Biografía
Javier Urra: «Me preocupa ver a menores de siete años con ansiedad»
El ex Defensor del Menor «se desnuda» ante Jimena Bañuelos en «Pasión por la Psicología» y desvela su lado más íntimo profesional y personal
El «flechazo» entre Javier Urra (Estella, Navarra, en 1957) y Jimena Bañuelos tuvo lugar hace 18 años. Fue durante la Feria del Libro de Madrid. El mismo lugar en el que este año han presentado juntos la biografía, «Pasión por la Psicología» (Dykinson), que esta periodista ha escrito sobre él. «En aquel encuentro inicial me contó que había superado una leucemia. Hablamos mucho tiempo y conectamos. Desde aquel momento estuvimos en contacto. Nunca lo hemos perdido. A veces venía a escuchar alguna conferencia mía, o cuando presentaba un libro… Cuando cumplí los 67 años consideré que era el momento de empezar una biografía. Pero ojo, no una biografía de Javier Urra, sino un libro sobre el amor y la pasión por la psicología», explica.
Empezó entonces a pensar quién podría escribirlo y Jimena fue la primera persona que se le pasó por la cabeza. «Quería a alguien que me conociese bien y que no escribiese al dictado», dice. Ella aceptó el reto al instante. «Quedábamos los sábados y los domingos durante dos meses a tomar café en un sitio que se llama El Horno, en Madrid. Empezamos hablando de mi niñez, la adolescencia, los campamentos, la mili… y a partir de ahí arrancamos el libro», cuenta la periodista.
Pero no ha sido la única que ha elaborado esta biografía, sino que Urra, siempre atento a lo que se mueve entre la juventud, incorporó al equipo a Ainara, una alumna del máster de Psicología General Sanitaria que el experto imparte. Ella ha sido la encargada, con 22 años, de poner los títulos al libro, centrados todos ellos en un enfoque psicológico. «Confío mucho en la gente joven», apuntala Urra.
Y así comienza esta historia en la que, a través de las páginas, se dibuja a una de las figuras más relevante del panorama español de las últimas décadas. Y es que Urra ha ido abriendo camino en el estudio psicológico de la infancia. Incluso, fue el primer Defensor del Menor en nuestro país.
«Mi pasión por la psicología comenzó cuando era muy pequeño. Soy hijo único, y cuando tenía siete años, me mandaron a campamentos para espabilarme. A los 18 ya era jefe de campamento. Allí empecé a pensar en la psicología centrado en los niños con necesidades especiales. Luego estudié Pedagogía Terapéutica. Monté un centro de educación especial en Villalba. Después me presenté a oposiciones del Ministerio de Justicia y trabajé con personas que han cometido delitos muy graves. Con los que son más complejos. He trabajado en Fiscalía 35 años», dice a modo de resumen de toda una vida plagada de éxitos y cariño por parte de los que le rodean y quienes han trabajado con él. Nunca escucharán una crítica a su gestión.
Dice que «la vida es apasionante, aunque también dura». De hecho, cuenta que hace poco, en una tertulia, «conocí a una madre que perdió a su hijo en un accidente de tráfico. Su cara era de un dolor insondable. Y eso no se borra. Es también parte de la vida». Pero ante la adversidad, Urra se viene arriba. Busca soluciones. Escucha y acompaña. Como un torbellino, eso sí.
Sí al chirimiri, no al pollo
Todavía recuerda el primer caso al que tuvo que enfrentarse. «Fue brutal, un joven había apuñalado 17 veces a un guardia jurado. Luego descubrí que tenía una relación incestuosa gravísima con su madre. Lo vi con mis propios ojos. Jimena y yo decidimos incluir casos como ese en el libro. También quería meter artículos sobre violencia de género, prevención del suicidio, etc., pero el editor de Dykinson me dijo que el libro ya estaba terminado y que se añadiría a través de un QR que se facilita en el interior».
