
Audiencia en el Vaticano
León XIV, jefe de Estado: más multilateralidad y no al rearme
El Papa norteamericano se estrena ante los embajadores como un «migrante»

Aunque la «puesta de largo» ante la Iglesia universal de León XIV tendrá lugar este domingo con la misa de inicio de pontificado en la que recibirá el palio y el anillo del Pescador, ayer ya comenzó a ejercer como jefe del Estado más pequeño del mundo, pero no por ello el más insignificante en lo que a geopolítica se refiere. La Sala Clementina del Palacio Apostólico fue el escenario en la mañana de ayer de la audiencia en la que el Papa Robert Prevost se presentó ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.
Uno a uno, saludó a todos los embajadores presentes, entre los que se encontraba la española Isabel Celaá. Además, estuvo respaldado por quienes, en términos civiles, serían el primer ministro vaticano y los ministros de Exteriores y de Interior: el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin; el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher, y el sustituto de la Secretaría de Estado, Edgar Peña Parra.
Ante ellos, León XIV comenzó a aterrizar algunas de las líneas de actuación de acuerdo a su compromiso personal de trabajar en favor de una paz real y concreta en los diferentes conflictos abiertos en el planeta, tal y como manifestó en la Logia de las Bendiciones nada más ser elegido, con su llamada de teléfono al presidente Volodimir Zelenski el pasado lunes y su implicación para «negociar» directamente, como expresó ante los responsables de las Iglesias Orientales este jueves.
Ayer, poniendo una vez más el foco en las guerras de Ucrania y Tierra Santa, expuso la necesidad de «revitalizar la diplomacia multilateral y esas instituciones internacionales que han sido queridas y pensadas en primer lugar para poner remedio a los conflictos que pudiesen surgir en el seno de la comunidad internacional». Se trata de una crítica velada a la inoperancia de Naciones Unidas que ya manifestó el Papa Francisco en varias ocasiones.
Con esta premisa, también echó mano del último «urbi et orbi» de Jorge Mario Bergoglio, que pronunció justo un día antes de morir, para reclamar a las potencias mundiales a iniciar un «verdadero
desarme» y «dejar de producir
instrumentos de destrucción y de muerte» como única vía de frenar la actual escalada global de violencia. Desde ahí, subrayó el papel que pueden jugar las diferentes confesiones a la hora de calmar los ánimos de los líderes internacionales, calificando de «fundamental el aporte que las religiones y el diálogo interreligioso pueden brindar para favorecer contextos de paz».
A renglón seguido, aprovechó para lanzar un recado a los embajadores presentes, reclamando «el pleno respeto de la libertad religiosa en cada país, porque la experiencia religiosa es una dimensión fundamental de la persona humana, sin la cual es difícil –si no imposible– realizar esa purificación del corazón necesaria para construir relaciones de paz».
Esa paz de la que habló ayer León XIV no la concibe como una «simple tregua» o una «pausa de descanso entre una discordia». Para el Papa, «es un don activo, apasionante, que nos afecta y compromete a cada uno de nosotros, independientemente de la procedencia cultural y de la pertenencia religiosa, y que exige en primer lugar un trabajo sobre uno mismo». Y como ya verbalizó el pasado lunes en el encuentro con los periodistas, «también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas».
En este contexto, León XIV quiso detallar ante los representantes de las diferentes naciones el papel que juega hoy la geoestrategia pontificia como «expresión de la misma catolicidad de la Iglesia». «En su acción diplomática, la Santa Sede está animada por una urgencia pastoral que la impulsa no a buscar privilegios sino a intensificar su misión evangélica al servicio de la humanidad», planteó el Obispo de Roma, presentando a la Iglesia como mediadora, como así lo ha sido para solventar no pocos conflictos en estas últimas décadas.
Es por ello que alentó a los presentes a «profundizar las mutuas relaciones» y generar «el sentido
de ser una familia», con la comunidad diplomática, en tanto que representa «la entera familia de los pueblos». De la misma manera, tendió la mano a unos y a otros para «renovar la aspiración de la Iglesia –y mía personal– de alcanzar y abrazar a cada pueblo y a cada persona de esta tierra, deseosa y necesitada de verdad, de justicia y de paz». Desde su experiencia como misionero, superior general de los agustinos y prefecto, redobló su intención de «traspasar los confines para encontrarse con personas y culturas diferentes».
En un tono más personal, pero igualmente reivindicativo, el primer Papa estadounidense de la historia se presentó ante sus interlocutores como un «descendiente de inmigrantes, que a su vez ha emigrado». «Cada uno de nosotros, en el curso de la vida, se puede encontrar sano o enfermo, ocupado o desocupado, en su patria o en tierra extranjera. Su dignidad, sin embargo, es siempre la misma, la de una creatura querida y amada por Dios», sentenció.
Contra las desigualdades
Fue este autorretrato el que le permitió adentrarse en los pilares básicos de la doctrina social de la Iglesia, remitiéndose al Sucesor de Pedro del que tomó el nombre y a su encíclica «Rerum novarum». Desde ahí, llamó a los emisarios de los países presentes a «remediar las desigualdades globales, que trazan surcos profundos de opulencia e indigencia entre continentes, países e, incluso, dentro de las mismas sociedades». De la misma manera, en su discurso quiso visibilizar la continuidad con el pontificado anterior al defender el derecho de la Iglesia a ser voz de denuncia «ante los numerosos desequilibrios y las injusticias que conducen, entre otras cosas, a condiciones indignas de trabajo y a sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas». No se detuvo ahí. León XIV instó a los gobiernos a «construir sociedades civiles armónicas y pacíficas».
Así, el Santo Padre reclamó más inversiones en políticas familiares, recordando que está «fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer», y clamó por «la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas más frágiles e indefensas, desde el niño por nacer hasta el anciano, desde el enfermo al desocupado, sean estos ciudadanos o inmigrantes». En este sentido, puso en valor cómo el Papa Francisco apeló «continuamente a las conciencias», en tanto que estuvo «siempre atento al clamor de los pobres, los necesitados y los marginados, como también a los desafíos que caracterizan nuestro tiempo, desde la protección de la creación hasta la Inteligencia Artificial».
El Papa pronunció su discurso después del saludo que, en nombre de todas las naciones presentes, ofreció George Poulides, embajador de la República de Chipre, como decano del Cuerpo Diplomático acreditado.
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