Vacaciones
La habitación que Julio Iglesias tenía reservada en el Hotel Pikes tenía una entrada secreta para garantizar su privacidad. La de Grace Jones era bastante coqueta para las noches de fiesta que protagonizaba. Y la de George Michael contaba con lo básico para afrontar la grabación de Club Tropicana. Si por algo se ha caracterizado siempre este alternativo establecimiento ibicenco es por haber dado a su selecta clientela lo que demandaba. Ni más ni menos. A Elton John, por ejemplo, le dejaban componer en el piano que se encuentra en su recepción. Así lo quería, así se le daba. Ese trato personalizado e, incluso, afable fue lo que llevó a Freddie Mercury a querer celebrar su 41 cumpleaños en él. Una fiesta que aún se recuerda como una de las más salvajes que se hayan sucedido por estos lares.
El cantante de Queen siempre bebió la vida a grandes sorbos, más aún cuando se enteró de que no le quedaba mucho: en 1987, supo que el sida le había herido de muerte y decidió festejar su aniversario por todo lo alto. El eco de aquella bacanal aún no se ha acallado: cada 5 de septiembre el hotel celebra Freddie Rocks, un tributo anual en el que es condición indispensable acudir con un prominente bigote. Es cierto que este hotel no es un cinco estrellas al uso, pero sigue habiendo algo mágico en él que permite tener una experiencia que no existe en ningún otro del mundo. Como la que organizó Mercury: invitó a más de 500 personas, se descorcharon más de 350 botellas de Moët Chandon y explotó una tarta con forma de la Sagrada Familia. En seguida, le preparan otra.
Alejado varios kilómetros del bullicio de Sant Antoni (Camí de Sa Vorera, s/n), al final de un polvoriento camino de tierra, se encuentra uno de los mayores refugios hedonistas de toda Europa. Aunque su influencia en la cultura de club no es la que tuvieron otros espacios como Amnesia y Ku, la historia de Ibiza como destino de los que quieren tomarse unas vacaciones diferentes no estaría completa sin un capítulo en esta finca del siglo XV que un ex regatista, modelo, actor y gigoló convirtió en un paraíso de días lánguidos y noches salvajes que perdurarían en el recuerdo. Tal es así que Pikes es una representación de su dueño, Tony Pike (fallecido a principios de este año). Abrió sus puertas el 4 de julio de 1980, el mismo día que lo hizo Café del Mar, y desde entonces se ha erigido como un idilio pitiuso, lo más selecto que las míticas Baleares pueden ofrecer: desde la cancha de tenis rosada y verde a las terrazas de terracota, el establecimiento está imbuido de un eterno halo de ultramundanidad.
Las estancias se caracterizan por disponer de cómodos servicios a la altura del público más exigente y que permiten vivir una experiencia única. El hotel cuenta con jardines, discoteca, piscina al aire libre con servicio de bar, terraza solárium con hamacas y un bar interior de estilo rústico. Según relataba Pikes en su biografía, cuando el jovencísimo Freddie se alojó en él, le preguntó por una habitación llamada Julio. “Se llama así en honor a Julio Iglesias, un famoso cantante internacional”, le respondió. A lo que Mercury añadió: “¿Y qué pasa conmigo? ¿Dónde está mi habitación?”. “Sigue cantando y tal vez algún día tendrás la tuya propia”, respondió el dueño. Su decoración destaca por su originalidad. Pikes sería algo así como lo opuesto al minimalismo, un pastiche de estilos y colores que funciona a la perfección. Piezas casi de coleccionista, de firmas reconocidas como Seletti o Rockett St George, se conjugan con antigüedades y objetos rescatados de mercadillos de media Europa. El resultado resulta estrambótico, divertido y ecléctico.