Sociedad enferma (II)

¿Humano? No tan humano

Estamos tirando por la borda todo el conocimiento filosófico y teológico aprendido

La tecnología acabará convirtiéndonos en autómatas, en unos robots guiados por algoritmos
La tecnología acabará convirtiéndonos en autómatas, en unos robots guiados por algoritmoslarazonLa Razón

La civilización actual, que en gran parte es global, especialmente la occidental por haber sido su motor principal, carece de esa necesaria armonía de conocimientos: material e inmaterial. Se ha avanzado mucho en conocimiento científico. Y está muy bien. Pero, a su vez, hay una preocupante carencia de lo humano; cuya carencia nos hace más materialistas, egocéntricos, depresivos y seres solitarios. Hemos logrado un gran avance en salud y herramientas, pero hemos perdido calidad humana. La vida trascendental y existencial apenas unos cuantos la estudian, y muy pocos la aplican. Y se nos olvida que no todo es ciencia y técnica.

A falta de un conocimiento trascendental, el ser humano no es capaz de asimilar tanto avance en ciencia y tecnología. Se colapsa, y se entrega al mundo de los sentidos, a medida que se aleja del mundo real y de lo intangible. Basta con ver en qué sectores se encuentra hoy el éxito y la riqueza. Las fortunas millonarias atrapan a los ignorantes, y éstos arrasan con el conocimiento. Y, sin conocimiento, otra vez vuelve la oligarquía feudal de unos pocos, y ahora, unos menos sobre otros muchos más.

El conflicto

Una sociedad sin referentes ni valores humanos está condenada al relativismo; que, a su vez, aboca al egocentrismo materialista, y desaparece como tal. Ya no será una sociedad, sino una dispersión de individuos egocéntricos y solitarios. No habrá ni tribu, ni familia, ni solidaridad, sino un individualismo antropológi­camente proscrito por antinatural. Si no reequilibramos el conocimiento huma­nístico con el conocimiento técnico, la tecnología acabará convirtiéndonos en au­tómatas; en unos robots guiados por unos algoritmos. Una autarquía ideológica y tecnológica sin posibilidad de evolucionar como seres humanos. Perderemos el verdadero sentido del ser humano; ergo, la extinción de la humanidad. Estamos tirando por la borda todo el conocimiento filosófico y teológico aprendido du­rante siglos; lo que nos hizo civilizados, humanísticamente hablando.

Postergado el conocimiento de lo humano, la civilización se encuentra encerrada en su cuerpo meramente sensorial. Es mayoritariamente hedonista y ególatra. Y en ello ha tenido mucho que ver la publicidad con sus slogans breves y enlatados de «tú te mereces todo lo que desees», de los que no han sido ajenos algunos políticos de reciente tendencia con el «yo te lo soluciono todo», en lugar de «es­fuérzate por el bien de los demás, y así lograrás el verdadero sentido de tu vida».

Mucho «mamá Estado», y nada de «qué puedo hacer yo por mi país» (J.F. Kennedy). Y en democracia, todo derecho conlleva una obligación. Si sólo hay derechos, hay despotismo democrático, y si sólo hay libertad, hay caos (Tocqueville).

Los filósofos también han contribuido en parte a esa confusión. «Quitemos la piedra de la angustia que genera la ignorancia, y pongamos la piedra de la an­gustia que genera el conocimiento». Probablemente en eso consiste la filosofía: en no tener límites para obtener conocimiento sobre lo divino y lo humano, y replantearse una y otra vez cuestiones ya asentadas o asumidas. Pero resulta ago­tador, porque el conocimiento no tiene límites, y es inabarcable para la razón hu­mana. Esa constante búsqueda de sabiduría alienta y anima al buen filósofo para alcanzarla. Pero el conflicto surge cuando no hay un consenso entre los filósofos para fijar un principio o un fin de la razón del ser humano. Nunca se han puesto de acuerdo sobre cuál es el punto común de partida; o, lo que es lo mismo, cuál es la raíz sobre la cual todo fluye y todo cabe.

Alegan los filósofos que sería cercenar nuevos conocimientos. Sin embargo, al no haber un referente de sabiduría, el conocimiento se dispersa, la gente se con­funde y se pierde, y acaba por ignorar todo conocimiento intangible. Si pregun­tamos, pocos recordarán a algún filósofo, y menos aún su pensamiento. Y otros incluso ignorarán para qué sirve la filosofía.

Esa falta de referencia de lo intangible, y más en una cultura materialista como la actual, hace que la mayoría se desentienda de la filosofía. Lo mismo sucede con la teología; el otro conocimiento intangible. Y es muy grave, pues la filosofía y la religión son la base del sentido de la vida; de un buen entendimiento humanís­tico; de la ética y de la moral, que nos hizo distintos al resto de animales.

La vida no es absurda, como afirma Camús en el Mito de Sísifo. Ni su piedra es el símbolo de la vana lucha del ser humano por alcanzar la sabiduría (Welcker). Al contrario, si se logra el consenso sobre cuál es la cúspide de la sabiduría no habrá piedras ni obstáculos para el progreso, ni tampoco para una vida plena. Y para ello tengo una propuesta.