Viajes

Vamos a empujar a gente por los acantilados de Cabo Mayor

El faro de la ciudad de Santander es un monumento estático al asesinato, la salvación y todos los conceptos contradictorios que bullen en el mar durante las noches

Detalle del Faro de Cabo Mayor, por Eduardo Sanz.
Detalle del Faro de Cabo Mayor, por Eduardo Sanz.Eduardo Sanz

Los barcos parecen ganado vacuno desorientado, rumiando la sal del Sardinero. Por las noches encienden las luces de proa y las mantienen encendidas toda la noche. Por las noches desaparecen porciones enteras de la línea costera, la niebla difumina casas, carreteras, fábricas, árboles, vidas enteras, mientras allí afuera se escucha el runrún amortiguado de los motores triturando el agua. En este momento no existe una diferencia aparente entre la tierra y el mar porque ambos se ven igual: no se ven. Ambos están coloreados con un tonito negro inescrutable. Entonces los viejos marineros, los lobos de mar abrigados con el jersey de cuello vuelto y castigados con una mirada torcida, enloquecen momentáneamente cada noche al encontrarse en esta paradójica situación donde la noche vuelve idénticos el mar y la tierra, y como poseídos por una locura transitoria dirigen su barco directo a las rocas invisibles, indescriptibles por la oscuridad, de los acantilados de Santander. Solo el faro podrá salvarles del desastre. Es el único elemento que queda para señalar esa frontera implacable que ningún barco puede cruzar jamás, en un momento clave donde Santander se ha olvidado de conceptos tan insignificantes como el agua y la arena, arriba o abajo, el este y el oeste, mientras la ciudad dormita desorientada sobre su peñasco.

El Faro de Cabomayor es la luz de cordura que se mantiene impasible todas las noches desde que se encendió por primera vez el 15 de agosto de 1839. Nadie sabe cuántas vidas ha salvado ya. Lo que comenzó siendo un mechero de aceite guarnecido por tres mechas, con un complejo aparato óptico compuesto por ocho lentes, 100 espejos superiores y 60 espejos inferiores, ahora se trata de un destello descomunal de luz blanca que estalla cada diez segundos, con un alcance de 21 millas. El aparato óptico instalado en 1920 todavía hoy se utiliza. Pero resulta que este faro, como muchos otros a lo largo del mundo, sostiene una densa capa de simbología que le rodea como si fuera una segunda luz, verduzca, clandestina, ajena a los cuidadosos diseños de sus arquitectos. Las olas murmurando maldiciones a sus pies hacen de mecha para esta simbología que ilumina sin necesidad de un vigilante.

Fotografía expuesta en el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor.
Fotografía expuesta en el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor.Alfonso Masoliver

Los caídos anónimos de Cabo Mayor

Pero antes de entrar en el faro para escarbar en esta simbología hasta que el agua nos pudra las uñas, rodearemos el edificio para admirar su estructura circular, palpando las paredes hasta comprobar que no existe un solo saliente que rompa con la armonía de sus formas. Y fíjese que dando esta vuelta de reconocimiento no será difícil encontrarnos con una cruz de piedra colocada junto al faro, de cara al mar, aunque desprovista de una placa que nos explique qué significado tiene esta cruz exactamente. Algún gobierno cobarde la quitó hace unos años, aunque no tuvo el valor de arrancar la cruz. Pero yo le diré qué significado tiene esa cruz para que nadie le engañe, quiero que el lector sepa que yo nunca voy a engañarle, así podrá pasearse más adelante entre las decenas de monumentos a los caídos del bando republicano que hay en nuestro país, así podrá encender el televisor y escuchar a los políticos con un pedacito de verdad guardado en el bolsillo.

Yo conozco la historia por el abuelo de mi mujer. En los años de la Guerra Civil, cuando Santander estaba en manos republicanas, era habitual que los sospechosos a pertenecer al bando sublevado fueran llevados en siniestra procesión al acantilado de Cabo Mayor, donde un funcionario rabioso leía los nombres de las víctimas antes de empujarlas al agua atadas de pies a manos. Me dijeron que muchos de estos desgraciados se volvían locos antes incluso de que les lanzaran, cuando asomaban la cabecita y veían el agujero negro y rugiente, como una criatura hambrienta. Al abuelo de mi mujer, médico de profesión, rubio como los godos, sospechoso de ser un espía alemán por algo tan volátil e insignificante como su color de pelo, le llevaron tres veces a tirarlo al acantilado. Solo fue una suerte que las tres veces fue reconocido algún paciente y se libró de esta muerte espantosa. Pero el pobre hombre, aterrado por la idea de acabar hecho un guiñapo en las rocas de allí abajo, con su cuerpo fuerte y joven descompuesto haciendo de alimento para los mejillones, las almejas, los cormoranes y los percebes, supo que la cuarta vez que le llevaran a Cabo Mayor no tendría tanta suerte. No tuvo otro remedio que escapar a su Salamanca natal, en una odisea digna de película que mi suegro cuenta en las reuniones familiares y que tiene como punto de partida las noches macabras de justicia republicana en el Faro de Cabo Mayor.

