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Susana Díaz y su doble tropiezo en la misma piedra

Es un «animal político» que ahora se ve abocada a una nueva metamorfosis

El Submarino: Sueños de lideresa
El Submarino: Sueños de lideresaRaul CaroEFE

«Es más del PSOE que el puño y la rosa», dice de ella alguien que la conoce bien. «Nadie puede cuestionar que es un animal político», anota otro compañero de siglas y batallas. Susana Díaz (Sevilla, 1974) tiene el anclaje de su nave en el barrio trianero del Tardón, en la capital hispalense, donde «se codea con la gente y con sus amigos de siempre, que no son del Ibex 35», ironizan desde su círculo. Allí vive cerca de sus padres y en él ha dejado a la espera, en los casi tres meses que se «ha tirado a la carretera», a su hijo de cinco años y a una niña de 15 meses, en lo que algunos ven un acto de coraje: intentar ser de nuevo la candidata electoral de su partido a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Su ritmo, anterior a la convocatoria oficial de las primarias, ha sido frenético, «sólo al alcance de unos pocos», con agendas que incluían hasta ocho actos al día en distintos puntos de una vasta región, «comiendo un bocadillo en el coche, si hacía falta», confirman quienes la han acompañado. De hecho, en su «capacidad de trabajo» coinciden todas las fuentes consultadas, del ala afín y de las que ya no lo son, como en que «gana en las distancias cortas» y en su «innegable empuje».

Con 17 años ya contaba con el carné del PSOE. Completar la carrera de Derecho le costó una década, enredada desde muy pronto en la telaraña política. Atesora un rosario de cargos orgánicos y públicos: en el primer plano ha sido desde secretaria de Organización de Juventudes a máxima dirigente del PSOE-A; y en el ámbito institucional, teniente de alcalde, diputada nacional, regional, senadora, consejera de la Junta y la primera presidenta andaluza, tras la dimisión de José Antonio Griñán, en septiembre de 2013. Fue entonces cuando heredó una «mochila» de la que ahora, dicen, se ha «liberado»: 37 años de gobiernos socialistas ininterrumpidos, con luces, pero también con sombras, como la espesa de la corrupción.

Ha esculpido discurso y apariencia según convenía y ha sabido hacer que se ausentaba, mientras ocupaba espacio interno. En la formación tienen claro que los «puntos oscuros» de su trayectoria pasan por el enfrentamiento con Pedro Sánchez, con quien quiso competir por el liderazgo nacional del PSOE sin éxito; y por la pérdida del poder en Andalucía, después de que se esfumaran 400.389 votos en los comicios de 2018. Los socialistas ganaron, pero son oposición porque las derechas sumaron por primera vez y gobiernan. Si en su batalla con Sánchez se proyectó como dirigente de un PSOE garante de la unidad de España y se alejó del populismo, ahora ha coqueteado con éste y se ha agarrado a Andalucía y a su autonomía. En medio se hizo «pedrista», por eso hay quien dispara: «Más que del PSOE, es de Susana». Lo que sí sigue siendo es bética y cofrade. Lo que ya no será es cabeza de cartel socialista en los siguientes comicios andaluces.