Zaragoza

La calidad de Talavante, más allá de las orejas

Una gran faena del extremeño, premiada injustamente con una sola oreja, marca las diferencias en un mano a mano que López Simón resolvió con entrega y un trofeo

Natural de Alejandro Talavante a su segundo toro, un sobrero de Puerto de San Lorenzo
Natural de Alejandro Talavante a su segundo toro, un sobrero de Puerto de San Lorenzolarazon

Plaza de toros de Zaragoza, séptima corrida de la feria del Pilar.Toros de distintas ganaderías. Talavante lidió sendos sobreros de El Pilar (1º), justo de todo, y Puerto de San Lorenzo (3º), de correcta presencia, noble y con escaso fondo; y un titular de Domingo Hernández, bastote y con buena movilidad. Por su parte, López Simón lidió tres toros de Vellosino, los de más volumen y seriedad, justos de raza y manejables.Más de tres cuartos de entrada.

Alejandro Talavante, de azul rey y oro: estocada desprendida (silencio); tres pinchazos, media estocada tendida y cuatro descabellos (silencio); estocada muy tendida y descabello (oreja, que no recogió, con fortísima petición de la segunda y dos vueltas al ruedo).

López Simón, de grana y oro: pinchazo y estocada delantera (oreja); pinchazo hondo y estocada desprendida (ovación tras petición); estocada baja delantera y descabello (ovación tras petición de oreja).

En este desigual mano a mano de cierre de temporada, una especie de final de campeonato en que cada equipo jugó con sus propios balones –léase con sus propios toros– sin dejar lugar al azar del sorteo matutino– fueron precisamente los toros los que fallaron. Ni los descastados torancones de Vellosino que embarcó López Simón ni los más terciados y pobres de cara de Garcigrande que eligió Talavante estuvieron a la altura de la cita.

Tal es así que los dos primeros del extremeño, flojos o lesionados, hubieron de ser sustituidos por sendos sobreros que poco más aportaron, y que no dejaron desarrollar a Talavante más que una, para los animales, balsámica suavidad y soltura de brazos.

Hasta que salió el quinto por chiqueros, el marcador del duelo era claramente favorable para López Simón, que había hecho valer ante sus descastados pèro manejables «vellosinos» su fresca determinación, la que le hizo sacar lo mejor de ambos en un alarde de quietud, insistencia y habilidad técnica, suficientes para arrancarle un trofeo más que merecido.

Tuvo que ser el quinto, un mostrencón de Domingo Hernández que flojeó de salida y al que Juan José Trujillo clavó dos inmensos pares de banderillas, el que cambiara las tornas. Porque cuando tocaron a matar se le vino con alegría de punta a punta de la plaza hasta la muleta de Talavante, que dio un vuelco al corazón de la plaza saludándolo con una inesperada y escalofriante arrucina por la espalda.

Esa suavidad de la que hizo gala toda la tarde le sirvió esta vez al de Badajoz para ayudar al toro a ir a más y a mejor, aunque no más largo en sus medidas embestidas. Pero ni eso fue excusa para que Talavante se dejara ir con el pecho detrás de cada una de ellas, con esa carismática facilidad que hace aflorar en los momentos más inspirados.

Rugió la plaza como nunca antes lo había hecho, en cada natural, en cada larguísimo pase de `pecho, en los adornos inspirados y en un hondo cierre por ayudados por bajo antes de que el torero se tirara a matar o morir, chocando contra los pitones, para amarrar el triunfo que marcaba las diferencias.

La estocada quedó muy tendida, y a eso se agarró el presidente para llevarle la contraria a la inmensa mayoría y no conceder la segunda oreja. Pero como la calidad no se mide por trozos de carne con pelos, Talavante declinó incluso recoger la concedida para dar dos clamorosas vueltas al ruedo en las que los decibelios de las ovaciones fueron el verdadero juez de este pulso entre toreros dispuestos.