Viajes

Portlligat, la casa-museo de Salvador Dalí

Edición gráfica Miguel Berrocal
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Existen destinos de viaje en los que al llegar todo resulta familiar, apareciendo, como un lejano recuerdo, la sensación de haber estado antes en ellos. Posiblemente, en ese momento, la realidad se desdibuje por lo leído en libros o por lo escuchado a otros viajeros... aunque quizás sea, como sucede con la Bahía de Portlligat, por lo admirado en lienzos.

Portlligat alberga la casa-museo de Salvador Dalí

El lugar –ubicado en la provincia de Gerona– está formado por unas sencillas casas blancas de antiguos pescadores y escasamente media docena de calles empedradas. La localidad es internacionalmente conocida no solo por albergar la casa donde vivieron Dalí y Gala, sino porque su bahía e isla homónimas fueron plasmadas por el pintor en muchas de sus obras, de ahí que al visitarla pueda aparecer un “lejano recuerdo...”

Portlligat y su paisaje son una maravillosa mezcla de tonalidades verdes, azules del mar y blancos de las casas. Entre ellas se encuentra pegada a la orilla y casi bañada por el mediterráneo la singular construcción resultante de los deseos de Dalí y Gala, hoy reconvertida en casa-museo.

Frente a la vivienda se comprende la calma de la bahía al divisar como la resguarda la isla de Portlligat, ya que su existencia impide el paso de corrientes marinas que perturben la paz de la playa. Tan solo un fuerte viento, conocido por tramontana, irrumpe a veces la tranquilidad que reflejan las aguas.

El origen de la casa

En el verano de 1930 Salvador Dalí alquiló una barraca de pescadores en Portlligat, quizás en un acto de protesta ante la prohibición paterna de jamás regresar a Cadaqués –Portlligat pertenece al municipio de Cadaqués–. Su padre no aprobaba su relación con Gala ni la obra surrealista del pintor. Dalí cautivado por la belleza del lugar adquirió el terreno para instalarse con Gala de forma definitiva.

Como un ser vivo, la casa pasó de ser una modesta barraca de pescadores a ir creciendo a medida que Dalí iba anexando barracas colindantes a ella. Al recorrerla, los espacios escalonados, paredes y “pasadizos” desvelan de inmediato su construcción por fases. Este periodo de continuas obras duró cuarenta años.

Lo cierto es que Portlligat se convirtió en la residencia y sitio de trabajo habitual del artista desde 1930 hasta 1982, año en que murió Gala y él abandonó la casa para no regresar nunca.

Un laberinto surrealista

Al llegar a Portlligat me invade la sensación de haber pisado antes sus calles empedradas, pero el fuerte viento que agita mi cabello me indica que jamás estuve aquí, pues es la primera vez que la tramontana tropieza con mi cuerpo. El ambiente es seco por el polvo que mueve el aire, salado por la sal de las olas y dulce por el agua de la lluvia que pronto tocará el suelo.

Entro en la casa-museo, laberinto surrealista La distribución caótica acelera el pulso, pues en cada estancia, cada detalle es objeto imprescindible a la vez que superfluo. En la planta baja, el recibidor, el comedor, la biblioteca... y la terraza.

El espacio abierto de la terraza hace olvidar el interior de la casa. Las vistas a la bahía y a la isla por él tantas veces pintadas es como contemplar un cuadro que cobra vida dejando sin palabras.

En el primer piso: el dormitorio, el tocador, el vestidor, la Sala Oval... y el taller donde Dalí trabajaba largas horas. En él se halla una enorme ventana por la que la luz penetra inundando la estancia. Imagino a Gala posando por los rayos de sol iluminada... ella estática y él adorándola. Quizás esta sea la parte más íntima de la casa. Más incluso que el enorme dormitorio de camas separadas que desvela una relación especial y extraña. Tal vez fuera en el taller donde ellos realmente se amaban.

En el exterior, al caminar hacia la piscina se observa la peculiar edificación, los pasillos que unen lo que eran simples barracas son arterias de una casa por celebridades visitada –Picasso, Federico García Lorca, Walt Disney...–.

Podría pincelar su vida

Podría detallar cada rincón de la casa: el oso de la entrada, el sistema de espejos que buscaban atrapar el reflejo del sol cada mañana, el eco del centro de la Sala Oval de Gala, la cabina de teléfonos en el exterior que no puede enviar ni recibir llamadas... Podría escribir sobre el narcisismo de Dalí, de las infidelidades de Gala, de como el pintor se posicionó a favor de Franco y de como lloró cuando asesinaron a García Lorca... Podría pincelar su vida de estudiante en Madrid, su descubrimiento de París, sus ocho años en Nueva York... Podría describir sus más de mil quinientas obras pictóricas, sus esculturas, sus textos, sus diseños de joyas... Pero esta casa de nada de eso “habla”. Tan solo lo hace de la tranquilidad de la bahía, de la isla que la resguarda... y de que cuando Dalí vio por primera vez a ambas, no supo si era un sueño o un recuerdo de infancia.

Existen lugares, como Portlligat, en los que al llegar nos sentimos como en casa.