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"La Promesa" entra en ebullición: Curro estalla, Lorenzo responde, y todo salta por los aires

Una figura pintada revoluciona el equilibrio del palacio y saca a la superficie todo lo que la familia y el servicio habían enterrado

"La Promesa" entra en ebullición: Curro estalla, Lorenzo responde, y todo salta por los aires RTVE

En la exitosa serie de RTVE no puede darse nada por sentado. Esta semana, en "La Promesa", basta un retrato para que se desate el caos. Esta semana, la llegada de un paquete firmado por Cruz —con su rostro inmortalizado al óleo en versión hiperrealista— no solo altera la decoración del palacio, también reanima heridas mal cerradas, tensiones dormidas y un surtido completo de traumas con nombre propio. Señores y criados coinciden por una vez: el cuadro incomoda. Demasiado. Lo suficiente como para hablarle, temerle… o romperlo en mil pedazos.

Y eso es justo lo que ocurre. Cuando el lienzo aparece destruido, el desconcierto da paso al juego de las sospechas. Alonso busca un culpable, aunque lo que realmente teme es lo que el retrato representaba. Para Petra, es un eco mudo de una época sin retorno. Para Manuel, una madre a la que no puede olvidar, ni del todo odiar. Y en ese punto de fragilidad, todo empieza a temblar.

Pero el arte no es el único detonante de crisis. La tensión entre Curro y Lorenzo alcanza el punto de no retorno con un golpe seco, de esos que no solo duelen al que lo recibe. La violencia física irrumpe en una serie acostumbrada a las puñaladas verbales y, esta vez, no hay forma de suavizarlo. Alonso, sin saberlo todo, se posiciona. Y el ambiente, ya de por sí espeso, se convierte en una olla de presión. Lo que antes se insinuaba, ahora se dice a gritos.

Mientras tanto, Cristóbal sigue reordenando La Promesa como si fuera su escritorio personal. Cambia horarios, prohibe nombres (mención a Rómulo, ni pensarlo) y redistribuye privilegios con una mezcla de precisión militar y ceguera emocional. Pía, que intenta encontrar un nuevo equilibrio con Ricardo tras desvelar su verdad más íntima, queda atrapada en medio de este nuevo régimen de normas sin afecto. Y Lope, ascendido y descendido como en un juego de mesa, vuelve a vestir el uniforme de lacayo con una resignación que no disimula su rabia.

En paralelo, las tramas del corazón tampoco dan tregua. Catalina y Adriano se distancian a pasos agigantados, mientras Martina busca consejo donde ya no queda complicidad. María Fernández vive entre la esperanza de recibir noticias de Samuel y la certeza de que ha desaparecido sin más. Pero en "La Promesa" todo puede cambiar en un parpadeo. O con una aparición inesperada… aunque no sea la que ella imaginaba.

Y sí, hay pequeños momentos de luz entre tanto nudo. El vínculo entre Toño y Enora se fortalece, y hasta hay espacio para un gesto romántico que equilibra tanta tirantez. Pero incluso esos gestos —dulces, sencillos— parecen fuera de lugar en una casa donde cada habitación guarda una guerra silenciosa. La Promesa ya no es el refugio de antaño. Es un campo minado de emociones, donde cada paso se da con miedo y cada decisión, por pequeña que parezca, puede ser el comienzo de una tormenta.