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Opinión

Lo que no mostramos

Tendríamos que ir por la vida sabiendo que ese otro con el que nos cruzamos, seguramente cargue su cruz

La dramaturga Paloma Pedrero SGAESGAE

Leo que José Sacristán, uno de los mejores y más inteligentes actores de nuestro país, sufre un mal llamado “Labilidad emocional”, que, traducido al vulgar, dice él, “es que tengo un alma de portera que no me lo merezco”. Creo que ahí no se explica justamente. Porque, aunque no se conoce bien de donde viene esta dolencia, si es neurológica o qué, los psicólogos hablan de ella como un conjunto de alteraciones en la manifestación de la afectividad, reacciones emocionales exageradas como respuesta a diferentes estímulos, lo que te puede llevar a tener un ataque de risa desorbitado por una nimiedad, o de llanto por una pequeñez. Esto me lleva a pensar en todo eso que llevamos dentro las personas y que nos condiciona la vida, pero que no contamos a los demás.

Simplemente nos adaptamos, luchamos contra ello, lo guardamos en la cajita de la paciencia vital y tiramos para adelante como auténticos campeones de la supervivencia. El asunto es mucho más angustioso, como en el caso de nuestro actor, si interfiriere directamente en nuestra profesión. Imaginen un actor que vive de jugar a ser otro y contar una historia, a través de un guion estricto, en el que en un momento determinado tiene que reír, en otro llorar, en otro enfadarse o fingir que algo no le ofende, sufre esta dolencia. Cuánto habrá temido José Sacristán que su fragilidad asomara en plena función teatral e, incontroladamente, le diera, por ejemplo, un ataque de risa. Imaginen, asimismo, cirujanos que comienzan a padecer temblor esencial, o críticos de arte daltónicos. Recuerdo que Buero Vallejo trató este tema en su magnífica obra "Diálogo Secreto".

Qué tragedia tener que luchar, tener que fingir, tener que, hasta engañar a los otros, para continuar con profesiones queridas. Qué de pequeñas o grandes servidumbres, secretos, culpas, miedos y demás castigos portamos dentro de nosotros, llevándolos casi todos con una dignidad asombrosa. Tendríamos que ir por la vida sabiendo que ese otro con el que nos cruzamos, seguramente cargue su cruz. Nos comprenderíamos mejor, hasta admirarnos.