Viajes

Oropesa, la localidad manchega donde las princesas valen su peso en oro

Encajonada en su colina junto a la A-5, esta localidad histórica es hogar de leyendas inverosímiles, gobernantes despiadados y castillos inexpugnables

Colegio de Jesuitas en Oropesa.
Colegio de Jesuitas en Oropesa.Alfonso Masoliver

Cada vez que recorremos la Carretera de Extremadura sentimos el gusanillo. Íbamos en el coche escuchando cualquier canción y de improviso, como una bruma, se deslizan por las rendijas de nuestra ventanilla una serie de olores, sensaciones y voces que se nos enganchan al corazón. No podemos evitarlo. Ni siquiera comprendemos por qué ocurre, ocurre y nada más, como tantas cosas en la vida que no entendemos con claridad. Yendo hacia Madrid, a nuestra izquierda, una sierra de dientes de piedra con las puntas blanqueadas se levanta adormilada y teñida por el tono azul del horizonte, estática, inamovible. A nuestra derecha asoma un castillo sobre su colina, jugando infantilmente a competir con la solidez de aquellos dientes. A nuestra izquierda, la Sierra de Gredos, motivo de naturaleza y pinceladas de Historia. A nuestra derecha el Castillo de Oropesa, que murmulla las mil historias que ahora atenazan nuestro pecho desprevenido.

Casi reyes son virreyes

Una de las maravillas que pululan por nuestro país podría ser la riqueza cultural que representan algunas localidades pequeñas. Hoy las encontramos allí, en el marco de la carretera, pero en el momento en que nos atrevemos a zambullirnos en ellas, manejados por aquella sensación inevitable que nos robó el aliento, descubrimos un batiburrillo de personalidades dignas de una película, tradiciones tan resistentes como una montaña, edificios de piedra parda y erosionada cuya historia ocuparía más líneas que las de casi cualquier monumento estadounidense. Y somos unos afortunados por ello.

Estatua de Fernando Álvarez de Toledo, quinto Virrey del Perú, en Oropesa.
Estatua de Fernando Álvarez de Toledo, quinto Virrey del Perú, en Oropesa.Alfonso Masoliver

Ocurre en Oropesa - no confundir con Oropesa del Mar -, en la provincia de Toledo. Esa provincia que siglos atrás ocuparon mercenarios, trúhanes, hombres honrados, alquimistas, brujos, santos. No es una localidad más. Aquí en Oropesa nació Francisco Álvarez de Toledo, quinto Virrey del Perú y hombre de una importancia histórica donde las haya. El lector y yo habríamos sido la clase de persona que se habría sentido intimidada por sus ojos de acero macizo y su voluntad férrea para aunar poder en el Nuevo Mundo. Quizá hoy nos lo habríamos pensado mejor, pero quinientos años atrás no habríamos dudarlo en seguirle en sus empresas, ni habríamos dudado a la hora de saquear la plata del Potosí durante su mandato. A algunos les interesará saber que gran parte del poderío español en los años del Imperio, que procedía de la plata americana, que procedía del legendario Potosí, venía a su vez de este hombre asombroso nacido en Oropesa. Asombroso, poderoso, implacable, temerario. Un ricohombre que tenía tanto de héroe como de villano.

Su nombre todavía planea sobre Oropesa. Su estatua recibe al viajero junto al portón de entrada de la iglesia del Colegio de los Jesuitas. Un edificio cuya hermosura podemos apreciar ahora, tras años de abandono a la maleza y las humedades. Ah, sí, que el viajero entre en esta iglesia no sería una mala idea. La encontrará vacía de bancos y de altares, desnuda de piedad, recién restaurada y con los tablones de madera de la cúpula recién barnizados. A punto de caramelo para convertirse en el escenario de cientos de leyendas nuevas.

Destripador de sueños

La belleza de un pueblo manchego radica en que son únicos en su especie. Pocos son los lugares del mundo donde un lugareño puede despertar con vistas a uno de los castillos más espectaculares de la península y pasear hasta el extremo de la localidad para observar durante horas la llanura y su final, allí, en el oeste, donde se levanta la Sierra de Gredos. En ningún otro lugar podríamos encontrar la característica cerámica roja de Oropesa, en competencia directa con la bellísima cerámica azul de Talavera de la Reina. La Botica de María, una farmacia antiquísima que ha vivido pestes y guerras y todo tipo de situaciones posibles, solo está aquí, en Oropesa, y nos ofrece medicinas para el cuerpo a la par que historietas viejas para abrigar el espíritu.

