Viajes

Una noche en Mongolia con la nieta de Gengis Kan

Gengis Kan
Gengis Kanlarazon

Ulán Bator es una ciudad extraña. Se planta en el centro mismo de la larga estepa mongola, prácticamente rodeada por un horizonte inacabable que se presenta frente al viajero con tintes de misterio. ¿Qué hay más allá? Un cielo de azul desolado nos oculta la aventura. Es excitante. Mongolia se presenta infinita y excitante, es algo así como probar a morir sin sufrir sus consecuencias, nada más que paladeando unas bocanadas de lo que sería el purgatorio. Todo parece igual, así, se suceden larguísimas llanuras salpicadas por montes chatos sin un solo árbol que podamos talar para construirnos un buen refugio. En el sur arde y ruge el desierto del Gobi; al norte se congela con una tibieza sobrenatural la temida estepa siberiana, todavía más voraz, más inquietante que la de Mongolia.

Pero antes de ofrecer nuestro espíritu al hambre de la aventura, deberemos aterrizar en Ulán Bator, y luego tomarnos un tiempo para conocer esta ciudad extraña que tiene por cimientos la sangre sagrada de los kanes. Y ya adelanto que no es como uno pensaría.

Grafitti en Ulán Bator.
Grafitti en Ulán Bator.Alfonso Masoliver

Aunque aquí no viven más de 1,5 millones de personas (frente a los 19 millones en capitales tan próximas como Tokio), su tamaño se multiplica y expande por el espacio muerto que la rodea de una manera inverosímil, quiero decir, para tratarse de una ciudad tan poco poblada ocupa el mismo espacio que si lo estuviera. Al final, ¿por qué no? Sobra estepa para todos. Más les vale hacer espaciosa la ciudad. Y es una ciudad espaciosa, en efecto, aunque tan bulliciosa como cualquier otra ciudad asiática e igual de frenética. El tráfico por supuesto que es infumable, y la contaminación sí que es un puñetero despropósito. Animo al lector a abrir una pestaña nueva y buscar los niveles apocalípticos de contaminación que se alcanzan en Ulán Bator durante el invierno (todo se debe al carbón que utilizan para calentarse cuando hacen menos 30 grados, ¿sabe?) y si ve que el tema le interesa más que esta pieza pues que se entretenga con eso y que me olvide. Le aseguro que le tendrá entretenido por lo menos media hora. Un minuto por cada grado.

En cualquier caso que Ulán Bator es una ciudad curiosa. Una fea delicia para guardar en el baúl de los destinos. Como una polilla llena de filigranas en las alas. Cuatro, cinco o seis rascacielos, o lo que se asemeje a estos, pululan aquí y allá en por el centro de la ciudad, y algunos están casi vacíos, y tienen el aspecto gris y demacrado de los grandes edificios cuando nadie los limpia. Apestan a carbón incluso en verano. El resto de la ciudad son edificios de diez o doce plantas que apestan igual.

Aunque una noticia positiva dentro de su política medioambiental es que los coches de la capital son en su mayoría toyotas eléctricos, eso que se llevan, y dicen que el mismo gobierno da ayudas económicas a quienes se compran un coche como este. Los hay a puñados. Eso es bueno, supongo.

La capital de Mongolia alcanza durante el invierno niveles de polución apocalípticos.
La capital de Mongolia alcanza durante el invierno niveles de polución apocalípticos.Kairi Aundreamstime

Más de Ulán Bator. Si llegase a caer alguna vez en la ciudad, vaya de visita a la Galleria Ulaanbaatar en el número 6 de la Avenida de Chinggis Khan. Le sorprenderá encontrar su espectáculo de lujo y luces antes de rebozarse en el barro de allí fuera y con las frías yurtas. Vaya a tomarse una copa al Lux Club si el coronavirus de los calzones se lo permite. Y tomando una copa aproveche y hágase amigo de algún mongol o de una mongola. Y acuéstese con ellos si hace falta. Quizás así pueda imaginar el sabor de Mongolia de verdad. Sirviendo de montura para una hija de los kanes, qué bestialidad, y la ciudad está dormida porque es de esas ciudades que se despiertan con la primera luz de la mañana.

Pero ándese con cuidado porque el mal anda por todas partes. Los que viajan saben que no es difícil encontrarlo.

