Algeciras

El Puerto de Algeciras, la gran ciudad de contenedores sin ley

Ha multiplicado su actividad comercial en los últimos años mientras que la vigilancia ha descendido a la mitad por la falta de efectivos. Un escenario perfecto para los narcos

Un agente inspecciona el contenedor de un camión/Jesús G. Feria
Un agente inspecciona el contenedor de un camión/Jesús G. Ferialarazon

Ha multiplicado su actividad comercial en los últimos años mientras que la vigilancia ha descendido a la mitad por la falta de efectivos. Un escenario perfecto para los narcos.

5,5 millones de viajeros al año, un millón de vehículos y, sobre todo, el volumen de mercancías: 4.800.000 contenedores al año, lo que se traduce en 98.118.121 toneladas. Las desorbitadas cifras hablan solas: el puerto de Algeciras, con sus 350 hectáreas de extensión, es una ciudad en sí misma, con sus carreteras, sus semáforos, sus párkings y hasta sus costumbres. No es sólo el mayor puerto marítimo de España con Valencia por volumen de mercancías, sino de los cuatro mayores de Europa.

Por supuesto, la mayor parte de esas mercancías son legales, pero la Guardia Civil no oculta que Algeciras es la principal entrada en Europa de cocaína. Aunque también de hachís y de productos falsificados. ¿Por qué? Además de su estratégica situación geográfica, colar mercancía ilegal se ha hecho más sencillo a medida que la actividad comercial del puerto ha ido creciendo a pasos agigantados en los últimos años y la crisis económica ha ido haciendo mella. Las ofertas de empleo público se han ido reduciendo y eso se traduce en menor seguridad. Es decir, menos agentes vigilando unido a muchos más viajeros, vehículos y contenedores a inspeccionar.

«El problema no es sólo que entre droga, es que no se puede garantizar la seguridad en general. No hay gente ni medios suficientes para ver todo lo que entra. Desde «arriba» lo saben, pero no hacen nada», reconoce un teniente de la Guardia Civil del puerto. No exagera. Con las cifras que hemos visto de nivel de movimiento parece de broma que ayer, por ejemplo, sólo hubiera nueve agentes para el control de viajeros y vehículos. «Si tengo cinco puntos a cubrir y sólo tengo dos dedos, por muchas virguerías que haga, no llegamos», explica. Este otro ejemplo también es preocupante: en 100 kilómetros de costa, desde Cabo Trafalgar hasta Málaga, hay una o dos patrullas en el agua. A eso se une que las embarcaciones (gomas) que llevan los transportistas de hachís pueden alcanzar los 60 nudos (120 km/h.) y van con cinco motores de 200 caballos, mientras que las de los agentes tienen menos potencia.

Aunque no es su principal problema, es cierto que a través de vehículos y viajeros entra mucho hachís. Desde principios de año se han aprehendido 902,96 kilos, muy por debajo de las cifras de años anteriores. Sobre todo la meten «boleros» (viajeros que lo introducen en el organismo y cuyas detenciones han aumentado) o conductores que lo traen en el vehículo: sin complicarse mucho (en la guantera y el salpicadero, como hizo el conductor de un Mercedes ML anteayer) o un poco más sofisticado, en furgonetas caleteadas, como la Volkswagen Crafter con matrícula de Bulgaria interceptada hace dos días con 17 kilos de hachís ocultos. Los remaches y los puntos de soldadura de la carrocería no coincidían y olía a recién pintado: los agentes, con muchos “kilómetros” a sus espaldas en estos menesteres, lo vieron claro.

En el puerto también se interviene mucho tabaco de contrabando (a 15 de mayo, ya iban 24.680 cajetillas) pero, como el hachís, las incautaciones han descendido. Son cifras inversamente proporcionales a las del pueblo vecino, donde ha aumentado. «Si por aquí no entra es porque lo pasan por La Línea». El municipio vecino se lleva la palma en hachís y los responsables policiales aseguran que antes de los duros golpes al narcotráfico que están consiguiendo dar en la zona del Campo de Gibraltar, llegaban a entrar por La Línea 15 o 20.000 kilos de polen. Cada día.

Pero el principal problema del puerto es la cocaína. Las toneladas que pueden entrar al año a través de los contenedores son incalculables. Sólo se sabe que puede ser el triple que hace unos cuatro años. Los agentes hacen estas estimaciones por las cantidades intervenidas últimamente, históricas. La última de Algeciras, de la Policía Nacional, batió récords: 9 toneladas ocultas en plátanos. En diciembre, la Guardia Civil había encontrado 6 toneladas. «No es normal. Antes se podían coger dos, cuatro toneladas y era una buena operación. Si los narcos meten seis, diez toneladas de una vez es porque está seguros que llegan», explica un experto en Estupefacientes.

Desde la Unidad de Análisis de Riesgo (UAR) de la Guardia Civil y Vigilancia Aduanera del puerto se encargan de analizar las empresas que hacen transacciones sospechosas para establecer un filtro en la investigación con mes y medio de antelación. Muchas veces, lo que ocurre despista a los investigadores. «Es habitual que investiguemos empresas pequeñas que se han abierto hace poco y con el mínimo capital exigible: 3.000 euros. Se nota que las han creado para hacer una operación ilegal pero en la última «gorda», la de 6 toneladas, se trataba de una empresa grande... Nunca sabes», reconoce un responsable de la UAR. «Si abrimos un contenedores porque sabemos que va algo».

Cámaras para el «gancho ciego»

Pero contra lo que no puede luchar la Guardia Civil es contra la compra de trabajadores del puerto por parte de los narcos. Hay varios métodos de alijar la cocaína en contenedores. Uno de ellos es el llamado «gancho ciego». Consiste en colocar un par de mochilas de 25-30 kilos dentro de un contenedor «legal», de un empresario que haya importado la mercancía que sea. Para darle salida hay mucha gente corrupta. El primero, el que lo ha colocado en el puerto de origen (con bastante frecuencia el de Turbo, Colombia). Aquí, donde el kilo de coca ya ha multiplicado su valor de 2.200 a 34.000 simplemente por llegar a España, necesitan a un trabajador externo al puerto que llega en un camión. Él sabe dónde van a colocar el contenedor y a qué altura para poder trepar hasta él. Casualmente suelen estar en segunda altura (de seis) para que no tenga que escalar mucho y en calles de vigilancia pobre. Y si lo colocan siempre ahí es porque «alguien» encargado de tal menester sabe qué contenedor tiene que ir justo ahí.

Así, sabiendo el lugar, acceden al mismo habiéndose colado al puerto en un camión que generalmente llega para descargar mercancía. En estas calles hay 700 cámaras, pero no entre las filas de contenedores, lo suficientemente estrechas para que el trabajador pueda abrir (abren hacia dentro) y saque la coca. Se vuelven a subir al camión y, como es un vehículo que ya ha soltado carga y sale vacío (en teoría) apenas se le pide ningún papel. No es el único método. Los grandes cargamentos vienen con la connivencia de la empresa que realiza la transacción y suelen ser muchos más kilos. Éstas salen en camiones que van a «Mercamadrid» pero suelen hacer parada en polígonos de otras zonas para descargar la cocaína.

Los investigadores se quejan también de la corrupción de los estibadores. «Son gente que gana mucho dinero y aún así participan de esto», aseguran. El perfil es el de un hombre de «unos 30-35 años con buen coche, buen móvil, chándal de 200 euros que le gusta tomar copas a 25 euros en Puerto Banús».