo eso sucediera, al escuchar su dolor, sus heridas y lo que ellas cuentan que vivieron. Me pongo en su piel… Nunca tendría que haber pasado, aun cuando hacemos una lectura desde el hoy hacia un contexto histórico con otros parámetros. Más aún cuando lo analizamos desde algunos pilares de nuestro carisma, como el hecho de que nosotras siempre respetamos la libertad y la voluntariedad de todas las mujeres que participan en nuestros proyectos de estar en los centros.

Hoy las adoratrices están a la vanguardia en la defensa de la mujer vulnerada. …

Para nosotras, la dignidad de toda persona y de toda mujer es sagrada y eso es lo que nos mueve. Si por la tarde entonábamos ese perdón sincero, por la mañana como presidenta de la Fundación Amaranta participaba en la entrega de un premio del Banco Santander, presidida por la Reina, a uno de nuestros proyectos en Togo, perteneciente al área de cooperación de nuestra fundación Amaranta, centrado en la promoción de derechos fundamentales en mujeres y niñas vulnerables, víctimas de trata y otras violencias. Ahí es donde estamos y somos, desde el carisma que nos ha legado santa María Micaela.