Basilea 2025

Eurovisión no quiere divas

Melody quedó antepenúltima con una impecable actuación en un festival que ganó Austria

Melody from Spain reacts as she arrives for the Grand Final of the 69th Eurovision Song Contest, in Basel, Switzerland, Saturday, May 17, 2025. (AP Photo/Martin Meissner)
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Hay pocas cosas en la vida tan difíciles como sobrevivir a uno mismo. Sobre todo, cuando todo hijo de vecino te encumbró y te dilapidó a la vez como la niña de los gorilas sin opción a réplica. Y cuando Eurovisión podría haberle añadido otra capa de casposidad, Melody se reivindicó. A sí misma y a todas esas divas sin cartel que se hacen las carreteras comarcales para tocar en las fiesta patronales de un pueblo de Soria o para animar las noches de un hotel de dos estrellas en Benidorm. Currantas a las que dignifica Melodía Ruiz Gutiérrez, la de los apellidos corrientes y el talento ovacionado. A golpe de helicóptero tan desmelenado como terapéutico con un barroquismo controlado que ratifica que, en su caso, más es más. Con una sobredosis de profesionalidad y un derroche de voz a la que no se puede reprochar ni un solo gorgorito. Alíñese todo con esa capacidad para mofarse de su propio meme y de sus conversaciones magistralmente fabuladas con Lady Gaga -of course- y su prima Katy hasta convertirse en la participante más ovacionada por los periodistas y los eurofans. Con más fuerza que un huracán.

Ella es una diva en sí misma, la penúltima folclórica de pata negra que mereció más. O al menos supieron a castigo los 37 puntos que la sepultaron antepenúltimos de los 26 países que conformaron la final del festival de Eurovisión celebrado en Basilea. España recibió solo 10 puntos del televoto y 27 de los jurados profesionales de Albania (10), Francia (5), Azerbaiyán (5), Malta (5), Suecia (2).

Se llevó el gato al agua el soprano austriaco JJ con su dramática balada ‘Wasted love’, con 436 puntos, al que siguió la israelí Yuval Raphael, superviviente del ataque de Hamás al festival de música Nova que desató el actual asedio a Gaza.

El añejo certamen dejó tras de sí mucho material para el contenedor amarillo. Porque el látex y el plexiglass se apoderó de tantos ‘looks’ que por momentos pareciera que alguno pudiera salir ardiendo salpicado por esas llamaradas y fuegos artificiales como los que amenazaron a la banda islandesa, a los albaneses de nombre impronunciable y a Gabry Ponte, de San Marino. Otras llevaban el plástico inyectado a tal profundidad que no se sabía si lloraban o reían, si gemían o entonaban. Cosas del bótox que nunca podrá corregir el desafine. Véanse las princesas británicas de Cobocalleja. Van a acabar peor que Amaia Montero y Leire Martínez. O que Sonia y Selena. Cuestión de ácido hialurónico (léase como se quiera) en el caso de la polaca. Al igual que la finesa Erika Viklman, con su micrófono superdotado y despechado a lo Yola Berrocal y la maltesa Miriana Conte, a la que cuesta imaginar abrazando olivos como las Pombo sirviendo lo suyo.

Si no fuera porque está en una isla perdida de Honduras, juraría que Pelayo Díaz con exceso de oxigenación en su melena era el representante ucraniano. Tan inquietante como esas ninfas agónicas letonas que amenazan con aparecerse a de madrugada en el descansillo del tercero izquierda a modo de Flos Mariae antes de dividirse en Maria's Pop y 4HBD.

También quedó claro que, cuando Suecia se toma en broma el festival, lo materializa más en serio que nadie. Porque cualquiera no se puede permitir el lujo de marcarse un Chikilicuatre y salir airoso montándose una sauna a lo ‘Supercalifragilisticoespialidoso’ en versión ‘Bara bada bastu’. Al igual que ese Espresso Macchiato de Estonia, que quedó tercero y amenaza con no abandonar el bulbo raquídeo del populacho al menos hasta después del Corpus. En el ocurrente sketch que reclamaba café para todos solo faltaban Carmen la Marchosa y Noemí Argüelles.

Capítulo aparte para el cupo de temas a los que les sobraban dos minutos y medio de los tres minutos que pone como tope la organización para que dure cada actuación. Lituania, Portugal, Noruega, Italia… Añadan unos cuantos más, como la rave germana.

Y por si a alguien se le olvidaba, Eurovisión nació como un certamen de música. Menos mal que estaban ahí para recordarlo, cada uno en su estilo, la danesa Sissal, la suiza Zoe Me, el armenio Parg, el holandés Claude y la griega Klavdia -en realidad era la sustancia de Nana Mouskouri- Mención aparte la gala Louane. Ya lo decía Uribarri: “Cuidadito con las baladitas francesas que saben cómo colocarse en lo más alto”.

Entretanto, Televisión Española decidió no buscarle las cosquillas del todo a la Unión Europea de Radiodifusión a costa de la representante israelí. Al prologar a la artista en la semifinal, los locutores Julia Varela y Tony Aguilar pusieron el foco en los muertos en Gaza y aquello no gustó. La UER amenazó con una multa y en la noche de la final, los comentaristas eludieron cualquier polémica con una presentación tan lineal como áspera. Eso sí, justo antes de iniciar la emisión del festival, a través de unos rótulos en blanco sobre negro, la cadena pública lanzó su zarpazo anti Netanyahu.