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El estigma de una raza maltratada por una minoría

El estigma de una raza maltratada por una minoría
El estigma de una raza maltratada por una minoríalarazon

Los galgos se han convertido en víctimas habituales de abandono cada vez que termina la temporada de caza

Penny no llegaba al año y en ese tiempo ya había sufrido más que la mayoría de los perros en toda su vida. Era una galga con un pasado desconocido y un futuro incierto hasta que una asociación animalista la recogió y la llevó desde Sevilla a Barcelona. Cuando paseaba por la calle era frecuente que se fuera dando golpes con las paredes de los edificios o los postes de las aceras. Sus cuidadores decidieron averiguar qué producía tal comportamiento y el veterinario fue claro en los motivos: la perra tenía perdigones en los ojos. Y más de setenta fragmentos que se repartían entre su pecho, cuello y cabeza, según mostraron las radiografías. Al parecer, alguna de las jornadas de caza en tierras andaluzas en las que participó la galga debió de terminar con un disparo que casi acaba con el animal. Ahora vive como un perro normal, alejado de las armas y de los cartuchos. «No dirías que está llena de perdigones, pero le tocas la cabeza o el cuello y los notas», afirma Alicia Burton, una pontevedresa asentada en Barcelona que desde hace medio año acoge a Penny en su casa. «Como el ojo derecho le dolía mucho, la operaron y se lo quitaron. Y también debido a los perdigones, en el izquierdo tiene una catarata de la que la tienen que operar para que no se quede ciega. Al menos, el veterinario me dijo que las concentraciones de plomo en el cuerpo de Penny son pequeñas y que no son un riesgo. Además, cuando me la trajeron tenía un poco de ansiedad por la separación y terminaba orinándose, pero ya ha perdido el miedo, es bastante sociable y come como una lima», relata la dueña. La situación del can ha terminado dignificándose, pero ello no borra el pasado que vivió: «Cuando la conoces, piensas cómo una persona pudo hacerle tal cosa. Es muy inhumano y Penny es un animal que antes de hacerte daño se deja matar», comenta Alicia.

Penny tuvo la suerte de que Anna Clements la encontrara. Esta británica fundó en Esplugues (Barcelona), junto a su marido Albert Sordé, la organización SOS Galgos hace ya quince años. Ante el abundante número de ejemplares de este tipo de canes que eran utilizados y abandonados, decidieron dedicar parte de su tiempo y de sus recursos a cambiar esta realidad. «El galgo es un animal adiestrado por el hombre hace 5.000 años. Y aunque el problema actual se deba a una minoría de la población, en la Edad Media los galgos estaban mejor cuidados que ahora. Particularmente, ayudar a estos animales es una especie de recompensa personal», explica la amante de los galgos.

La historia de su organización nació con el cierre del canódromo de Barcelona en 1999, lo que dejó a más de 700 galgos irlandeses en una situación de desamparo. «Estos perros también tenían muy mala vida. Había muchas negligencias, recibían poca atención veterinaria y se aplicaba un control cero en el tema del dopaje. Aquellos animales pasaban frío en invierno y calor en verano», recuerda la directora de SOS Galgos. A partir de entonces, la lluvia de llamadas que avisan de galgos abandonados en carreteras o pozos son una constante, y las casas de acogida se quedan pequeñas ante tal número de peticiones. «Hemos dado en adopción más de 2.500 galgos, pero no es nada en comparación con la cifra de abandonos durante estos años», reconoce Clements. Pero ahora el principal riesgo no son las carreras, sino la caza. Sin embargo, el problema no se soluciona con una intervención a posteriori, hay que atajarlo en su origen. Por ello, su labor, como la de tantas otras ONG españolas que velan por mejorar la protección de una raza especialmente lacrada, también se orienta a cambiar la mentalidad social y la legislación. Porque España es el único país europeo que permite la caza con galgos. Y en algunas regiones este hecho da lugar a un entrenamiento consistente en atar estos animales a la parte trasera de un coche para que aumenten su velocidad, lo que termina provocándoles lesiones y quemaduras. Mientras, la ley de caza de Castilla-La Mancha permite disparar a los perros y gatos que se encuentren dentro de un coto. «El Gobierno debe poner medidas para que se sepa quién maltrata y abandona a su galgo obligando a implantar los chips identificativos», reclama la animalista como una de las medidas más urgentes. Hace dos años, SOS Galgos y demás ONG presentaron una serie de propuestas ante el Congreso, pero éstas quedaron «en el limbo». En su próxima acción tienen puestas mayores esperanzas: llevarán a la ONU y al Congreso una recogida de firmas iniciada por SPCA International, la cual cuenta por el momento con más de 69.000 apoyos, en defensa de los galgos. Y así, como apunta Clements, conseguir que la cita de Gandhi que sentencia que «un país se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» no sea olvidada.