Cantabria
Pequeña guía práctica con miradores, historia y gastronomía en los Picos de Europa
En la sencillez de las montañas no hace falta complicarse. Esta pequeña guía te empujará a dar los primeros pasos en los Picos de Europa, antes de que tú encuentres los rincones donde crearás nuevos recuerdos
Fue almorzando en un mesón de Andrín con mis padres, yo apenas tendría seis o siete años. El dueño del local quedó en mis recuerdos de niño como una barba espesa y cana, dos ojos grandes escondidos tras las gafas de cristal grueso, dos manos fuertes que estallaban de pura expresividad. Barba, ojos y manos son mis recuerdos de este buen hombre que no volví a ver, y una frase, cuyo contexto todavía ignoro: “Y tras cuatro horas de camino, allí estaba el maldito... ¿lo entienden? Caminas cuatro horas buscándolo y... ¡ZAS! Aparece El Naranjo.” Tan pequeño y sentí centésimas de envidia por la pasión en su voz. Yo también quería caminar cuatro horas y cansarme, insultar a una montaña y después postrarme delante de ella pidiéndole su bendición. Quería encontrar momentos con la graduación de intensidad que había tenido la visión del Naranjo de Bulnes en aquél mesonero.
Los años corrieron torpes y busqué esos momentos. Me alegra saber que vinieron. Y vi la cima plana del Naranjo de Bulnes y brindé al verlo por el recuerdo del mesonero. Esta magia es la que rodea al visitante y le zambulle cuando sus pies encuentran los Picos de Europa. Es un tipo de magia arcaica, de paz, serenidad y una sensación de pequeñez frente a la inmensidad de sus montañas.
Los miradores
El mirador del Puerto de Panderruedas se encuentra a escasos kilómetros de Posada de Valdeón, a medio camino por la carretera que viene desde Riaño, y además de contar con un excelente aparcamiento y su correspondiente área de descanso, las vistas del valle de Valdeón y el Macizo Occidental de los Picos de Europa son sobrecogedoras. Roca y bosques confluyen en él, recompensando al visitante con el mejor descanso de la conducción que uno podría desear.
El mirador de la Cruz de Priena, en Cangas de Onís, responde como el mirador más espiritual. Coronado por la sencilla cruz de hierro que le da nombre, permite descubrir entre los árboles, como un cuento a medio leer, la basílica de Covadonga. Infunde valor. Retrasa nuestra memoria hasta los primeros pasos de nuestro país, a la valentía y la tozudez antes de darnos por vencidos. Sería oportuno subir hasta aquí antes de conocer la basílica.
Alcanzar el mirador de Ordiales exige ciertas dosis de esfuerzo. No basta coger el coche y cambiar de marchas el número de veces que haga falta hasta llegar a los 1.691 metros de altitud sobre los que se sitúa. Se necesitan más bien, botas, un bocadillo y espíritu luchador. Paso a paso, hasta que los ojos se limpien el sudor y vislumbren el valle de Angón, la zona de Sajambre, el Parque Natural de Redes y el mar Cantábrico y, por qué no, casi Asturias entera. Los escaladores más experimentados pueden lanzar una moneda al aire y terminar la ascensión de la montaña desde el mirador.
Desde el mirador del Pozo de la Oración, podría verse muy chiquitito el Naranjo codiciado. Es más sencillo acceder a él que a los otros, basta conducir por la carretera que lleva a Poo de Cabrales, bajar del coche y asentar los dos pies en la tierra. Los ojos ven prados de verde asturiano, más allá bosques de hoja caduca y pasados estos, zas, el Naranjo. Como una sobredosis de piedra caliza.
