Toros
Ganaderías bravas
Escribía Fernández Salcedo sobre los ganaderos románticos. Se cuenta que ya en 1544, un primo de Hernán Cortés, concretamente, Juan Gutiérrez Altamirano, se hizo ganadero de bravo en México fundando el hierro de Atenco. En España, los frailes se hicieron grandes ganaderos, a través del diezmo de la época. Franciscanos, dominicos, jesuitas y cartujos. A ellos se le atribuye la creación de las primeras plazas para la tienta o examen de bravura. Como la que se conserva en la finca «Salto al cielo», cercana a Jerez de la Frontera. De las castas fundacionales (Navarra, Jijona, Cabrera, Gallardo, Vazqueña y Vistahermosa) nacieron multitud de encastes y líneas, fruto de cruces y variantes para la mejora del toro. Hoy día, más del noventa por ciento proceden de una de esas castas, quedando algunos supervivientes de las otras. Casos, por ejemplo, de Miura (Cabrera), Partido de Resina (Gallardo) o Concha y Sierra (Vazqueña). Éstos hierros son los considerados como encastes minoritarios. Hasta la segunda mitad del SXX, había una gran variedad de ramas y sangres. Las modas y la evolución de la tauromaquia, han hecho que muchas divisas se extingan, perdiéndose ganaderías que conservaban una sangre única. El toreo actual busca un toro comercial, al gusto de las actuales figuras. Esto hace que se tienda al «monoencaste», y que haya ganaderos que críen toros de sangre muy parecida. Ser ganadero de bravo hoy día es casi un milagro, pues se hace muy difícil rentabilizarlo en los tiempos que corren. Decía Ortega y Gasset que no se puede comprender la historia de España sin conocer la historia de las corridas de toros. Seguramente, tampoco podríamos entender el paisaje de la Península Ibérica sin los campos donde aún se preserva a ese guardián y rey de la dehesa que es el toro bravo.
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