Entrevista
Luciano Lutereau: "Ya no hay historias de amor. La pareja del siglo XXI no come, está desnutrida"
Este psicoanalista argentino dice que ahora somos infieles porque somos inseguros, nada que ver con el deseo
Doctor en Psicología y Filosofía, Luciano Lutereau (Buenos Aires, 1980) es también psicoanalista, docente y escritor. Ha investigado y publicado sobre los grandes temas contemporáneos, entre ellos la pareja y la crianza. En marzo publica nuevo libro en el que abre el plano a la familia en su conjunto y sus zonas oscuras. A través del teléfono, conversa con este periódico en una charla elevada pero inteligible, igual que las publicaciones en su Instagram, donde se acerca a los 250.000 seguidores.
En marzo saca nuevo libro, esta vez sobre el lado oscuro de la familia. ¿Cuál es su tesis?
El factor de cohesión de la familia no tiene que ver con cuestiones biológicas, sino simbólicas. Lo que le da cohesión y que es lo que investigo en el libro son los secretos, lo que se calla. Desde la perspectiva del psicoanálisis, me reconduzco a una idea freudiana de acuerdo con un mito fundacional de lo social que plantea que el origen de la sociedad es un asesinato. La muerte del padre, los hijos que matan al padre. Lo que yo planteo es que en el origen de toda familia hay algún asunto criminal, no necesariamente real. Por lo general, en todas ellas hay algo que desde fuera todo el mundo ve, pero que dentro no se habla. El lado oscuro de la familia tiene que ver con los mandatos, el incesto, distintos aspectos que son su otra cara.
Usted ha dedicado mucho de su trabajo al análisis de la pareja. En su opinión, ¿cuál es la gran neurosis de las relaciones amorosas en este momento?
El gran desafío de la pareja actualmente no es ningún aspecto sintomático específico. Ha habido una transferencia en los últimos años de los síntomas típicos de la pareja, los celos, la infidelidad, a que la pareja misma se volvió un problema. Eso es lo que yo planteo cuando digo que pasamos que los síntomas de pareja a la pareja como síntoma. Lo difícil, hoy en día, es la posibilidad misma de estar con otro. Es el vínculo lo que se pone en cuestión. No se trata de malestares propios del vínculo, sino del vínculo mismo. Ahí es donde aparecen muchas cuestiones relacionadas con cómo negociar, cómo poder estar con el otro, cómo llegar a acuerdos. Todas las cuestiones que antes se resolvían muy fácilmente porque estar en pareja implicaba de antemano una identificación con el otro y cierta renuncia a aspectos personales para darle un lugar privilegiado al nosotros. Hoy en día esto no está asegurado y, por lo tanto, donde no está ese nosotros lo que aparece es lo que yo llamo la pareja del siglo XXI, en la que estamos juntos pero separados dentro del vínculo. Es una unión de individualidades, no es un nosotros.
En España decimos que “en casa del herrero, cuchillo de palo”. ¿Cómo se lleva un terapeuta todo esto a su vida personal?
La mía es una familia ensamblada en la que tenemos cuatro niños. Cuando te toca ocupar un rol parental, el profesional se queda fuera, digamos que no soy un buen profesional dentro de mi familia, ja, ja. De hecho, uno de mis libros, "Más crianza, menos terapia", surge justamente a partir del nacimiento de mi hijo Joaquín. Cuando me tocó ser padre me di cuenta de que todo lo que enseñaba en la Universidad respecto de las funciones parentales era puramente abstracto. Ahí empecé a escribir también como divulgador. Me parecía que era importante transmitir una reflexión concreta, cotidiana, enfocada en la dificultad. Que no plantee cómo deben ser las cosas, sino dónde ubicar los conflictos que tenemos.
Si hay un eje común en mi trabajo, ya sea que hable de parejas, familia, niños o crianza, es restituir el valor del conflicto. Que el conflicto es constitutivo de nuestros roles personales, y también de nuestra relación con el mundo. No podemos evitarlo, el conflicto a veces nos guía, no es necesariamente algo patológico. Muchas veces es atravesando un conflicto cuando realizamos una tarea de aprendizaje. Hoy en día tendemos mucho a la receta inmediata y se pierde el tiempo de la experiencia, del aprendizaje y, sobre todo, lo que implica poder no saber algo. Estar preocupado durante un tiempo, tener que transitar cierta incertidumbre y que la situación se termine resolviendo en la medida en que cambió la actitud y no en la medida en que se aplicó un protocolo.
Su trabajo también ha contribuido a la desacralización de la maternidad. ¿En qué punto nos ve ahora?
