Entrevista
Álex Pina: "'El refugio atómico' no es una serie de catástrofes, en el fondo hablamos de experiencias universales"
Álex Pina y Esther Martínez Lobato, creadores de 'La Casa de Papel', regresan a Netflix con 'El refugio atómico', en la que encierran a un puñado de ricos en un búnker subterráneo ante el inminente apocalipsis
Pocas duplas creativas en nuestro país pueden presumir de tantos éxitos como Álex Pina (Pamplona, 1967) y Esther Martínez Lobato (Soria, 1976). «Los Hombres de Paco», «Vis a vis», «Sky Rojo» y, por supuesto, «La Casa de Papel», con la que dieron la gran campanada global y lograron un Emmy Internacional. Ahora se han vuelto a reinventar con «El refugio atómico», serie apocalíptica de la mano de Netflix que llegó a la plataforma de la ene roja el pasado 19 de septiembre. Hemos charlado con ellos.
Han estado detrás de series muy exitosas como Los Serrano, Los Hombres de Paco, Vis a Vis o El Barco. ¿Creen que han logrado conectar de forma especial con el espectador español promedio?
Esther Martínez Lobato: Sinceramente, lo único que busco al escribir es ser honrada conmigo misma. Yo no puedo saber qué le gusta a cada espectador ni qué parte de La Casa de Papel ha conectado con cada persona. Lo único que manejo es si a mí me divierte, me interesa y puedo firmar el trabajo con honestidad, sintiendo que me lo he pasado bien haciéndolo. Cuando escribimos comedia nos reímos mucho, y cuando escribimos drama nos emocionamos y hasta se nos humedecen los ojos. Vivimos la escritura poniéndonos también como espectadores. En el pasado, cuando trabajábamos con la presión de tener que alcanzar determinados públicos o audiencias, intentábamos conectar con un espectador que no éramos nosotros, y eso te hace perder el control. Por eso, yo solo puedo conectar de verdad con lo que me emociona a mí, en mi casa, escribiendo a las seis de la mañana. Esa es la dirección que suelo tomar.
Álex Pina: Creo que lo que tenemos es mucho oficio. Intentamos hacer series ágiles y divertidas, siempre jugando con híbridos de géneros: cuando estás en plena emoción, pasamos a la comedia o a la acción. Esa mezcla mantiene el ritmo y evita el aburrimiento. Trabajamos mucho los guiones: empezamos con 90 páginas y los reducimos a 40, cortando sin parar. Y luego seguimos recortando en postproducción. Esa autocrítica constante es lo que nos permite comprimir y quedarnos con lo esencial. En el fondo, se trata de aplicar lo que a nosotros mismos nos gustaría ver como espectadores.
En El Refugio Atómico gran parte de la acción transcurre en un mismo espacio cerrado. ¿Cómo influyó esa limitación a la hora de escribir y desarrollar las tramas?
Esther: Esa limitación, en realidad, es muy agradecida para el escritor. Cuanto más definidos están los límites —el espacio, los personajes—, más claras tienes las reglas del juego y más puedes invertir la energía en otros aspectos. En nuestro caso, nos gusta mucho desarrollar a los personajes, colocarlos en situaciones imprevistas y hacer que cambien, que no sean quienes parecen ser. El hecho de congregarlos en un espacio cerrado y claustrofóbico, del que no pueden salir, genera que esos personajes —los ricos que fuera del búnker lo tenían todo— empiecen a comportarse de manera inesperada, creando nuevas dinámicas de comportamiento. Y el espectador se convierte en cómplice de ese juego, viendo cómo las piezas se mueven en un tablero muy acotado.
Álex: En este caso, el primer capítulo era muy grande: tenía más de 60 jornadas, con muchas secuencias y localizaciones, y el último también se abre hacia fuera, incluso en Tailandia. Pero la mayor parte de la serie transcurre en interiores, y ahí nos sentimos muy cómodos. Trabajar en un espacio cerrado obliga a introducir “bombas de relojería” en la narrativa y a cambiar de género dentro de ese mismo lugar. Eso mantiene la tensión y evita la monotonía. Además, era imposible sostener el nivel de producción del primer y el último capítulo en toda la serie, así que esa concentración espacial fue también una solución natural.
El género postapocalíptico está muy presente hoy en día, con ejemplos recientes como Fallout o Silo. ¿Qué les atrae de este género y cómo surgió la idea de darle la vuelta con ese giro tan particular que tiene la serie?
