La opinión de Paloma Pedrero

La extraña violencia

Hay que igualarse por lo bueno de cada sexo, nunca por lo detestable. Y la violencia es siempre repugnante

Ambiente en las calles del centro de Madrid abarrotadas de gente caminado por las aceras de las zonas comerciales.
Ambiente en las calles del centro de Madrid abarrotadas de gente caminado por las aceras de las zonas comerciales.Alberto R. RoldánLa Razón

Ayer fui con una amiga a tomar el aperitivo a una pequeña marisquería abarrotada por la calidad y el buen precio de sus manjares. Nos abrimos paso como pudimos e intentamos apostarnos en un hueco de la barra. Una mujer que guardaba vigilante dos banquetas y un buen trozo de mostrador nos espetó: está ocupado, busquen otro sitio. Ya, le contestamos, pero es que no hay otro sitio, ¿podrías intentar que cupiésemos todos? No cabemos, grito, sálganse a la calle hasta que quede sitio o váyanse a la mierda. La mujer lo dijo sin gritar, con una violencia racional, dañina. Cuando mi amiga quiso contestarla, la malencarada la cortó con un: cállese señora, y mírese al espejo, menuda cara de amargada. El «señora» lo dijo con intención de ofender, de llamarla vieja, en una palabra, que hoy en día con el edadismo campante ser una señora nada tiene que ver con ser la dama de antes.

Hoy el tonillo de esa palabra puede tener mucha inquina. Yo observaba a la mujer malencarada y me preguntaba qué hiel le manaría por el cerebro para comportarse así en una situación lleno de vino y delicias. Me preguntaba, cómo sería trabajando, si tendría subordinados, cómo viviría el marido esas formas de ella. Cuando salió entre el roce profuso de los comensales empujó a mi amiga, esta se revolvió y la más joven, que no se sentía señora, le dijo: «Te espero en la calle». Yo no daba crédito y preferí reírme. Te acaba de tirar un guante, ahora estará afilando el florete, le dije a mi amiga. Nos reímos, pero nos quedamos tocadas, porque la violencia en la mujer, en una mujer de apariencia normal es tremendamente antiestética. Porque, aunque nosotras también somos presas de ese mal no lo llevamos a esos términos físicos, a esa demostración de hombría extraña. ¡Qué lejos del feminismo están estas actitudes! Hay que igualarse por lo bueno de cada sexo, nunca por lo detestable. Y la violencia es siempre repugnante.