Estreno

La sátira malentendida

De izq. a dcha., Jasmine Mathews, Brendan Scannell, Melanie Field, Grace Victoria Cox y James Scully
De izq. a dcha., Jasmine Mathews, Brendan Scannell, Melanie Field, Grace Victoria Cox y James Scullylarazon

asta la fecha, «Heathers» no lo ha tenido fácil. El pasado 28 de febrero, una semana antes del que iba a ser su estreno mundial, sus productores anunciaron que lo posponían de forma indefinida a causa del tiroteo en un instituto de Parkland (Florida) que días atrás había acabado con la vida de 14 menores de edad y tres adultos; después de todo la nueva serie es un «remake» de «Escuela de jóvenes asesinos» (1988), la historia de dos amantes adolescentes que asesinan a las chicas más populares y abusonas del instituto, todas ellas llamadas Heather. Pero los problemas de «Heathers» habían empezado antes, con los feroces ataques vertidos sobre sus primeros episodios por parte de la prensa especializada. Según estos, por ejemplo, la serie funcionaría a la manera de una fantasía reaccionaria con la que contentar a quienes creen que la sociedad ha ido demasiado lejos en pos de la aceptación de las minorías sociales, sexuales y raciales y por tanto desearían ver la heteronorma restaurada; para entendernos, el entretenimiento ideal para gente como votantes de Trump y miembros de organizaciones como Hazte Oír. Pero, ¿es eso lo que es realmente?

Cambio de sentido

«Escuela de jóvenes asesinos «(1988), recordemos, fue una de las películas más influyentes de los 80 gracias a su ironía venenosa, su violencia ingeniosamente exagerada y su meticulosamente suministrada mala baba; una comedia negra como el gaznate de un lobo y que derrochaba incorrección política. Y hoy vivimos en un mundo en el que la ironía y la incorrección política están cada vez peor vistas.

«Heathers» es menos un reboot de la película que una inversión, en tanto que reemplaza el trío original de «Heathers» –todas ellas blancas, ricas y físicamente perfectas– con uno compuesto por una Heather gorda, otra negra y lesbiana y otra de género no binario. En ella, pues, los «bullies» son personas con identidades tradicionalmente marginalizadas, y los jóvenes blancos heterosexuales son víctimas que deciden rebelarse contra esos opresores. Es por eso que muchos han querido verla como una diatriba contra el progresismo social, una defensa de la necesidad de que la gente normal –léase gente blanca y heterosexual– vuelva a poner a la gente que no es normal –léase gente no blanca y no heterosexual– en el sitio que les corresponde.

Asimismo las críticas señalan que, al retratar con intención cómica una juventud para la que las identidades minoritarias son como galones que aportan popularidad y autoridad –un mundo, pues, en el que es mejor ser negra y lesbiana que solo negra–, la nueva serie se ríe de que los jóvenes hayan perdido el miedo a expresar esas identidades; y lamentan que en general se mofe del sector demográfico al que se dirige: aquí los adolescentes son retratados como sociópatas, o narcisistas, o hipócritas para quienes el activismo social se reduce a conseguir más seguidores en Instagram.

Lo que esos ataques no han querido o no han sabido ver en Heathers es que en realidad muestra una actitud progresista en asuntos de clase, raza e identidad sexual, pero lo hace desafiando ese mandamiento de la ortodoxia progresista según el cual está prohibido hacer chistes a costa de las minorías. Eso la convierte en una ficción enormemente subversiva, y digna de admiración por ese motivo.

Ahora bien, ¿significa eso que es una buena serie? De ningún modo. Sus personajes se comportan de forma totalmente inverosímil, y los actores que los encarnan son terribles. Asimismo es una ficción carente por completo de brío cómico, cuyo intento de emular el tono sardónico de la película en la que se basa resulta en una retahíla de chistes malos, «gags» facilones y caricaturas toscas. La línea que separa lo afiladamente satírico de lo simplemente estúpido está hecha de matices, y «Heathers» no posee ninguno de ellos.