Cambio de hora

El ingeniero que quiso desafiar el cambio de hora y aguantó tres días

Luis estaba harto de tener que modificar los relojes dos veces al año y someter sus «ritmos vitales» a nuevos horarios. Hasta que dijo «basta» y comenzó a vivir a contracorriente. Disfrutó al cruzarse con caras nuevas en el metro y encontrar siempre mesa en los restaurantes, hasta que un día llegó una hora tarde a una reunión.

Luis Fabres, de 41 años, tuvo que desactivar todas las actualizaciones de sus dispositivos digitales y programar sus encuentros a través del cronómetro. «Me decían que estaba loco», reconoce
Luis Fabres, de 41 años, tuvo que desactivar todas las actualizaciones de sus dispositivos digitales y programar sus encuentros a través del cronómetro. «Me decían que estaba loco», reconocelarazon

Luis estaba harto de tener que modificar los relojes dos veces al año y someter sus «ritmos vitales» a nuevos horarios. Hasta que dijo «basta» y comenzó a vivir a contracorriente. Disfrutó al cruzarse con caras nuevas en el metro y encontrar siempre mesa en los restaurantes, hasta que un día llegó una hora tarde a una reunión.

No se considera un «friki» ni un revolucionario, aunque por su «hazaña» bien podría considerársele parte de alguno de estos gremios. Luis Fabres, de 41, harto de cambiar la hora dos veces al año, de tener que mover las manecillas de sus relojes y de que la hora más o menos de turno también le repercutiera a nivel anímico y profesional, decidió hacer lo que muchas personas han soñado alguna vez: mantener fijas las agujas del reloj. Es decir, vivir por delante o por detrás (según la estación) del resto de la humanidad que hoy ha vuelto a retrasar su vida sesenta minutos, llevar su propio «tempo» ajeno a los dictados de la globalización. Una apuesta arriesgada por la que tuvo que enfrentarse a las miradas atónitas de quienes le rodean. Los más sutiles le tildaron de loco. Este ingeniero electrónico chileno prefiere llamarlo su «pequeña rebelión». «Desde que tengo uso de razón, nos hemos vuelto locos con el tema del cambio de hora. En mi trabajo suponía muchos quebraderos de cabeza porque hay que mantener sistemas de control industrial y algunos necesitan parches si no se cambian de manera automática. Surgían muchos problemas. En el plano personal, me parecía un desafío, sabía que no sería sencillo, pero quería experimentar la sensación de estar ''desfasado'' en la hora», apunta este padre de familia. Luis comulga con las políticas de uso eficiente de la energía y defiende que exista un compromiso a nivel gubernamental en todos los países respecto a este asunto. Sin embargo, duda de que el cambio de horario sirva de manera efectiva para implementar un ahorro energético. «Es cierto que amanece antes, pero también anochece más temprano. No sé realmente cuál es el ahorro. En resumen, desde el punto de vista energético hay un aporte positivo, aunque creo que no lo suficiente para justificar el cambio de horario», asevera.

Así que con todo ese argumentario a la espalda decidió ir por libre y detener su reloj. Era marzo y lo suyo habría sido adelantarlo una hora. Tomada la decisión y a punto de que el horario de invierno (en el que acabamos de entrar) diera sus últimos coletazos, se puso manos a la obra.

En primer lugar, tuvo que desactivar de todos sus dispositivos el cambio automático. «Aunque parezca una tontería, esta fue una de las tareas más complicadas porque todos los aparatos electrónicos tienen la opción de desactivación oculta. Digamos que fue mi primer acto de esta pequeña rebelión. Mira, estamos en un mundo donde hay pocas estancias para ser rebelde, así que hay que aprovecharlas», insiste entre risas.

Las primeras dudas que surgen cuando Luis habla de su «desafío al tiempo» es cómo se organizó para acudir al trabajo, para recoger a sus dos hijas o para quedar con sus amigos. «Fue sencillo, yo seguía mi hora al margen de la sociedad. Si tenía alguna cita lo que hacía era activar el temporizador de mi teléfono móvil. Es decir, si había quedado para tomar algo con amigos a las seis de la tarde (que en mi reloj eran las siete) se programaba el tiempo de descuento para llegar puntual a la cita. «Era una labor extra pero me merecía la pena», afirma. En cuanto al trabajo, él contaba con ventaja, ya que en su puesto no hay un horario fijo y son flexibles con las entradas y salidas, así que ahí no tuvo ningún problema... hasta que sí lo hubo. Pero Luis, que nos atiende desde su casa de Quillota, a 100 Km de Santiago de Chile, prefiere dejar este asunto para el final de nuestra conversación. Donde el ingeniero hace más hincapié para mostrar el lado positivo de su odisea es en la sensación de «ir por libre»: «La masa de gente iba por un sitio y yo por otro. Era fascinante. Luego, por ejemplo, te encuentras con gente nueva en el metro. Ya no ves cada día las mismas caras y además vas más cómodo porque no están llenos los vagones. Conoces a personas nuevas, fue gratificante. Otra de las ventajas es a la hora del almuerzo, no tienes que esperar para conseguir una mesa y hay espacio suficiente». Así transcurrieron sus dos primeros días de aventura. «Puede que a algunos les parezca que una hora es algo sutil y sin importancia, pero para otros supone un cambio brusco en sus horarios biológicos», argumenta.

