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Siente un calvo a su mesa

Es casi imposible que los españoles no seamos o no conozcamos a un calvo. Son, somos en mi caso, parte de un paisaje muy particular que, por lo visto, está llamado a desaparecer

Tomadura de pelo
Tomadura de pelolarazon

El tiempo de los remedios mágicos a nuestros claros en la cabellera ha tocado a su fin. Durante décadas el elixir del crecepelo fue una fórmula casi más buscada que la legendaria de la eterna juventud. Muchos de nuestros ancestros, nosotros mismos, no reparábamos en gastos y nos lanzábamos al último mejunje con la esperanza de que rebrotara algo de pelusilla con que abrigar nuestro vulnerable cráneo. De alguna forma, la calvicie ha sido una suerte de estigma para quienes rechazaban la imagen con que se topaban en el espejo. España es un país de calvos. Lo dicen las estadísticas. Más de cuatro de cada diez personas, especialmente hombres, lo son. En esto, como en otras cosas, somos una potencia. El segundo país con mayor porcentaje el mundo, solo superado por la República Checa. Lo teníamos imposible para no sobresalir, pues la raza caucásica y, especialmente, los ciudadanos europeos no tenemos rival en lo de llevar la cabeza despejada. Siete países del viejo continente aparecen entre los ocho con más alopécicos del orbe. Pero todo esto tiene fecha de caducidad y asoma ya en el horizonte un mundo de excalvos. La técnicas de implante capilar han logrado lo que hace apenas una década parecía una quimera. Hoy, las clínicas especializadas brotan por doquier y los tratamientos garantizados parecen casi al alcance de cualquier economía. Por supuesto, también en España, aunque todavía estemos lejos del paraíso del cabello que es Turquía, donde los implantes se han convertido en un motor económico sobresaliente. 750.000 extranjeros viajan cada año al país para acabar con su calvicie. En Estambul funcionan hoy 350 de estos paraísos del pelo. El secreto del éxito reside en la conjunción de una experiencia incontrovertible, de esas de boca a boca, y de un precio casi imbatible. Entre 2.000 y 3.000 euros cuesta rejuvenecer o al menos creérselo y que otros también lo entiendan así. No es la penicilina, claro, ni la vacuna contra la viruela ni muchos menos los rayos x o la anestesia, pero es un avance que hace y hará dichosos a muchísimas personas. Se sentirán, y eso es lo relevante, completos, por mucho que ya lo fueran antes.