Violines chirriantes en la banda sonora. Lentas panorámicas que de repente se detienen para revelar una imagen inesperada y sorprendente. Objetos llenos de simbolismo ominoso. Una historia que incluye religión, trauma y una sensación de misterio constante y premonitorio. La nueva serie producida por M. Night Shyamalan, que también dirigió dos de los diez episodios de su primera temporada, recurre a esos y otros trucos típicos para perturbarnos. Mucho antes de que descubramos que sucede exactamente en su interior -y, después, lo que de verdad sucede exactamente en su interior- queda claro que algo huele mal en casa de Sean y Dorothy Turner, que comparten con el pequeño Jericho y con Leanne, la nueva niñera. En una escena temprana en plena noche, sin ir más lejos, vemos a Sean agarrando al bebé por el tobillo y levantándola de la cuna antes de golpearlo en la cabeza contra la barandilla. Quien haya visto el trailer de la serie sabrá que la criatura en realidad es un reborn, uno de esos muñecos hiperrealistas que algunas personas usan con fines terapéuticos. Sin embargo, el primer episodio termina con un grito muy real emitido por un bebé muy real. ¿De dónde ha salido? ¿Y cuáles son las intenciones de la niñera, que quizá forma parte de una secta y, a ojos de la pareja, se comporta de forma realmente extraña?

A partir de esa premisa, “Servant” podría funcionar a modo de sátira sobre las vidas de padres jóvenes, o de la típica historia sobre una institutriz malvada, pero no parece saber muy bien qué dirección tomar. Categorizarla no resulta fácil. No ofrece terror psicológico ni apuesta por el gore, y aquellos de sus elementos narrativos que podrían considerarse fantásticos no llegan a explicarse convenientemente. En sus primeros episodios se esbozan asuntos como las distintas formas de lidiar con la muerte, el modo que el dolor tiene da hacernos distorsionar la realidad o la ansiedad que dejar a nuestros niños al cuidado de extraños nos genera pero, en realidad, el relato es más eficaz entendido como una comedia surrealista sobre los excesos grotescos de la burguesía moderna.

En el proceso, “Servant” en ningún momento resulta realmente aterradora. Prefiere dedicarse a provocar desazón y crear atmósferas amenazantes, y para ello se sirve de versos bíblicos, animales salvajes, mirillas inquietantes, plagas de insectos y visitas inesperadas, todo ello puntuado por secuencias de preparación de opíparas comidas que incluyen imágenes de carne sangrante y de anguilas y calamares. El vino acapara casi tanto tiempo en pantalla como los productos de Apple, y lo mismo ocurre con la sopa de tomate de Campbell, que Leanne consume a diario. Esos y otros detalles nos ofrecen una cantidad ingente de información que en realidad no parece ser especialmente útil. Asimismo, los personajes dicen cosas siniestras que no significan nada, y casi ninguna de las subtramas que suceden simultáneamente ofrece conclusiones satisfactorias. Como resultado, “Servant” proporciona una experiencia televisiva puntualmente satisfactoria pero en última instancia frustrante: algunos de sus momentos y escenas son más capaces de generar desasosiego que cualquier otra serie actual, pero no es capaz de mantener ese tono a lo largo de horas y horas de metraje ni, en consecuencia, de proporcionarnos suficientes razones de peso para seguir mirando.