citas con temporizador

En estas 48 horas tuvo que asumir comentarios negativos de algunas personas. «Los compañeros en el trabajo me miraban raro, me decían que si me había dormido o que si no había cambiado la hora. Cuando les decía que precisamente era eso realmente lo que ocurría y que era consciente de ello, se quedaban asombrados. Me dijeron que si me creía Don Quijote luchando contra los molinos, que esta lucha que había emprendido era una tontería. Puede que lo fuera, pero yo me sentía bien y seguí adelante porque a fuerza de gestos como estos es como se cambian las cosas que no están bien», defiende el chileno.

En casa, su esposa Alejandra se mantuvo al margen de las locuras de su cónyuge. Luis era el único que «se manejaba» con sus horarios. «No utilizo relojes analógicos, solo me fío de mi móvil y mi ordenador, así que no había problemas a la hora de configurar el despertador y esas cosas», apunta. El resto de «elementos» temporales los ignoraba, «miraba los relojes de pared y decía: ''mira, ellos están en otra dimensión''», ríe. Eso sí, para recoger a sus dos hijas del colegio se tuvo que «someter» al imperio de la ley. No había más remedio». Para ello tenía localizada una cuenta de Twitter que siempre da la hora exacta del lugar en el que te encuentras. Sus hijas se reían de él, saben que su padre es una persona divertida y pensaban que ésta era una más de sus bromas.

Y así, tratando de navegar con el viento en contra, llegó el fatídico tercer día de su revolución. El día en que tuvo que recular tras una «metedura de pata importante», reconoce. «Me había llegado una convocatoria para una importante reunión de trabajo por email y yo acepté. De manera inmediata se instaló en el Outlook de todos mis dispositivos, pero la invitación venía por defecto con la hora oficial y no me di cuenta de cambiarlo. Como no uso nada analógico, me fié de los ajustes previos que había hecho en todas las aplicaciones, pero el programa de gestión de correos y calendario debió de hacerse un lío. Así que, cuando saltó la notificación, me preparé y fui para la reunión. Abrí la puerta del despacho con fuerza, confiado, y me percaté de que algo no iba bien», lamenta. Todas las miradas se posaron en él. Se hizo el silencio y se sintió, por primera vez, como «un bicho raro que la había fastidiado». «Llevaban ya una hora reunidos y habían tratado temas importantes, los cuales me perdí. Es verdad que no pasó a mayores, pero la conversación con mi superior fue un aviso. Me dijo el jefe que cómo se me ocurría hacer estas cosas en los tiempos que corren. Así que tuve que recular y volver a ajustar todos mis dispositivos a la hora de la ''masa''. Ahí se acabó mi experiencia», explica. «Me pudieron poner al día de lo ocurrido en la reunión, pero imagínate que hubiera sido una cita con proveedores de diferentes partes del mundo y yo no hubiera llegado. Habría sido tremendo», reconoce. Luis asegura que ésta será una anécdota más para contar a sus nietos y para hacer su último alegato en favor de arriesgar y no ir al ritmo «mainstream». Además, asevera que hacen falta «más personas para poder ganar esta batalla».

Pero, aunque él no haya encontrado otros que hayan hecho lo que él, hay algunos tímidos que lo han intentado, o, al menos, se siguen rebelando contra el cambio de hora. Así lo reconoce Adela, que explica a LA RAZÓN que aunque odia profundamente ajustarse a los nuevos horarios, «no me queda más remedio que seguir las normas». Y es que, según el último estudio de Ipsos realizado sobre este asunto, 7 de cada 10 españoles son contrarios al cambio de hora, siendo los gallegos y los vascos los que más se resisten a mover las manillas del reloj. Por su parte, catalanes y andaluces son los más partidarios de modificarlo. En cuestión de edades, los jóvenes son los que más apoyan seguir cambiándolo dos veces al año, y los mayores de 60, los que más pegas ponen. Tanto ellos como Luis y Paloma pronto verán cómo su sueño se hace realidad, ya que el próximo cambio de hora es posible que se convierta en el último. Será el día en el que entonces busquen otra batalla, otro desafío. Tiempo al tiempo.