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Buceo
Mar Rojo: un viaje entre coral y acero
Desde el puerto de Sharm el Sheik comienza un viaje en busca de los mejores arrecifes de coral del norte del Mar Rojo y del pecio más famosodel mundo, el Thistlegorm, hundido durante la Segunda Guerra Mundial
De la infinidad de destinos que existen para ir a bucear en un mundo en el que casi todo es agua, hay uno al que siempre se vuelve: el Mar Rojo. Los argumentos resultan de lo más sugerentes, ya sea por el color y la abundancia de sus corales, la visibilidad de sus aguas, su historia sumergida o por el precio asequible en comparación con otros grandes destinos.
Embarcamos de madrugada en el puerto de Sharm el Sheik. Nos recibe Joseba, director del crucero que nos guiará, junto a la tripulación del Blue Force 2 durante una semana de buceo en el mar más cálido del planeta.
El Thistlegorm
Navegamos paralelos a las montañas color tierra del Sinaí, que contrastan con la gama de azules de estas aguas, hasta una de las mejores inmersiones que puedan quedar registrada en la memoria de cualquier buzo: El Thistlegrom. Posiblemente el barco hundido más famoso del mundo. Se trata de un carguero inglés que partió de Glasgow y, tras seis meses de navegación bordeando África para evitar ser descubierto por las tropas enemigas, fue hundido en 1941 durante la Segunda Guerra Mundial por dos aviones alemanes al confundirlo con el buque Queen Mary. La mayor parte del buque se encuentra asentado en posición de navegación en un fondo arenoso. Hacia la zona de popa, el barco se parte en dos creando un inmenso derrumbe de escombros y material bélico. La popa está inclinada 45º hacia el costado de babor.
Dedicamos la primera inmersión a bucear el exterior del buque y tanto en el costado de babor como en el de estribor podemos encontrar los restos de dos locomotoras y dos tanques, pero su mayor tesoro se encuentra en las entrañas del pecio. Hay tanto que ver que dedicaremos cuatro inmersiones para tratar de abarcar este museo hundido. Motocicletas, camiones y también Jeeps se acumulan en las dos primeras bodegas del barco como si el tiempo se hubiese detenido aquel fatídico día.
Entre la penumbra se filtra la luz creando una atmósfera solo posible en este lugar, donde acontecieron los hechos. Al salir a superficie, nos avisan de la presencia de un grupo de delfines a poca distancia y tenemos la oportunidad de disfrutar de los juegos de la manada durante más de una hora.
Volvemos al pecio de noche y nos detenemos en una de las salas de la cubierta inferior por indicación de Joseba. Apagamos las luces y dejamos que la oscuridad invada todo, y al poco rato, la estancia se llena de luces brillantes como pares de ojos verdes surgidos de otro mundo. Al encender los focos, no queda rastro del animal que crea semejante estampa. Antes de irnos, descendemos por la enorme cadena que se estira lejana hasta el ancla. Un barco hundido es siempre un misterio por el hecho de que permanece vivo en el tiempo. Bien sabía Cousteau el tesoro que descubrió cuando decidió derribar su chimenea para tratar de ocultarlo tras su paso.
Encallado en un arrecife
La mañana siguiente comienza en un escenario como salido de un cuento en el que otro pecio, el Kingston, encallado en un arrecife de coral a poca profundidad, da lugar a un viaje casi onírico donde el color, la vida y los restos del barco nos transportan a un escenario que parece trazado por un dibujante. Es todo tan armonioso que se echa en falta la presencia de algún tiburón canalla que quite un poco de azúcar al ambiente. Y es que si algo podemos echar de menos en el norte del Mar Rojo son los tiburones, aunque en el sur los encuentros sí son más habituales, resulta triste que las autoridades del país egipcio no hagan un mayor esfuerzo para su protección.
