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Krasnapolsky, el sastre que enamoró a la ciudad de Ámsterdam

Este centenario hotel es una cita obligada en la capital de los Países Bajos, pues cada rincón rezuma historia

Vista de la Plaza Dam desde el hotel
Vista de la Plaza Dam desde el hotelMónica de Miguel

Los hoteles centenarios tienen más alma, forman parte de la memoria de una ciudad y de quienes la habitaron, por ello siempre merece la pena una visita, aunque solo sea para recorrer sus pasillos y restaurantes, aquellos por los que ocurrió todo. Hoy el viaje nos lleva hasta Europa para pararnos en el espectacular NH Collection Grand Hotel Krasnapolsky, en el corazón de Ámsterdam, en los Países Bajos.

Este imponente hotel nace con la fascinante historia de Adolf Krasnapolsky, un joven sastre polaco que llegó a Ámsterdam en 1856 y adquirió un café en la céntrica plaza Dam. Poco a poco fue haciéndose un hueco en la ciudad recibiendo, entre otras, las visitas de los caballeros que salían de la Bolsa que se encontraba a tan solo unos pasos. Se fue poniendo de moda y con el pasar de los años el señor Krasnapolsky fue sumando pequeñas casas vecinas al café, que convirtió en hotel –hoy son 55 edificios anexionados unos a otros, sumando un total de 451 habitaciones–.

Además, construyó uno de los espacios acristalados más bonitos de todo Europa, el Jardín de Invierno, con un precioso suelo en damero, estructura metálica, palmeras y frescos, testigo de bodas reales y todo tipo de eventos durante los siglos XIX y XX, y donde cuentan que surgió la inspiración de la primera bombilla Philips.

Jardín de invierno del Hotel Krasnapolsky
Jardín de invierno del Hotel KrasnapolskyCedida

Lugar de encuentro

Todo el que ha vivido en Ámsterdam tiene una historia ligada a este hotel, o al menos, a su Grand Café, donde la tarta de manzana de la hermana de Adolf, Matilda, se hizo famosa. Hoy en día, es un lugar de encuentro, con una carta tipo «brasserie» en la que hay platos con ingredientes locales y que reivindican el sabor del país, como la sopa del mar del norte, con «crostinis» y queso viejo Gouda; las famosas croquetas holandesas o su hamburguesa elaborada con ingredientes de kilómetro cero. Pero además hay un «Champagne Bar» con más de diez referencias por copas y una «Cake Room» donde las tartas y bombones juegan a parecer auténticas joyas. La relación calidad-precio es muy buena y el servicio exquisito. Un capuchino impecable con un bombón al lado, la famosa tarta de manzana holandesa y su vasito de agua con vistas a la plaza Dam y al Palacio Real no llega a 10€.

Pero «The Kras», apodo que le dan los neerlandeses, es mucho más. Si un huésped quiere conocer la esencia holandesa tiene a su disposición un departamento de «Guest Relations» que, junto a un equipo de 15 conserjes, nos organizará una excursión a Volendam para conocer el proceso de ahumado de la anguila, para después dar un paseo en barco y hacer una degustación; nos adentrará en el barrio del Jordan para hacer un recorrido gastronómico por una carnicería antigua, una quesería y una tienda de vinos de Benelux; o cuando no quedan entradas, conseguirá un pase especial para visitar la Casa de Ana Frank entrando por la puerta de atrás.

Ámsterdam
ÁmsterdamMónica de Miguel

Y dentro, dos visitas más. Una, al restaurante The White Room con estrella Michelin y capitaneado por el chef Jacob Jan Boerma, un pequeño y coqueto local de paredes blancas y doradas, grandes espejos y pinturas de paisajes tostados que nos llevan a 1885; y al Bar The Taylor, en homenaje a su fundador, en el que se preparan cócteles a medida con una gran especialización en combinados sin alcohol; su decoración hace guiños al oficio con dedales, cintas métricas y maniquíes y es «the place to be».

Desde el Krasnapolsky, que en primavera pasará a formar parte de la marca de lujo Anantara, promueven y apoyan proyectos culturales y sociales como la edición del libro y exposición «The devil is old», en los que a través de retratos fotográficos de los ciudadanos seniors de la ciudad hacen un recorrido por sus vidas y por su vínculo con Ámsterdam; o «Breakfast against loneliness», con los que homenajean mensualmente a sus mayores en desayunos con tertulia en el Jardín de Invierno.

Si finalmente, viajero, acaba en el Krasnapolsky, no deje de visitar la destilería Wynand Fockink, que data de 1679, ubicada en un pequeño callejón detrás del hotel, donde puede probar la típica jenever holandesa y otros licores, que le servirán hasta el borde en una copa pequeña con forma de tulipa para que le de un sorbito y evitar así que rebose; y visite las nueve calles, que se encuentran al cruzar la plaza Dam, donde las pequeñas boutiques capean el temporal de la era globalizada y guardan su identidad, como las tiendas de ropa de segunda mano, las sombrererías o los pequeños restaurantes donde tomar «tosties», los riquísimos sándwiches mixtos holandeses. Corazón y vistas. Un pedacito de Ámsterdam desde el Krasnapolsky.