España

¿Por qué odiamos a los que piensan diferente a nosotros?

Primer plan de acción contra este tipo de delitos De los 1.419 casos que se registraron en 2017, los que tienen un componente ideológico son los que más aumentaron: un 72%

El ardor independentista de Cataluña ha sido la chispa que ha prendido un fuego que aún nadie ha conseguido apagar: el del odio por cuestión ideológica / Dreamstime
El ardor independentista de Cataluña ha sido la chispa que ha prendido un fuego que aún nadie ha conseguido apagar: el del odio por cuestión ideológica / Dreamstimelarazon

Primer plan de acción contra este tipo de delitos De los 1.419 casos que se registraron en 2017, los que tienen un componente ideológico son los que más aumentaron: un 72%.

España está crispada. El ardor independentista de Cataluña ha sido la chispa que ha prendido un fuego que aún nadie ha conseguido apagar: el del odio por cuestión ideológica. Lo mismo ocurre con Vox, la Iglesia o la inmigración. Este auge de posturas extremas lo confirman las estadísticas que ayer dio a conocer el Ministerio del Interior: la cifra de delitos de odio registrada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a lo largo de 2017 ascendió a 1.419, lo que supone un aumento del 11,6% con respecto a 2016. De todos ellos, los de componente ideológico son los segundos que más crecen: un 72%. Si España siempre ha estado polarizada, ¿por qué ahora odiamos a los que piensan de forma diferente a nosotros?

«Estos sentimientos esconden otros miedos personales. Normalmente, se utilizan como tapaderas, pero revelan situaciones de frustración, insatisfacción o injusticia», explica la psicóloga Marta Gómez. Precisamente por esto, la cartera liderada por Grande-Marlaska presentó un plan de acción para combatirlos, pues el problema empieza pronto: el 10% de sus víctimas ya son menores de edad. «El odio hacia los que piensan de forma diferente bebe de muchas fuentes: desde las personas con las que trabajamos hasta las frustraciones económicas». De todos los ataques, los que más han incrementado son los relacionados con las creencias religiosas (119%), por motivos de ideología (72%) y racistas y xenófobos (26%). Por eso, el plan que articula la Secretaría de Estado de Seguridad y que coordina la Oficina Nacional de delitos de odios se sustenta en cuatro ejes específicos: la mejora de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, el perfeccionamiento de los sistemas de prevención, la atención a las víctimas y la eficacia en la respuesta.

Según el ministro del Interior, estos delitos no representan un porcentaje significativo del total de infracciones penales cometidas en España, pero son un objetivo «prioritario» del Gobierno por representar un ataque contra los derechos humanos y los valores de diversidad y pluralidad que sustentan la democracia. «Cuando los defendéis, también lo hacéis en nombre de todos», señaló. De modo que uno de los objetivos primordiales es reducir la infradenuncia en estos casos, especialmente los que se producen en redes sociales. «El ser humano es el yo y los demás: el periódico que leemos ratifica nuestras ideas, la radio que escuchamos reafirma nuestras creencias y la televisión que vemos apoya nuestros pensamientos. Eso hace que formemos grupos en los que el distinto se convierte en un enemigo», subraya el psicólogo Javier Urra. Así, el ajetreo político que ahora vive España refleja esa separación entre los que piensan distinto.

La meta, por lo tanto, es sensibilizar a los distintos sectores de la sociedad civil, fomentar la colaboración activa entre las autoridades, difundir acciones educativas que sirvan para conocer y prevenir delitos, así como perfeccionar los sistemas de recogida y tratamiento de datos estadísticos para otorgar una especial relevancia a los estudios sobre esta tipología penal. Dicho esto, ¿existe en la actualidad un bebedero de odio? Para Urra, sin duda: «Hay quienes se sienten maltratados, quienes no tienen amigos o quienes carecen de confianza, pero para todos ellos el odio podría convertirse en una razón de vida. Éste es un sentimiento muy profundo y, al mismo tiempo, muy convulso». Por eso, de lo que se trata, es de entender y de no menospreciar.