Álex: Queríamos utilizar el apocalipsis como excusa para contar otra historia, mucho más lúdica. Desde el principio nos alejamos de la visión árida o catastrofista: no es una serie de catástrofes, sino de las personas que viven en el búnker. La serie juega con la comedia negra, con una ironía canalla y mucha mala leche, lo que la separa de muchas ficciones postapocalípticas. Es una historia de personajes excesivos, como también ocurre en Fallout, pero tratados con una dimensión narrativa muy distinta. En realidad, es un híbrido de géneros, una especie de matrioshka: empiezas en un lugar y vas cambiando de tercio y de tono. Eso convierte el viaje en algo sorprendente para el espectador, porque nunca sabe dónde va a terminar.
Esther: La verdadera lucha por la supervivencia no está en la bomba que estalla fuera, sino en los bombazos emocionales que estallan dentro del búnker: cómo sobrevivir a la convivencia con esa gente.
Más allá del andamiaje de ciencia ficción y fin del mundo, la serie es sobre conflictos familiares y personales. ¿Qué les atraía más como creadores: la trama tecnológica o la parte más universal de los personajes? ¿Y cómo lograron equilibrar esos dos niveles?
Álex: Siempre vertebramos nuestras historias, por muy high concept que sean, en conflictos emocionales reconocibles. El espectador conecta con lo que le resulta cercano: la paternidad, el amor, las relaciones. Cambiamos los entornos y los llevamos al extremo —en este caso, el fin del mundo—, pero en el fondo hablamos de experiencias universales. Y aquí, además, lo hacemos con esa ironía y mala leche con la que retratamos a los ricos.
Esther: Conciliar esos dos mundos es precisamente el sentido del búnker, que funciona como una caja de experimentos. Ahí metemos a personas que fuera tenían vidas fabulosas y millones, pero donde el dinero ya no vale y las distracciones no existen. En ese encierro tienen que empezar a relacionarse de otra manera, y se convierte en un terrario perfecto para observar cómo se comportan.
En la serie hay un plan muy estructurado y también un personaje, del que no diremos mucho, con una habilidad casi omnipotente para resolver situaciones. ¿Cómo trabajaron estos elementos sin caer en giros forzados o inconsistencias de guion?
Álex: En el caso de Roxanne, la concebimos como un personaje que ya forma parte de nuestra realidad. Hace poco leí que una cuarta parte de las adolescentes cuentan sus problemas a ChatGPT, algo que antes se reservaba a un amigo o amiga. Eso me sorprendió mucho: estamos más cerca de Her que de la adolescencia que conocimos nosotros. La inteligencia artificial ha llegado para quedarse, y nos atraía la idea de darle esa voz de Michelle Jenner, tan inocente y transparente, pero al mismo tiempo inquietante. Roxanne tiene, en el fondo, algo de villana, y esa ambigüedad es la que nos gusta trabajar en todos nuestros personajes.
Esther: Además, Roxanne asiste de forma impune a cualquier conflicto, y eso ya está pasando: está en todas las casas, en todos los teléfonos. Lo preocupante es que todavía no somos del todo conscientes de lo que significa: qué decimos, para qué sirve, qué material sensible estamos compartiendo sin cuestionarlo. En ese sentido, Roxanne es una bomba de relojería más dentro del búnker.
De todos los personajes de la serie, incluidos los secundarios, ¿con cuál se divirtieron más escribiéndolo y por qué? Yo tengo mi apuesta interna, pero díganme.
Esther: La verdad es que cada personaje resulta extremo y sorprendente: los que entran como corderos se convierten en lobos, y los que parecen lobos muestran humanidad. Creo que logramos engancharnos con todos, porque es una serie muy coral, incluso con personajes a los que no pudimos dedicar tanto espacio. Cada uno tiene su momento, su secuencia o su trama en la que abre el corazón —sea mezquino o no—, y ahí conectamos de una manera íntima. Con algunos nos divertimos, con otros nos emocionamos y con otros vivimos más la aventura.
Álex: Los personajes excesivos siempre son muy estimulantes de escribir. Minerva, por ejemplo, en algunos momentos casi es un Joker. También hay personajes absolutamente detestables, y eso es muy interesante para trabajar. La riqueza de la serie está en que combina muchos géneros: pasamos del romanticismo adolescente a lo más apocalíptico. Esa variedad hace que escribirla sea divertido, porque trabajar siempre en un único género terminaría aburriendo.
Mi apuesta era el de Vito Sanz, Nano Parker
Ambos: (risas) Pues sí podría ser. Es un buen ejemplo de uno de esos con los que nos hemos reído mucho.