Sin duda una buena noticia de este tiempo fue poder mostrar el lado oscuro de la maternidad. Estaba llena de mandatos y de exigencias que muchas veces impedían la maternidad real. En la consulta clínica es frecuente encontrarse con algunas mujeres que están muy pendientes de ser una buena madre, de hacer las cosas correctamente, por miedo a que los hijos sufran. El tratar de evitar hacer algo mal, precisamente, genera todo tipo de males. Es preciso resolver ese miedo. Como todo lo que requiere algún tipo de experiencia necesita un ajuste cotidiano, necesita que sea algo que se vaya rectificando y modificando sobre la marcha. El ideal de la madre buena hoy en día lo que encubre es un temor muy grande, un temor en la relación con los hijos que a veces limita la experiencia de la maternidad efectiva, el conocerse recíprocamente entre madre e hijo.
La profesionalización de la maternidad le quitó lo que tenía de espontáneo. Hay una cantidad enorme de libros que se publican sobre cómo practicar la maternidad que funcionan como un carácter prescriptivo muy fuerte. Todo eso antes se transmitía de la abuela a la madre. La comunidad de mujeres transmitía y acompañaba. Hoy lo que hay es Internet. Y eso no forma. Solo sirve para tener miedo.
En este nuevo contexto de pareja, ¿qué es ser infiel hoy?
La infidelidad cambió muchísimo, dejó de ser la infidelidad clásica, que era un vínculo simultáneo. Implicaba que alguien en un vínculo oficial considerado coercitivo tuviera otro tipo de relación con alguien de fuera. Aunque hoy en día uno pueda separarse y existe la opción de abrir la pareja, que ya no es una idea fuerte, sin embargo, sigue existiendo algo parecido a la infidelidad. ¿Y por qué? Creo que la cuestión ahora no tiene tanto que ver con el deseo como con la inseguridad.
Es tan inestable la relación de pareja, que, ante el miedo de que pueda terminarse algún día, vamos coqueteando con otras opciones y teniendo simultáneamente otros vínculos ante la eventualidad de que el más formal pueda terminar.
En la mayoría de los casos que llegan a la consulta, la infidelidad no está materializada en el plano sexual. Lo que ocurre es que mientras alguien está en pareja, seduce virtualmente a otra persona o tiene un chat con varias. Eso cumple una función, que está mucho más relacionada con la fantasía de alguien que con el ejercicio de un deseo. Es un sostén emocional porque en la pareja del siglo XXI siempre podemos ser dejados, siempre se puede terminar, y el miedo al abandono ocupa un lugar muy grande.
Aquí todos salimos perdiendo.
Hay un término que se utiliza mucho hoy en día que es el “breadcrumbing”, darle migajas de amor al otro. Cómo mantener un vínculo dándole migajas al otro, pero también el que da migajas, come migajas. El que lo ejercita para tener al otro enganchado también tiene un enganche, es ambivalente consigo mismo. Todo son migajas. En ese punto, la pregunta que tenemos que hacernos es con qué se conforma uno. En el amor, en la pareja del siglo XXI, se come poco. Es un amor desnutrido. Por eso ya no hay grandes historias de amor. Y esto es algo que en la consulta clínica se ve muy, muy claro.
¿Y qué es lo que le cuentan hoy en día?
Nadie cuenta historias de amor, ya no hay novela en las personas. Hay dificultad vincular, que quiere decir cosas como “yo quiero y el otro no quiere”. El conflicto intersubjetivo. Lo que se cuentan son desencuentros. Además, se perdió la espontaneidad. La fidelidad es una cuestión de entrega y no tiene que ver con un compromiso mutuo. La reciprocidad no quiere decir que el otro haga lo mismo que yo. Se trata de que yo respondo, soy recíproco respecto de lo que siento por el otro. Ese es el punto central. Dentro de los vínculos genera mucho malestar la posibilidad que tenemos en la sociedad tecnológica de volvernos espectadores constantes de la conducta del otro. Yo le aseguro que hay muchísimo malestar dentro de las parejas porque siempre se está mirando lo que hace el otro. Uno no puede estar observando todo el tiempo al otro.
Esto de que el desapego es también una forma de querernos, ¿qué significa?
Es el título de un libro de Selva Almada. Expresa la distancia que uno tiene que tener respecto de sus propias emociones. Es muy importante hoy en día poder distinguir que una parte de nuestra conducta emocional tiene un espesor, lleva las huellas de nuestras relaciones anteriores, de cosas que hemos vivido, de situaciones. No le podemos cobrar al otro toda nuestra historia.
Llegamos con múltiples heridas de relaciones anteriores. Por lo general, muy frustrados. Lo que tiene que ser un punto de partida es saber que venimos acarreando mucho malestar y nunca encontrar a alguien va a ser una solución ni una elaboración. Eso lo tenemos que hacer internamente nosotros. El desapego es justamente renunciar a la idea de que el amor sea una solución. Puede ser un camino hacia algo, puede ser una vía de descubrimiento del otro y de uno mismo, una forma de reparar, pero no una solución.
Dice que la prostitución, el aborto y la menopausia están mal tratados en el psicoanálisis. Parece que estamos enmendando el tercer ámbito.