Otro de los casos que marcaron su carrera fue el de Klara García. «Durísimo», reconoce. «Dos chicas la asesinaron por venganza y yo las he seguido después: una vive en Reino Unido, otra en España. Una tiene hijos. Están integradas. Esa es la parte esperanzadora. Muchos no reinciden», apuntala.
En 1996 fue nombrado Defensor del Menor, una etapa «apasionante» pero que se saldó con un infarto de miocardio y tres stent. «Aun así, si volvieran a ofrecerme ocupar de nuevo el cargo lo haría aunque fuera a costa de otro infarto».
Fueron cinco años intensos. Trabajaba 20 horas al día «y eso el cuerpo lo nota». Sobre su balance y anécdotas de aquella época relata que vivió dos grandes conflictos. Uno con la Iglesia católica («y soy una persona religiosa», matiza). Todo ocurrió cuando realizó el primer estudio en España sobre adopción por homosexuales. «Entramos en 27 hogares, en Madrid y en Andalucía, de la mano del Colegio Oficial de Psicología y del área de maternidad. Pero la jerarquía eclesiástica no lo entendió. Lo hicimos también junto a Cogam, una asociación Lgtbiq+, y los resultados fueron claros: no había ningún trauma en los niños criados por parejas homosexuales. Curiosamente, después se molestaron conmigo porque dije que habría que hacer un seguimiento a lo largo de los años. Lo entendieron mal, y así me gané enemigos tanto en la Iglesia como entre los colectivos homosexuales. Pero volvería a hacer ese estudio, porque fue serio y riguroso».
Quebraderos de cabeza
El segundo «tema delicado» que le produjo algún que otro quebradero de cabeza fue con los toros. «Unas mujeres me aseguraban que sus hijos habían desarrollado fobia tras ver una corrida. Así que pedí colaboración a catedráticos de Salamanca, La Coruña y a psiquiatras, entre ellos al hermano de Isabel San Sebastián. Les solicite pruebas, tests, grabaciones… Queríamos entender qué pasa con los toros y la infancia». Lo que hallaron en su estudio fue que los niños no lo ven como algo violento, «pero el ataque de los taurinos fue brutal, creían que era un ataque a España, incluso lo asociaban con Cataluña. Y luego, los antitaurinos también protestaron. Pero la verdad es que en esos cinco años me ayudaron mucho la prensa y la ciudadanía. Salvo esos dos momentos muy duros, fue todo un lujo y siempre en favor de la infancia».
Pero más allá de su brillante y apasionante carrera profesional, Bañuelos también ha indagado en su lado más personal: «Más íntimo es el último, donde se muestra al Javier más humano, en su refugio, en Alcolea del Pinar (Guadalajara). Aunque es muy sociable, también necesita momentos de soledad y reflexión». Entre los aspectos más llamativos de su vida privada, su biógrafa destaca que le resultó curioso que no coma pollo (tampoco lo hacía su padre ni ahora su hijo), que le encanta el chirimiri, conducir, y que duerme muy poco, apenas cuatro horas.
Durante la entrevista, no podemos dejar pasar el preguntar a Urra sobre cómo ve a la infancia actual, él que tanto la ha analizado, estudiado y comprendido. «Muchos niños están sobreprotegidos. Hay menores con ansiedad a los siete años y eso me preocupa. Parece que todos tienen que tener un diagnóstico y eso también me preocupa. Yo defiendo que los niños corran, jueguen, salgan con sus abuelos, vayan de campamento. Que no estén todo el día frente a una pantalla. No tengo nada contra la tecnología, pero hace falta calidad y calidez». Dice que no le preocupan las pantallas, «pero sí quién hace uso de ellas». De hecho, en sus clases no hay ni una. Es más, de los 86 libros que ha escrito a lo largo de su carrera, no hay ni uno escrito a ordenador. «El primero es este, mi biografía, y porque lo ha escrito Jimena», sentencia con una sonrisa.