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La opinión de Cristina L. Schlichting

Soledad sola

Ya no son mayoría las casas de tres o cuatro habitantes, sino que está a punto de imponerse el hogar de uno

Mujer reflexionando en soledad Pixabay

El terror es una de las impresiones indelebles. De pequeña, leía un libro de cuentos de tapas amarillas que incluía «Barba Azul» y la página que ilustraba las esposas muertas, colgando de las paredes del cuarto prohibido, me daba tanto miedo que me la saltaba, aunque perdiese parte del argumento. Más tarde me atenazó Chicho Ibáñez Serrador con sus «Historias para no dormir», en particular «Soledad Sola», una distopía de un mundo vacío donde una mujer, cubierta de telarañas y vestida de novia, comía a la mesa rodeada de comensales cadáveres, para poder encarar la inmensa soledad de ser la última de la tierra. Chicho escenificó de forma magistral el temor profundo a la absoluta ausencia de otro.

La supervivencia depende de los demás, de cazar el mamut en grupo. Por eso me ha fascinado el dato que publicaba LA RAZÓN sobre la última estadística poblacional del INE, con una plusmarca curiosa de hogares unipersonales en España. De los 19 millones de hogares españoles, el 29 por 100 son de dos personas, que ya es llamativo, pero es que el 28 por 100 albergan una persona sola. Ya no son mayoría las casas de tres o cuatro habitantes, sino que está a punto de imponerse el hogar de uno.

No son sólo ancianos. A los viudos que sobreviven a sus parejas se suman, dicen los expertos, los divorciados y quienes emprenden una nueva relación en dos casas distintas, que ahora se llaman LAT (Living Apart Together). Gusta la soledad, cuesta aguantar a los demás, al menos hasta el extremo de pertrechar una relación amorosa separándose en dos viviendas.

Es un cambio de paradigma, una revolución silenciosa que destierra el modelo sesentero de «La Gran Familia», donde Alberto Closas encabezaba una tribu compuesta por Carlos y Mercedes, sus quince hijos, el abuelo y el padrino. En mi clase de los setenta y ochenta éramos muchos los que convivíamos con tres, cuatro hermanos, eso ha pasado a la historia. La semana pasada escuché una tertulia de una radio de la competencia (trabajo en Cope) donde se saludaba con alborozo este cambio.

Los contertulios ensalzaban los niveles de vida, que liberan del hacinamiento, la libertad de poder elegir (o no) compañía, los modelos más flexibles de relación amorosa.

Yo sigo cavilando sobre este rápida y radical mutación superpuesta a mi propia biografía y no acabo de concluir gran cosa. Sí sé que muchos viejos están solos contra voluntad. También que la mayoría de los divorciados están en el mercado buscando compañía y que la imposibilidad de casarse hace infelices a algunas chicas que conozco y –menos– algún chico. Me intriga que los pasillos y cuartos de baño llenos de antaño nos resultasen naturales y hasta llevaderos.