En Ulán Bator hay problemas. No me refiero a los clubes de masajes o los ocasionales strippers que se encuentran con mezquina facilidad en ese extremo de Asia, y también más abajo, al sur (aunque eso da para otro libro) sino al mal personificado, el mal blanco. Imagine que un cajero automático se tragó mi tarjeta de crédito y necesité de Dios y ayuda para recuperarla. Imagine también que volviendo una noche al apartamento con un compañero, nos encontramos a una chiquilla borracha y sollozando en el portal. Le preguntamos qué le ocurría y no dejaba de llorar. Le apestaba el aliento a vodka con limón.

De repente empezó a hablar sobre la calle de Ulán Bator y lo injusta que era y se quejó de que en esa ciudad era muy difícil tener amigos pero que ella lucharía, y aquí elevaba la voz hasta transformarla en un grito, ella lucharía y conseguiría que la respetasen. Se haría un hueco en este mundo de martillos. Y luego habló como entrecortada de un inglés que vivía en uno de los apartamentos. Nos enseñó una bolsa de plástico que estaba llena de baratijas: un frasco de maquillaje, un bote de perfume, un par de zapatos desparejados, la cajetilla de cigarros y una botella de agua…

Dijo que ella no quería ser prostituta, que eso es lo que ellos no entendían.I don´t want to be a bitch but these people think I want. Así lo dijo, calcao. Y luego volvió a hablar del “fucking” inglés del apartamento. Cuando su aliento comenzaba a hacerse respirable cogió y se encendió un cigarro, luego se giró para mirarnos con cara de enferma. Adoptó una voz súbitamente pausada para relatarnos la historia de su vida. Era la hija de unos granjeros más pobres que Gengis Kan de adolescente que después de mucho esfuerzo habían mandado a la joven a estudiar en la universidad. En la capital. Todo se torcía porque los padres, pobres diablos, no sabían que la universidad es un lujo caro para regalarle a la niña, y la niña lo sabía pero no se lo decía a sus padres, y necesitaba dinero, como fuera, también trabajaba de camarera, necesitaba pagar algunas matrículas (y el apartamento) o la echarían de la universidad y su mundo se vendría abajo, una pizca más.

Plaza Sükhbaatar en Ulán Bator.
Plaza Sükhbaatar en Ulán Bator.Marcel Berendsendreamstime

Obviamente mi compañero y yo nos compadecimos de ella y le ofrecimos todo lo que llevábamos encima, inclusive los euros de emergencia. Fuimos unos cobardes muy románticos porque le dijimos que ese día no tendría que venderse, que su corazón ya nos había comprado. Le consolamos un rato. Pablo le dijo que no tenía que ser una fulana, que fuera fuerte, que podía hablar con sus padres y arreglar este embrollo de alguna manera. La chica lloraba y balbuceaba frases sin sentido en su idioma y en inglés. Luego le pedimos que se fuera con nuestro dinero y que no subiera allí arriba esa noche, ella dudó, nos miró desde otro mundo y miró de vuelta a la ventana. Con una voz ahogada se nos ofreció a nosotros. Entonces tuvimos que amenazarla. Fui yo quien la amenacé. Le dije, mira, ese tipo te va a pagar menos que todo este dinero, y si subes arriba yo me enteraré porque pienso mirar por la ventana durante toda la noche hasta que sepa que te has largado, y si veo que vuelves te quitaré todo este dinero y lo que te haya dado el otro. Te lo robaré. Así que ni se te ocurra volver por aquí.

Para algunes habré sonado controlador pero me importa un pito. Y la chica se secó las lágrimas y nos despidió. Se fumaba otro cigarro. Pablo y yo subimos y miramos un rato por la ventana, hasta que la chica se resignó, tiró el cigarro al suelo y se marchó.

La vimos desaparecer, respiramos tranquilos. No volvió. Al menos hoy no será puta, se limitó a comentar mi compañero aliviado, y quizá incluso la hayamos hecho pensar, ¿no crees?

A la noche siguiente era la última que dormíamos en ese apartamento y la vi aparecer por la ventana, igualita que una rata esquivando con maña las esquinas de las farolas. Caminaba nerviosa y sujetando con fuerza su estúpida bolsa de supermercado. La odié por un momento al verla aparecer. Luego quise regalarle todo mi dinero pero, vaya, qué interesante, qué buena excusa para el viajero pringado: mi tarjeta todavía seguía dentro del dichoso cajero.