Opinión

Hacer puerta en Roma como si fuera Cantora

El porcentaje de toparte con un silencio condenatorio y una mirada que taladra el cerebelo es más alto que intentar borrar de tu mente el estribillo de «Esa diva»

El cardenal indonesio Ignatius Suharyo Hardjoatmodjo responde a las preguntas de los periodistas
El cardenal indonesio Ignatius Suharyo Hardjoatmodjo responde a las preguntas de los periodistasFABIO FRUSTACIAgencia EFE

Hacer puerta es una rama de periodismo especializado que no se estudia en la facultad. Simplemente se ejerce cuando toca. Y se sobrevive con dignidad como buenamente se puede. Toca hacer guardia lo mismo en la Audiencia Nacional desde una valla para intentar recoger con un micro las migajas que deja caer un ministro imputado que en la estación del AVE para que Anabel Pantoja te desaire como solo sabe hacerlo alguien que ha pisado Cantora. El porcentaje de toparte con un silencio condenatorio y una mirada que taladra el cerebelo es más alto que intentar borrar de tu mente el estribillo de «Esa diva».

Se hace guardia bajo la lluvia o con un sol de los que abrasan. Eso sí, nunca para llegar a sufrir quemaduras de tercer grado. Porque ya se encarga alguien con más callo que ti de velar por tu piel con una cremita, unas gafas prestadas o una gorra. Y esos alguienes en mi caso siempre fueron y han sido Carmen Rigalt, Carmen Duerto y Carmen Rosa. Madrinas lo mismo en un «photocall» asfáltico de cartón pluma que en el Real Club Náutico de Palma, con o sin eméritos. Me enseñaron a esperar con paciencia monacal y saber cuándo y cómo lanzarse para rascar algo.

Ayer, la puerta junto al Palacio del Santo Oficio, sede de lo que fue la Inquisición, no fue espacio para hacer puerta. Lo que hace una semana era una alfombra púrpura de candidatos al Papado se convirtió en un tsunami de cámaras, alcachofas y móviles que avasallaban a cualquier sotana que todavía se atrevía a adentrarse por ese acceso al Aula Nueva del Sínodo. Sí, porque muy pocos purpurados se atrevieron a optar por esta vía y prefirieron dar un rodeo largo que les permitiera huir de algo más que presión periodística.

«¡Es una vergüenza!», se lamenta una vaticanista española a prueba de batallas eclesiales. No la tomen por exquisita. Es una de las currantas, reportera asfáltica acostumbrada a moverse por Roma, pero que en estos días se ha visto sobrepasada porque ve cómo se abalanzaban sobre hombres octogenarios como si se tratara de Paris Hilton cada vez que estrena partener. Me recuerda cómo, en el cónclave del que salió elegido Francisco, el propio Bergoglio llegaba a pie a las reuniones sin que apenas le interrumpiera alguien con una grabadora o que algún fiel le pidiera una bendición a aquel hombre que llegó con la ropa justa para soportar el cónclave y volverse a Buenos Aires.

Y mientras termina de contármelo, un policía intenta frenar que un periodista se pase literalmente de la raya y escolta a uno de los cardenales que busca hacerse paso. Otros son capaces de llegar solos a su destino, como el cardenal timorense Virgilio do Carmo da Silva. El arzobispo de Dili respondió con humor a la petición de dar un listado de sus favoritos: «Todavía no, quizás a partir de mañana...». Al entrar en el Vaticano, añadió: «Estamos escuchando las situaciones que llegan de todas partes de la Iglesia en el mundo». «Esperemos y veremos», dejó caer el nuncio en Damasco, Mario Zenari , ante quienes buscaban robarle unas palabras.