Televisión

La imposibilidad de una parodia

Concebido como sátira de Donald Trump, el cartoon «Animado presidente» resulta redundante y pasa por alto su lado más monstruoso

Aparición de Donald Trump en la serie «Animado presidente» / Efe
Aparición de Donald Trump en la serie «Animado presidente» / Efelarazon

Concebido como sátira de Donald Trump, el cartoon «Animado presidente» resulta redundante y pasa por alto su lado más monstruoso.

¿Cómo se hace sátira de Donald Trump? Presencia constante en los titulares informativos, el presidente de Estados Unidos es un hombre increíblemente difícil de parodiar porque, en realidad, su estúpida figura y su errático comportamiento lo convierten en algo parecido a una autoparodia andante y parlante. Ni el más afilado de los cómicos sería capaz de urdir chistes a la altura de, por ejemplo, las insensateces que el propio Trump tuitea o que, en el peor de los casos, convierte en leyes. Y ese posiblemente sea el más inquietante de los retos a los que se enfrenta «Animado Presidente», la serie cocreada por el «entertainer» y analista político Stephen Colbert – como prolongación de los segmentos de animación surgidos en 2016 en su programa televisivo «The Late Show with Stephen Colbert» – que ahora llega a Movistar Plus.

Una forma rápida de entender la nueva ficción es imaginarse a Peter Griffin sentado en el Despacho Oval. Dicho de otro modo, el objetivo de Colbert es dejar clara la agresiva idiotez de un hombre apenas apegado a la realidad e incapaz de pensar en nadie que no sea él mismo; un tipo que sobrevive a base de comida rápida, que sigue obsesionado por su victoria electoral y que es incapaz de mantener una idea en la cabeza durante más de 15 segundos. En el proceso, «Animado Presidente» se ríe también de la disfuncional relación que Trump mantiene con la prensa, con los Demócratas y con su propio partido.

Precisamente, esa simpleza –los hijísimos Donald Jr. Y Eric, en particular, funcionan como réplicas de Beavis y Butthead- es el principal motivo de la falta de eficacia cómica que «Animado Presidente» aqueja, pero en ningún caso el único. Un buen número de «gags», asimismo, exigen más conocimiento de la administración Trump del que se le supone a un espectador medio, especialmente en nuestro país; y buena parte de su humor se apoya en detalles tan trillados como el ego de Trump y su adicción a la tele a pesar de que, a juzgar por el uso que hacen de ellos, Colbert y su equipo parezcan convencidos de ser los primeros en hacer esos chistes.

Peor aún, «Animado Presidente» es que parece sugerir que lo más ofensivo de su protagonista son su arrogancia y su bronceado de pega y su barriga, y no la retahíla de cosas terribles que ha dicho y hecho. En otras palabras, hay una diferencia clara entre el Trump real y la caricatura animada que aquí se ofrece de él: el uno es un lunático inmoral y repulsivo, y el otro es un inofensivo bufón. Y esquematizar así a un hombre que se dedica a dividir familias y poner en peligro la salud y la vivienda y las vidas de sus ciudadanos a través de las medidas que implementa es, se mire como se mire, hacerle un favor. «Hay quien tiene miedo de que esta serie me humanice», dice el propio presidente en el prólogo del primer episodio, y el gran problema de la serie es que eso es precisamente lo que acaba haciendo. Que sus responsables sean conscientes de ello, por otra parte, es algo que no está tan claro.