El Parque Nacional Ras Mohammed, situado muy cerca de la costa, es considerado por muchos como uno de los mejores puntos de buceo del mundo por la calidad de sus inmersiones. Anémone City es uno de los pocos lugares donde ver colonias tan densas de anémonas. Este punto de buceo tiene dos islotes de coral: Yolanda Reef y Shark Reef. En el primero, decenas de inodoros y alguna bañera «decoran» el fondo y son parte de la carga del pecio que da nombre al arrecife. No hay rastro de los tiburones en Shark Reef pero la inmersión es un espectáculo por la cantidad de vida que alberga: morenas, peces napoleón, peces león o tortugas alimentándose de coral son algunas de las especies que se pueden ver en estos arrecifes que caen vertiginosamente hasta los 800 metros de profundidad.
La vida a bordo
A bordo, el tiempo entre inmersiones transcurre entre comidas y bromas. Rafael, gaditano de pura cepa, trata de convencer a todos de que una Cruzcampo en su tierra no tiene rival. Somos tan pocos a bordo que pronto el grupo se convierte en una piña. Seis españoles, una italiana que un día descubrió que lo que mejor se le daba era catar vino y un profesor de Idaho que vive rodeado de nieve gran parte del año y no está dispuesto a perderse una inmersión. Al caer el sol, el punto de encuentro es la cubierta superior y nadie se acuerda de Ibiza o ahora Cádiz, como nueva protagonista del «sunset» en las redes sociales. Suena «Days Like This» mientras el sol desaparece por el horizonte antes de volver al agua para sumergirnos en Ras Umm Sid. Bordeamos el arrecife y al poco rato descubrimos una colonia inmensa de gorgonias que, gracias a los focos, nos devuelven su colores pastel en un espectáculo que bien podría comenzar y terminar aquí.
Tiburones martillo
Jackson Reef se nos presenta como la posibilidad de ver tiburones martillo en el norte del Mar Rojo, una de las especies más elegantes y que más interés despierta. Nos dejamos caer hasta los 30 metros, y a los cinco minutos, como sombras entre la niebla, aparecen tres ejemplares que se muestran más bien tímidos. Varios buceadores salen disparados para conseguir alguna imagen del encuentro, pero nuestros visitantes se muestran bastante escurridizos y a los pocos segundos se vuelven por donde han venido. Hay animales que solo necesitan dejarse ver para dejar huella y el martillo es tan deseado que al rato de colgar una foto en una red social, recibo un mensaje que confirma mi suerte: «¿En serio, cabrón?».
Por la tarde, al término de la inmersión en Thomas Reef, los últimos rayos de sol recortan cada arista de coral y pido al patrón que nos deje disfrutar de esos minutos de luz. Chiara y Carol se apuntan y con la lancha neumática rodeamos la isla en busca de la mejor zona para hacer unas fotos. En el agua nos dejamos mecer por la leve corriente. El coral es una alfombra inabarcable y la luz está en ese punto en el que el color rojo lucha contra el azul de la noche. Tras un breve descanso, el guía Mohammed decide ir en busca de unas gorgonias gigantes en Gordon Reef. Después de varios minutos buceando estoy seguro de habernos perdido pero poco importa. El sonido de mi respiración y la oscuridad son perfectos compañeros para este viaje nocturno. A pocos metros, como esculpidas por un artista, se dibujan entre la penumbra enormes esculturas de líneas irregulares e imposibles de imaginar lejos de este mundo de ensueño. Dedicamos tanto tiempo a fotografiarlas que cuando queremos darnos cuenta, nuestros manómetros nos recuerdan que no somos de ese mundo y que solo estamos de paso. La vuelta es un plácido paseo con las imágenes clavadas como fogonazos en la memoria.
El último día siempre es una mezcla entre el deseo de congelar el tiempo y la certeza de que todo tiene un final. Si hay algo que un viajero odia es la imposición de una fecha de vuelta. Qué es el viaje sino la metáfora de una vida sin reglas.
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