Marta Robles

Javier Urra: «La sanción es parte de la educación»

Presenta su nuevo libro, «¿Quién es quién?», sobre nuestra manera de vernos a nosotros mismos

Javier Urra / Foto: Gonzalo Pérez
Javier Urra / Foto: Gonzalo Pérezlarazon

Presenta su nuevo libro, «¿Quién es quién?», sobre nuestra manera de vernos a nosotros mismos.

Javier Urra es nuestro psicólogo de cabecera. El que nos desvela los misterios de nuestros hijos desde hace 30 años, a través de artículos, programas de televisión y radio y libros y más libros –ha publicado cincuenta y tres– y es quien cuida de ellos desde la Fiscalía. La prolífica obra de quien fuera el primer Defensor del Menor de nuestro país es tan extraordinaria como sorprendente. Él lo explica así: «Ayudo a la gente, pero no pierdo el tiempo. Y además duermo poco. Soy de esas personas que lleva la lucecita encendida en el avión». Se conoce, está claro. Y también a los demás. A veces mejor que ellos mismos.

–Su nuevo libro se titula «¿Quién es quién?» (Aguilar). ¿No sabemos cómo somos o no somos como creemos ni como imaginan que somos?

–Cuando una persona se mira en un espejo cree reconocerse, pero no es verdad. Uno se ve en los ojos de los otros. Ortega y Gasset nos dijo que vivir es crearse un personaje. Todo ser bueno se crea un personaje y con eso se maneja por la vida.

–¿Pero ese personaje viene marcado por cómo es cada uno desde que nace?

–Con el temperamento se nace. Los educadores decían que la educación lo puede todo, pero no es verdad. El temperamento no se cambia. El carácter es el yo y las circunstancias, depende de dónde vivas y con quién vivas. Y luego tenemos la personalidad, que sí se puede ir modificando con la voluntad y con el tiempo. Pero si uno nace pesimista, se puede cambiar algo, pero siempre será pesimista.

–¿Es más importante conocerse a uno mismo o conocer a los demás?

–Está muy bien porque es el frontispicio de Delfos: «Conócete a ti mismo». Pero es verdad que al final hay gente que se mira demasiado al ombligo y creo que la vida hemos venido a vivirla, a compartirla, a debatirla y a disfrutarla. No existe el ser humano como yo, es junto a otros. Y esto es muy importante. Por lo tanto, no creo que conocerse a sí mismo sea tumbarse en un diván a hablar de la infancia hipotética, sino a construir el presente y el futuro.

–¿Los hijos podrán construir el presente y el futuro con esa sobreprotección de los padres de la que habla en «Déjale crecer»? ¿Por qué los sobreprotegemos tanto?

–Primero, porque tenemos pocos hijos. En la época de Galdos se tenían cuatro y se moría uno y se entendía como algo ordinario porque había muchas enfermedades y pandemias que hoy en gran medida están vencidas. En cambio, los niños ahora tienen desde aburrimiento a sobredosis de pantallitas, se enganchan a la ludopatía y están afectados de depresión, aunque no estén diagnosticados. Los padres quieren hacerlo muy bien y ganarse el cariño de los niños a costa incluso de dejarse chantajear. Piensan que así el niño siempre será feliz. Pero eso no es posible porque habrá momentos de deslealtad, de disgusto, de pérdidas... Además, creo que ahora hay mucho de postureo, de demostrar a otros padres que la cosa se hace bien. Y lo que hay que hacer es disfrutar de los hijos y decirles que tienen derechos, pero no más que los padres o los abuelos.

–¿Esa sobreprotección les genera muchos problemas?

–Desde luego. Por ejemplo, si a un chico nunca se le ha dicho que no, cuando tenga 17 años y una chica le diga que no, ¿lo va a aceptar? La sobreprotección tiene a veces resultados muy nefastos.

–¿Somos nosotros quienes a veces los convertimos en pequeños dictadores, en personas que no resisten la frustración?

–Claro. Para que una persona adulta sea libre de niño ha tenido que ser dependiente. El niño no puede hacer siempre lo que quiere. Es clave que acepte la frustración, porque luego muchas veces uno se plantea una cosa y no funciona. Y hay que adaptarse. Si eres muy exigente la sociedad te sancionará y te volverá una persona energúmena o contra ti mismo. Por eso hay que decir no y diferir las gratificaciones y que la cosa no sea «si haces esto te doy esto en el acto». Porque luego, si la vida te abofetea, entonces caes en manos del alcohol u otras drogas porque buscas salidas, no las encuentras y eliges atajos.

–¿Los hijos repiten los comportamientos de los padres?

–Sí, porque se educa mucho con el ejemplo. La herencia es importante, pero el resto lo ponen la educación, las pautas. Con los años, además, los padres educamos a los hijos de manera bastante parecida a como nos educaron a nosotros y hasta acabamos caminando todos de forma parecida. Hay mucho de simbiosis porque los padres también recibimos de los hijos; ellos también nos educan.

–¿Los menores de nuestros días necesitan más defensa y protección ahora que cuando usted era defensor del menor?

–Dejé de ser defensor del menor hace 18 años, en 2001, y han cambiado cosas. Entonces, por ejemplo, la ludopatía no era un tema candente. El de la violencia filo parental asomaba –yo ya avisé–, pero no era tan preocupante como ahora. Y luego siempre ha habido abusadores sexuales, agresores sexuales, violadores, jóvenes también, pero lo que no había era por grupúsculos de poder, de excitación mutua, de lo que hemos llamado la manada.

–¿Eso tiene que ver con el consumo precoz de pornografía?

–Creo que esa es la causa principal, la banalización. Pero también está el confundir amar con querer o incluso con poseer. Hay mucho de dominación y un sentido de consumidor. El consumidor siempre lleva razón, entonces en vez de ser un ciudadano soy un consumidor. A mi esa «titi» me apetece, estoy con los colegas y nos reímos un rato. Todo eso sumado a la percepción de que no había una sanción muy seria, facilitaba que existieran esos grupos. Creo que la sentencia del Tribunal Supremo en relación a la manada ha cambiado la percepción y eso también es importante, porque la protección está en educar por un lado y en sancionar por otro. La sanción, siempre lo he dicho, es parte de la educación.