Coronavirus

Así nos van a geolocalizar para controlar nuestros pasos durante la crisis del coronavirus

El Gobierno creará una app para comprobar dónde se encuentran los afectados por coronavirus. La medida causa controversia por el choque entre la eficiencia sanitaria y la intimidad de las personas.

Segunda semana de aislamiento por el coronavirus
Está prohibido alejarse del domicilio particular y quedar con otras personas y sus perrosVillar LopezAgencia EFE

En 1932, el escritor británico Aldous Huxley publicaba su novela más famosa, «Un mundo feliz», una distopía en la que la humanidad vive libre de guerras y pobreza. Pero todo ello a un precio: la familia, la diversidad cultural, el arte…todo ello había desaparecido. En noviembre de 2019 (parece que ha pasado un siglo desde entonces) se llevó a cabo un estudio que levantó mucha polémica. El Instituto Nacional de Estadística (INE) de España solicitó a las principales operadoras telefónicas del país que información sobre los desplazamientos de los españoles. El objetivo era conocer la rutina diaria, la del fin de semana y la de las vacaciones. El INE aseguró que los datos no estarían vinculados a nombres, edad o sexo, pero la iniciativa gustó muy poco.

Desde entonces el mundo y nuestra concepción de muchas prioridades, han cambiado. Ayer, el Boletín Oficial del Estado (BOE) recogía una orden ministerial que encomendaba a la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial el desarrollo «urgente» de una aplicación de autoevaluación de síntomas del coronavirus que, además, incluya consejos prácticos y recomendaciones. Hasta ahí, nada sorprendente.

Pero esta «app» usará la geolocalización para comprobar que la comunidad autónoma en la que el usuario dice estar, es en la que de verdad se encuentra. La medida también será retroactiva ya que, como consta en la orden, «se pretende contar con información real sobre la movilidad de las personas en los días previos y durante el confinamiento. El objetivo es entender los desplazamientos de población para ver cómo de dimensionadas están las capacidades sanitarias en cada provincia». Se supone que la aplicación no será de descarga obligatoria, al menos no se dice nada de ello, aunque sí destaca que se seguirá el modelo usado en noviembre «a través del cruce de datos de los operadores móviles, de manera agregada y anonimizada».

La lectura inicial de todo esto es que se ha solicitado el desarrollo de una aplicación que sirva para despejar dudas, tanto a los ciudadanos como al Estado. Y para que esto se implemente faltan, en el mejor de los casos, varios días.

La estrategia de China y Corea

No se trata de una «app» como la desarrollada en otros países, como China, Corea del Sur, Taiwan o Israel, por poner algunos ejemplos, que buscan el control completo de toda la población. Pero sí es un paso hacia el conocimiento del movimiento de los ciudadanos y es algo que tenemos que empezar a analizar.

En general, este tipo de aplicaciones trabajan con diferentes grados de información aunque con una misma premisa. Cuando nos conectamos a una antena, el operador que nos presta servicio identifica la localización de la misma y así se nos puede ubicar en unas coordenadas espaciales. Esto se puede hacer ya sea por medio de una «app», como Google Maps, como por solicitud al operador por parte de un Gobierno. Entre ambos casos hay grandes diferencias. En el primero, los ciudadanos tienen la libertad de descargarse o no la aplicación (que parece ser el caso de España) y solo se saben los datos proporcionados por el usuario. En el segundo caso, es el Gobierno quien solicita información al operador y los datos pueden ser completos: desde nombre, DNI, domicilio habitual, etc., hasta contacto con otros móviles o dispositivos y conexión a páginas web.

Estamos atravesando una crisis determinante, no solo a nivel sanitario, también a nivel económico y de valores. Una con el potencial para reconfigurar nuestra relación con la política, la sanidad, la ciencia, la tecnología y la economía. Muchas de las medidas que se están tomando apuntan a lo urgente, pero pocas contemplan las consecuencias a largo plazo de las mismas. Y menos aún las que buscan la diana en un futuro más allá de los próximos meses. La pandemia de Covid-19 es, en este escenario, una prueba muy interesante. Por un lado países como China, Taiwan, Singapur, han logrado resolverla gracias a un aislamiento taxativo y una obediencia completa a las leyes locales. Esa es una posibilidad. La otra podría ser la de Alemania, con uno de los porcentajes de fallecimientos por más bajos del planeta: 0,6% contra un 7% de España. Pero esto tiene truco: Alemania ha realizado tres veces más test que nuestro país, de acuerdo con la Universidad Johns Hopkins. Al detectar más casos, no solo se reduce el porcentaje, también se puede aislar antes a la población de riesgo y reducir los contagios en un tiempo más breve. De hecho, mientras en Italia pasaron tres semanas entre el primer caso y el primer fallecido, en Alemania casi 45 días, de acuerdo con información de la mencionada universidad.

Todo esto indica que hay dos modelos posibles, uno basado en la confianza del pueblo en su gobierno –como el caso de Corea del Sur, China o Singapur– y otro que se sostiene por la confianza de los ciudadanos y el Estado en la ciencia y por ello le dota de recursos.

Existe la falsa noción de que «como no tengo nada que ocultar, no me importa que usen mis datos para que todos estemos mejor y no haya más contagios». No es necesario elegir entre salud y geolocalización. Seguramente en China haya memes sobre los bulos y «fake news» que recorren gran parte de Europa. Allí las noticias están controladas y, es así, no hay otra opción. Pero en otros países sí hay una elección, que es la información científica y contrastada que llega de autoridades confiables.

En pocas palabras, el conocimiento y el libre acceso al mismo y no la tecnología, es lo que nos permitirá, cuando llegue la próxima epidemia, resolverlo de forma rápida y con consecuencias menos drásticas . Puede que no sea un mundo feliz, pero tampoco nos veremos en la obligación de renunciar a lo que nos importa.