Gráfico expuesto en el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor
Gráfico expuesto en el Centro de Arte Faro de Cabo MayorAlfonso Masoli

Simbología comparada

La simbología del faro debe apreciarse siguiendo este recorrido, desde fuera hacia adentro. Desde el puntito de luz que brilla como una estrella alicaída a 21 millas de la costa, hasta el punto exacto donde se produce esta luz blanca, pasando por los muros lisos y el monumento anónimo a los caídos en Cabo Mayor. ¿Buscas comprender en profundidad esta simbología marcada con tintes de demencia asombrosamente lúcida? Puedes ver la película de El Faro, dirigida por Robert Eggers, o puedes visitar el Faro de Cabo Mayor en Santander. Puedes hacer las dos cosas. Puedes creer en las sirenas. Puedes lanzarte al agua si hace tormenta. Cuando accedemos al interior del recinto podemos escuchar su señal acústica de niebla emitiendo la letra “M” en código morse, pero resulta curioso porque lo escuchamos igual que los perros escuchan los silbatos de Galton. Las gaviotas, los atunes, las ovejas, ningún otro animal que no sea humano puede percibir esta frecuencia de sonido. A veces solo los barcos, como si fueran bestias conscientes, escuchan la frecuencia y esquivan por milímetros los acantilados.

El faro de Alejandría (desarrollo, civilización, riqueza), la torre de Hércules (leyenda, tradición, constancia), el faro de Ajo (color, innovación, arte), el faro La Corbiere (esperanza, señal, confianza) son solo algunos ejemplos de cómo cada faro aporta su propia simbología, dentro de esa imagen más general que podemos tener sobre ellos. Aunque debe decirse que la herramienta fundamental para comprender la épica en los faros proviene principalmente de la imaginación, y que si el lector es un tipo (o tipa) sin imaginación, bien puede ahorrarse la visita y caminar directamente al bar de al lado. Para comprender al faro necesitamos los siguientes ingredientes: la imaginación, el mar, la tierra, la esperanza, el miedo, la oscuridad, la luz, la demencia, la cordura, en definitiva los conceptos contradictorios que zarandean a todos los seres humanos (de forma metafórica o literal) a lo largo de su vida. En el interior del Faro de Cabo mayor encontramos muchos ejemplos de estos símbolos moldeados por la imaginación, gracias a la amplia colección Sanz-Villar de artículos relacionados con los faros. Y es maravilloso, inspirador.

Objetos de la colección Sanz-Villar en el Faro de Cabo Mayor.
Objetos de la colección Sanz-Villar en el Faro de Cabo Mayor.Alfonso Masoliver

No solo cuenta con algunas obras del archiconocido pintor del mar, poeta de las olas, marinero del pincel Eduardo Sanz, o los cuadros igualmente hipnóticos de su esposa Isabel Villar. También podemos encontrar pequeños objetos, baratijas, cachivaches relacionados con los faros: latas de chocolate, cajetillas de cerillas y cigarros, juguetes, corbatas con estampados a juego para la ocasión, postales, enlatados, sellos, billetes de lotería, carteles, libros, relojes, mecheros, gracioso faritos de cerámica... La simbología del faro resulta evidente, incluso para el mayor troglodita de nosotros, cuando paseamos por esta colección e intercalamos la finura de las pinturas de Eduardo Sanz con la sencilla composición de estos objetos cotidianos relacionados con el útil edificio.

Subimos las escaleras de caracol. Miramos por la ventana. Allí afuera siempre está el mar. Choca, retrocede, choca, retrocede, choca, retrocede, mordisquea con sus dientes de sal la roca de los acantilados. Y suena la sirena del Faro de Cabo Mayor: Fuuuuuuuuuuuuuuuuuu. Es un sonido demencial pero, curiosamente, del todo imprescindible para mantener la frágil cordura de los marineros.