Convento de clausura de Nuestra Señora del Recuerdo en Oropesa.
Convento de clausura de Nuestra Señora del Recuerdo en Oropesa.Alfonso Masoliver

En el subsuelo de una localidad cualquiera se deshacen los cadáveres de hombres y mujeres pero en Oropesa saltan de categoría y encontramos santas, asesinos, artistas, labradores, nobles de alta alcurnia, obispos... todo lo que una persona podría ser en vida, hoy puede encontrarlo muerto en Oropesa. Venga aquí el viajero con sus sueños para adivinar el final que le darán estos. Y no es tétrico sino hermoso, casi sublime, este acertijo del destino que nos resuelven las piedras de sus callejas.

Conocer la localidad es sencillo. Basta con pasear. Palpar, mirar, olfatear. Zambullir nuestra esencia de carne y huesos jóvenes en esta criatura arcaica y difícil de sorprender, para contaminarnos con su sabiduría muda antes de regresar a la rutina del trabajo, el sofá y el televisor. Puede hacerse en el convento de clausura de Nuestra Señora del Recuerdo, paladeando el menú del día en el Restaurante Los Arcos, rezando una oración breve frente a los restos de Francisco Álvarez de Toledo en la parroquia La Asunción de Nuestra Señora.

El Castillo de Oropesa

Pero como toda localidad, Oropesa tiene su plato fuerte y este es su castillo. Alto, ancho, bien guarnecido frente al frío. Domina la llanura y controla los caminos. Parece mentira, al verlo en tan buen estado, conocer la cantidad de guerras en las que ha participado: la Guerra de Sucesión castellana, la Guerra de las Comunidades, las guerras napoleónicas y multitud de rencillas de menor categoría y horror semejante a las anteriores. Si el viajero fuese hasta la plaza que precede al castillo y se quedase quieto un segundo, podría decirse con casi total seguridad que ese mismo pedazo de suelo lo pisaron caballeros aragoneses, nobles holandeses y capitanes franceses.

Castillo de Oropesa.
Castillo de Oropesa.Alfonso Masoliver

Subiendo las escaleras de la Torre del Homenaje podríamos contar los escudos de armas de los diferentes señores de este macizo de piedra y también sus destinos, algunos heroicos, otros tristísimos. Unos terminaron sus días ancianos y enriquecidos, otros jóvenes y víctimas del rastrillo del olvido. Ni siquiera los muros espesos de su castillo salvaron a estos de un mal destino. La mitad del castillo forma hoy parte de la red de Paradores Nacionales, y una noche en sus habitaciones nos permitiría saborear qué sentían estos nombres históricos en sus rutinas del día a día, al palpar las mismas paredes, ver los mismos tapices y pisar el mismo suelo. Una noche aquí merece la pena.

Pero todavía merece más la pena visitar Oropesa y su castillo durante sus Jornadas Medievales. Son geniales, muy divertidas. El origen de esta festividad se debe a la leyenda de la princesa Gumersinda. Narra la tradición que dicha princesa fue secuestrada siglos atrás por el temible Almanzor, caudillo de las fuerzas musulmanas en Al-Ándalus, y no quiso devolverla a su preocupado padre (el señor de Oropesa) hasta que le hubo pagado el peso de la princesa en oro. El detalle de la historia lo encontramos en que Gumersinda era una mujer robusta y amante del buen comer, y se dice que de aquí viene el nombre de la localidad, Oro-pesa. Pero en las Jornadas Medievales la historia es mucho menos dramática. El fantasma de la princesa pulula por el castillo dando la tabarra a todo el mundo y Almanzor tendrá que contar entre sus enemigos con el recaudador de impuestos de Oropesa, que no parece temer al musulmán ni mostrar interés por el rapto de la princesa, solo le interesa llevarse un jugoso porcentaje del rescate para incluirlo en las arcas del Estado.

El pueblo entero se viste igual que los soldados, plebeyos y personajes varios de la época, y el albedrío y la diversión en Oropesa están garantizados. Lo mejor es que, dentro de la veracidad de la escena, el viajero podrá librarse de asuntos más incómodos del medievo, tales como la peste, las guerras y los matrimonios de conveniencia. Y es que nunca hubo mejor momento que hoy para visitar Oropesa, ahora que la historia no se sufre sino que se representa.