La Historia
Estirando el refranero que califica a Asturias como España y lo demás, tierra conquistada, podríamos decir que Covadonga es España. Sin florituras. Entre los Picos de Europa, culebreando por sus cuevas y apoyándose en sus rocas, se enfrentaron las fuerzas de Don Pelayo al invasor musulmán, comenzando así 700 años de rifirrafes por la península que desembocarían en última instancia en el Imperio Español. Sin Covadonga no habría Cristóbal Colón ni Cid Campeador, ni Guerras Carlistas ni trono Borbón, tampoco Lorca, o Cervantes, o Rodolfo Chikilicuatre. No habría paella valenciana, marmitako o gazpacho. Así merece una visita y un agradecimiento si se pasa por la zona. En la Santa Cueva de Covadonga (Cangas de Onís), donde se dice que se refugiaron los hombres de Don Pelayo y rechazaron por mediación de la Virgen la ofensiva musulmana, comienza este paseillo de Historia. Aunque en realidad empieza incluso antes, ya que el poderoso Imperio de Roma tardó casi 200 años en arrebatar estas montañas a los celtas que las habitaron.
Con motivo del 12º centenario de la Batalla de Covadonga, el 22 de Julio de 1918 se declaró Parque Nacional de la Montaña de Covadonga el macizo de Peña Santa, siendo este el primero de España. Los años y lo inevitable terminaron por integrar el resto de los Picos de Europa en el parque, en 1995.
La roca y la hierba son la Historia de este parque, a falta de grandilocuentes monumentos que la señalen, pero sí es útil visitar algunos de los pueblos históricos que lo motean, en cada uno de ellos pueden encontrarse núcleos de leyenda concentrada. A caballo entre Cantabria y Asturias, son de visita indispensable Camaleño, Dobres, Potes, Cangas de Onís y Ribadesella, este último lamiendo el mar Cantábrico.
La comida y la bebida
La razón que convierte los Picos de Europa como uno de los mejores parajes gastronómicos de nuestro país, sería su equilibrio entre mar y montaña. Sin importar a qué local se acuda a comer, mar y tierra se sirven por igual con un mimo refinado, producto de generaciones de cocina y buen trato al producto autóctono. Los embutidos de cerdo recalientan el paladar con agradable armonía pero si es carne lo que se busca, salta a la vista la carne roja, por la intensidad de su color. Carne de vaca, la mejor, alimentada con la hierba fresca que decora las montañas. El pescado, criado por las aguas frías del cantábrico, es tan sabroso que no precisa de sobresaltar ninguno sobre los demás.
Una primera parada casi obligada para los amantes del queso, es la villa de Las Arenas, en el concejo de Cabrales. Todos los meses de agosto celebra un certamen para galardonar el queso cabrales más exquisito, y numerosas tiendas de la ciudad venden este delicioso tipo de queso que, si bien no es para todos los gustos, gusta mucho a los mejores gustos.
De premio en premio, el Ayuntamiento de Villaviciosa organiza cada año un concurso para elegir la mejor fabada asturiana del mundo, participan cerca de un centenar de locales en cada edición y aquí hablamos de las cien mejores fabadas que una boca pueda encontrar. La “Mejor Fabada del Mundo 2019” es (redoble de tambores) la que se sirve en el restaurante La Sauceda de Buelles, en Peñamellera Baja. Porque la vida es generosa cuando le apetece, encaja este bonito concejo entre los Picos de Europa, haciendo perfectamente plausible comer aquí durante una visita a las montañas.
Aunque si mi recomendación sirve de algo, diría que una vez visitados los indispensables, el viajero debería dejarse arrastrar por los riscos y valles hasta encontrar el rastro de olores que le corresponda. Una parada no planeada en cualquier localidad de la zona permite descubrir trazas ocultas a los libros de su gloriosa gastronomía, siempre manteniendo el cariño indispensable por el buen hacer que convierte el instinto, comer, en una pasión, comer en el norte. Animo al lector a lanzarse a la aventura y descubrir estos escondites para sí mismo.
Hablando de bebida no hace falta explayarse ni agotar al lector con obviedades. Se llama sidra, hecha con jugo fermentado de manzana y deliciosa. Siempre queda el cuñado que insiste en escanciarla y derramar el contenido por encima de los comensales pero observar, con el mismo asombro que despierta un ballet ruso, a los profesionales de este arte cuando nos la sirven, potencia sin duda el potente sabor de este brebaje embriagador. Mi favorita es la Valnera, semiseca y sin gas. Pero esto ya es cosa de cada paladar.
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