Toros

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Feria de Otoño: escala de grises en tarde nublada

Deslucido encierro de Adolfo Martín en el reencuentro de Escribano con la divisa tras la cornada grave de San Isidro y en la que solo Curro Díaz saludó

Manuel Escribano recibió a portagayola a sus dos toros en la Monumental de Las Ventas / Efe
Manuel Escribano recibió a portagayola a sus dos toros en la Monumental de Las Ventas / Efelarazon

Deslucido encierro de Adolfo Martín en el reencuentro de Escribano con la divisa tras la cornada grave de San Isidro y en la que solo Curro Díaz saludó.

Las Ventas (Madrid). Sexta y última de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de la ganadería de Adolfo Martín. 1º, parado, a la espera y sin querer pasar; 2º, de buena condición pero sin fuerza; 3º, de corto recorrido y orientado; 4º, buen toro; 5º, va y viene, de media arrancada y sin entrega; 6º, medio viaje y a menos. Tres cuartos de entrada.

Curro Díaz, de azul y oro, estocada caída y tendida, descabello (silencio); pinchazo, estocada desprendida (saludos).

López Chaves, de berenjena y oro, cuatro pinchazos, aviso, estocada (silencio); pinchazo, estocada baja (silencio).

Manuel Escribano, de catafalco y oro,estocada (silencio); estocada (silencio).

Escribano volvió a Madrid con la de Adolfo como demostración de que las heridas se curan por fuera, y con más gravedad, por dentro. Sin males ni aspavientos. Regresó a Otoño con el mismo hierro que nos sofocó allá por mayo, la tarde en la Roca Rey se medía con Adolfo y Escribano se llevó la peor parte con una herida de guerra de las duras. Y regresó como siempre para atravesar la plaza de lado a lado con un único destino: la puerta de toriles. Fue una espera amarga. Salió disperso el toro, a su aire restando por segundos oxígeno al torero, y a todos, en ese tú a tú del infierno pasamos miedo, se frenó el de Adolfo, escarbó y cuando decidió ir a por el bulto que hacía rato andaba por allí ya no había espacio para todos y el torero, a pesar del cuerpo a tierra, resultó cogido. Ileso, Repuesto. Siguió. Las banderilleras, recortando el toro una barbaridad, no le trajeron nada bueno. Quedaba todo por hacer. La faena contó con todos los argumentos de la firmeza del de Sevilla y la cortedad del viaje y lo orientado del toro. Ni uno quería por arriba y presto se revolvía. Mató pronto. De nuevo cruzó la línea de fuego y se fue a toriles con el sexto. Por suerte resolvió con más facilidad y así las banderillas. Escribano es un torero honesto donde los haya y se justificó. Lo intenta siempre. Con la muleta no acabó de acoplarse con un toro de corto viaje y al paso que puso fin con una estocada. Así cerrábamos la tarde de una escala de grises que acabó por nublarse ante la falta de toro primero y de toreo después. Tan solo Curro Díaz logró una ovación en toda la tarde y eso que antes se las tuvo que ver con un toro de los que quitan el hipo solo con verle. Un trago indecible tenía el animal de pitón a pitón. Era el primero e imposible pensar en otra cosa desde que salió de toriles que no fuera en cómo sería posible entrarle a matar con esa armadura por delante haciéndole frente. Al de Adolfo le faltó empuje y se mantuvo siempre a la espera en la muleta de Curro Díaz, sin querer pasar y avisando de que de querer hacerlo era con peligro, sin claridad de ideas. Lo cazó a la primera después. Milagro obrado. Ya era mucho. Le recompensó el destino con el cuarto, que tuvo buen son, embestía muy despacio, ahí había que tragarle, en esos tiempos hasta que le veías metido en la muleta, pero después la arrancada era buena. Lo supo Curro Díaz, que quiso hacer el toreo desde el principio y lo logró por momentos. Lástima que se le ensuciara demasiadas veces la faena. Un pinchazo precedió a la estocada. Lo más notable de toda la tarde.

De buena condición, pero sin fuerza fue el segundo y eso si lo combinamos con la divisa de Adolfo es un coctel no asumible en Madrid. Se protestó al toro antes y durante, a pesar de que López Chaves imprimió temple a la faena no era eso lo que se buscaba. Nunca, pero menos si lleva el hierro de uno de los cárdenos. Descastado el quinto, que iba y venía a media altura y de corto recorrido, con poco que decir. Y así la faena del salmantino que, aunque quiso, estaba condenado de antemano. Alargar el espectáculo con estos mimbres no lleva a nada bueno que no se llame aburrimiento.

Final gris por dentro y por fuera para el cierre de Otoño. Una escala de grises que acabó por nublarnos.