Psicología
Por qué sentimos que el tiempo “acelera” al envejecer (y cómo frenarlo), según experto
No es solo una sensación: a muchos nos parece que los años vuelan. La psicología lleva tiempo estudiando por qué en algunas etapas el reloj se hace pesado y, en otras, corre
En la vida adulta, los años se nos escapan entre rutinas: mismos trayectos, mismas tareas, mismas pantallas. Las semanas se parecen tanto entre sí que el calendario se vuelve un borrón; apenas distinguimos marzo de mayo salvo por una reunión o una factura. De niños, en cambio, cada curso acumulaba primeras veces -primeros amigos, primeros lugares, primeras destrezas- y cada día parecía más largo porque todo exigía atención nueva. Esa diferencia es precisamente una de las claves para entender por qué, ya de mayores, sentimos que el tiempo acelera.
Según explica el psicólogo y escritor Steve Taylor, en una propuesta desarrollada en su libro Time Expansion Experiences, la percepción del tiempo es flexible y depende en gran medida del volumen de información que procesamos: cuanta más información nueva absorbemos, más se estira el tiempo vivido; cuanto más repetimos contextos y tareas, más se comprime. Su tesis conecta con hallazgos recientes: la mente en "piloto automático" registra menos y, por tanto, recuerda menos, de modo que los periodos parecen más cortos al mirarlos en retrospectiva.
Por qué parece que se acelera con la edad
"Con el hábito, la percepción se automatiza y nos desensibilizamos al entorno, dejamos de mirar de verdad y pasamos por encima de detalles que antes nos sorprendían. Al disminuir la novedad y la atención sostenida, procesamos menos información por unidad de tiempo y los meses vuelan", señala Taylor.
Cómo “frenarlo” en la práctica
El experto propone dos vías complementarias. La primera es inyectar novedad deliberada en la agenda: aprender algo desde cero, cambiar rutas, visitar lugares desconocidos, tratar con personas fuera de nuestro círculo habitual. La segunda es ampliar la atención en lo cotidiano -mindfulness, pequeños anclajes sensoriales, pausas sin pantallas- para desautomatizar la experiencia y añadir información al presente. Al aumentar la densidad de lo que vivimos y reducir el “ruido mental”, el tiempo subjetivo recupera elasticidad. No controlamos el reloj, pero sí cómo miramos y qué registramos; ahí es donde el tiempo, paradójicamente, vuelve a darnos más tiempo.