RTVE
La nada sorprendente final de “Masterchef”
Eso sí, el jurado cada vez me gusta más. Y ya es difícil.
Ayer fue la final de esta edición, la octava ya, de Master Chef. Una edición que, ni con polémica -recordemos a la gitana transexual de la codorniz emplumada muerta-, ha conseguido ser una de las más interesantes. La sensación de ya haber visto todo se acrecentaba cada semana.
Pero hablemos de la final de ayer. Ana, Andy, Iván, Alberto y Luna se disputaban el acceso a la final. La primera prueba, cómo no, tiró de emocionalidad -qué pereza ya- y mientras Ana observaba desde la grada, finalista segura, sus compañeros levantaron las cajas que escondían los platos con los que habían conseguido ser seleccionados para el concurso. Y tras responder a las preguntitas melancólicas de rigor -¿Repetirías este plato?, ¿Qué queda de aquel chaval ilusionado que se presentaba al concurso?- aparece Martín Berasategui, con 12 estrellas Michelín, presentándoles una ensalada que era, a las ensaladas, lo que un vestido de Belén Esteban a la moda: lo llevaba todo. Esferificaciones de nosequé, espumas de nosecuanticos, jugo licuado de loquesea, verduras varias, marisco, tembloroso de tomate (me flipa este nombre)… Mi concepto de ensalada -hoy no cocino, todo lo que se pueda comer crudo en una fuente con aceite, sal y lima y a la mesa- a tomar por rasca. Pero oye, si lo dice Berasategui, yo a muerte con él.
Andy fue el ganador de la chaquetilla en esta prueba, pasando a la final en primer lugar con Ana, que ya había manifestado que le gustaría llegar con todos los demás. Pero hasta ahí el enfrentamiento.Luna, Alberto e Iván pasaron a la siguiente prueba para disputarse el último puesto en la final. En el Bohío de Pepe Rodríguez, miembro del jurado, reabierto para la ocasión, la prueba de exterior consistió en que cada uno de los tres concursantes debía cocinar dos platos de un menú compuesto por tres entrantes, dos principales y un postre, que comerían los ganadores y finalistas de las ediciones de Master Chef Junior. Con cosas tan exóticas y sofisticadas como “gazpacho de aceitunas, sopa de hierba y almendras” o “gambas rojas con albóndigas de gambas, azafrán y jugo de sus cabezas” -no de otras-, la chaquetilla de la final fue para Iván.
La gran final fue, pues, entre Iván, Andy y Ana en la cocina circular. Momento lacrimógeno al llegar los familiares -qué nerviosa me ponen estas cosas-, reencuentro con todos los compañeros -ay, qué mal lo paso- y al lío. Me sobran las florituras.El combate final -qué épico el nombre- consistía en crear un menú completo, dos raciones, compuesto de entrante, plato principal y postre en 120 minutos.Una final tediosa, a la que si le quitamos la emocionalidad forzada, los resúmenes y los abrazos, la publicidad poco disimulada y las lágrimas familiares -la farfolla vamos- se nos queda en la mitad.
Ganó Ana y está muy bien porque cae bien, es tranquila, no es agresivamente competitiva. Vamos, es como cuando ganó Rosa en Operación Triunfo o Ismael en Gran Hermano. No hubo gran emoción en los fogones -ni cuando se cayó Andy al suelo- ni se puede decir que fuera algo trepidante -ni cuando los familiares y compañeros animaban desde la grada sobreactuadamente-. Bien, pero no para tirar cohetes. Yo hubiese ahogado a Luna y su histerismo, eso sí y si no lo digo reviento, pero poco más. No negaré que a lo mejor es cosa mía el sopor, que tantos años después sigo sentándome a ver un talent show esperando ver talento y esperando ver show. Qué literalista, qué optimismo. Y al final acabo viendo, uno tras otro, el mismo episodio y la misma final. Da igual si cocinan, diseñan, cantan o tejen calcetines. ¿Para cuando uno en el que de verdad lo que se prime sea eso que cada uno de ellos sabe, o debería saber, hacer? Eso sí, el jurado cada vez me gusta más. Y ya es difícil. Yo les premiaría a ellos.
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