Opinión
Lo de las mujeres
Los libros de antaño no hablaban de las 'mujeres guerreras' españolas, aunque ahora se sabe que existían en cualquier época. También en la de la Guerra de la Independencia
Cuando era pequeña creía que era tonta, o casi. Los chicos me refregaban aquello de que no existían en la historia compositoras, literatas, pintoras, científicas... Los libros de texto de EGB lo ratificaban, y pretender la excelencia exigía el doble de coraje. Tan faltas de modelos... Luego hemos descubierto que una historiografía machista escamoteó de las crónicas, en particular en el burgués siglo XIX. La música de Alma Mahler, las pinturas de Sofonisba de Anguisola, el trabajo de Madame Curie... Fueron los mismos que negaron a Emilia Pardo Bazán la entrada a la Academia. En esos tiempos aciagos, Concepción Arenal tuvo que disfrazarse de hombre para estudiar Derecho, James Barry (Margaret Ann Bulkley) para ser cirujana y Sophie Germain firmaba como Monsieur Le Blanc para colocar sus trabajos matemáticos.
Curiosamente la ley del péndulo ha hecho crecer ahora cierta obsesión de que la mujer fue dominada y secundaria a través de los siglos. Nos hemos ido de uno a otro extremo. Ese sesgo, sin embargo, no casa con los datos que tenemos de las mujeres prehistóricas, medievales, renacentistas o dieciochescas. Ahora sabemos que las mujeres pintaron cuevas o fueron sacerdotisas. Que, en la reconquista, los hombres se marchaban con sus mesnadas temporada tras temporada y las villas y pueblos era administrados, regidos y trabajados por mujeres que constituían el cuño del que surgieron Isabel de Castilla, Beatriz Galindo o Teresa de Ávila. La muy mentada figura de abadesa de las Huelgas o las mujeres de los comuneros no son tampoco excepciones.
Ahora ha salido el libro «Guerrilla», de Antonio J. Carrasco Álvarez, que lleva treinta años estudiando la Guerra de Independencia. Y resulta que Agustina de Aragón no estuvo sola, como nos pintaron en aquellos libros de texto. Catalina Martín y Justa Jiménez, por ejemplo, fueron recompensadas con el grado de alférez de caballería en premio a su valentía en la acción de Valverde de Leganés (Badajoz); y Paula de la Puerta llegó a solicitar de la Junta de Extremadura permiso para organizar su propia partida independiente y dirigir ataques. En la guerra contra el francés las mujeres fueron mucho más que esposas, lavanderas, cantineras o prostitutas. El tipo bravío de señora española que comanda la casa, labra las tierras, manda en los pueblos y se defiende de los agresores sólo se humilló con las cursilerías del Romanticismo y el frenazo legal del franquismo, un paréntesis pobre en realidad. Carrasco reconoce que «si bien la participación femenina es irrefutable, la documentación es muchas veces escasa o está distorsionada por la propaganda, con la limitación que eso supone». Conviene soslayar las ideas preconcebidas y estudiar cada vez mejor esta historia nuestra de una sociedad de hombres y mujeres aguerridos.