Recuerdo unas páginas de Simone de Beauvoir en 1940, donde ella habla muy duramente de los signos del envejecimiento, que eran catastróficos, y de la menopausia asociada a la pérdida del atractivo. La pregunta central para mí es la mujer madura porque nuestra época habilitó fuertemente la liberación y el deseo de la mujer, pero privilegió siempre a la mujer joven. La mujer madura sigue produciendo horror, alguien sobre quien hay que pensar con prejuicios porque inquieta y mucho más pensar en un deseo femenino que no esté atado al deseo de hijo.
¿Qué tipo de preocupaciones tienen las mujeres que están entrando en la menopausia?
Con las mujeres maduras hay escenarios muy distintos. No es lo mismo una mujer que pasó por la situación de tener hijos. En estos casos escucho una revitalización muy grande del deseo. Históricamente, a la mujer se la condicionaba socialmente para que envejeciera y, eventualmente, criara a los hijos de las hijas o de los hijos. Que fuera abuela. Y lo que hoy aparece es una mujer muy vital, con mucho deseo que trascendió el deseo de tener hijos si es que los tuvo. No obstante, el panorama es distinto para una mujer que quiso tener hijos y no pudo. En términos generales, es un momento donde hay duelo, pero también hay una liberación. Si hay un duelo adecuado, va a haber una liberación del deseo.
¿Y el duelo de la belleza física?
También lo hay, claro, un duelo respecto de la de la imagen del del cuerpo porque por más que algunas mujeres puedan hacer mucho gimnasio o recurrir a la cirugía estética, hay una relación distinta. Descubro que las mujeres que logran trascender el deseo de hijos y se logran apropiar de su deseo más allá pueden relajar más fácilmente la relación con la belleza. No son tan dependientes de ella porque pueden trascender el ideal de la mujer joven. Es un tema muy interesante en nuestra sociedad, reflexionar sobre de la belleza de la madurez.
¿El problema no es que la belleza de la mujer madura ya no sea sexual, ni produzca deseo?
Los psicoanalistas le prestamos mucha atención a las palabras. Del tipo de mujer que vos nombrás se suele decir que es elegante. A lo sumo, se dice que es atractiva porque lo que se juega en la belleza es ser deseable.
De un tiempo a esta parte no dejamos de hablar de narcisismo. ¿Qué está pasando? ¿Hay más narcisistas que nunca?
Cuando Freud introduce la palabra narcisismo, él dice que se trata del complemento sexual, o sea, la expresión libidinal del egoísmo. No en sentido negativo, sino como el correlato amoroso de la autoconservación. Ahora nosotros nos estamos empezando a encontrar con que el narcisismo empezó a nombrar la potenciación de ciertos rasgos y conductas que incluso hasta tienen que ver con un egoísmo y una autoconservación muy pobre. La dependencia respecto de la mirada de los demás. En el mito original de Narciso no hay que olvidarse que él no está enamorado de sí mismo sino de su imagen. Alguien que está enamorado de su imagen se ama muy poco. Por eso las personas narcisistas tienen una autoestima muy baja. Se trata de personas muy rígidas, que buscan validar su imagen con el otro todo el tiempo y no toleran que les devuelva una imagen negativa.
¿Cómo es su experiencia con la depresión? ¿Hasta qué punto ha cambiado lo que nos deprime?
Yo creo que creo que, sin duda, es el mal de este siglo. Es el diagnóstico más generalizado y para el que más medicación se prescribe. No es lo mismo una depresión endógena que una depresión reactiva, pero lo que sí muestra su auge es la dificultad de las personas para poder relacionarse con los afectos negativos, como por ejemplo la tristeza. Donde se obstaculiza la posibilidad de tener la tristeza como un recurso de elaboración nos encontramos muchas veces con la depresión. No es simplemente que alguien esté con un estado de ánimo bajo, sino la paralización de las facultades anímicas en su capacidad de elaboración y de trabajo psíquico. Es estar inhibido, quieto en su capacidad de procesar psíquicamente situaciones.
Estamos en una época en la que nos cuesta mucho decidir porque hay tantas opciones que nos paralizamos. Usted dice que no decidimos sobre las cosas, sino sobre nosotros mismos.
Sí, absolutamente. Toda decisión no solamente elige un objeto, sino que elige a quien elige. Y me parece que en el contexto de una sociedad de consumo como la nuestra, el sujeto busca permanecer con la mayor cantidad de libertad abstracta, o sea, conservar posibilidades. Una verdadera elección implica compromiso, uno realiza sus posibilidades pero también las restringe. Hoy en día creemos que ser libre es tener la mayor cantidad de posibilidades o de opciones posibles. La libertad ya no es realizarse y, por lo tanto, comprometerse y generar nuevas realidades. Los seres humanos están dejando de pensarse a sí mismos como creadores de realidad. El consumo supone siempre que la realidad ya está hecha, no supone a alguien capaz de crear su propia realidad. Esto es muy fuerte porque, obviamente, debilita la capacidad de creación, que es una de las facultades anímicas más importantes.
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