Columnistas
Tren del siglo pasado
Mediado febrero de 2020, Renfe anuncia con gran estruendo de trompetería propagandística la inauguración de un ferrocarril que cubrirá los 248 kilómetros de trayecto entre Sevilla y Granada en dos horas y media. Desde comienzos de 1992, un tren recorre en dos horas y cuarto los 534 que hay entre la capital de la autonomía y Madrid. El déficit histórico de infraestructuras que padece Andalucía es a la vez causa y consecuencia. Es, o sea, uno de los principales motivos que explican el atraso desolador de su economía y ha sucedido porque la España de las autonomías se concibió como un régimen colonial en el que las regiones ricas actúan como metrópolis extractivas de las regiones pobres. El comprador granadino no enriquece al comerciante sevillano, ni viceversa, porque a ambos le pilla más a mano el barrio de Salamanca. Mientras, la clase dirigente andaluza está en sus rencillas y en no armarle barullo a su respectivo líder nacional, por supuesto, y el andalucismo político está mucho mejor muerto y enterrado que entregado a la vil rapiña urbanística que lo caracterizó en sus últimos lustros de vida. Amortizada la rama burguesa, Teresa Rodríguez vuelve a izar la bandera blanquiverde en una vertiente todavía peor: ese nacionalismo centrífugo y «batasunizado» que pervierte las canciones de un Carlos Cano o un Pepe Suero entonándolas en cuchipandas de convivencia jornalera junto a Arnaldo Otegi o los anarco-nihilistas de la CUP, unos camaradas que son lo peor de cada casa. Con semejantes paladines, ¿a quién le extraña que un servicio básico como el ferroviario haya esperado hasta hoy para equipararse a los estándares de hace cuatro décadas? Ya se puede viajar de una de las principales ciudades de la comunidad a otra sin necesidad de relevar a los caballos en la posta de Antequera. Y querrán encima que estemos agradecidos, después de unos cuantos años de vía cortada por obras, trasbordos en autocar e incomodidades varias.
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