Méritos e infamias
Ruido y nada más
En todas las negociaciones previas y en las largas horas de debate político en el Parlamento ningún grupo político se movió de las posiciones de partida
Pascal alertó de que el hombre que se alejase del silencio acabaría sufriendo el mal. Y es cierto que así es desde antes y después de su trance místico. Aunque fundó una discoteca, Antonio Escohotado apeló al diálogo como parte esencial de la libertad y el conocimiento del ser humano. Sin pausas y reflexiones, sin silencio ni habitación propia para pensar, sea real o mental, no pocas serán las piedras que nos pondremos en el camino para alcanzar la libertad. Un término tan manoseado ahora que nadie se ha percatado de la peligrosidad que entrañan estas tres sílabas para quien quiera enfrentarse a ella. Para hacerlo se necesita madurez, sentido, criterio y la valentía de aceptar sus consecuencias, porque de otra forma estaremos incubando cualquiera de las múltiples patrañas con las que ocultamos que en realidad no la amamos, sino que la utilizamos para nuestro beneficio.
Mientras en el Parlamento se enquistó la votación de los Presupuestos, pensaba en la precaria moral que existe en la Cámara andaluza a la hora de tomar una decisión responsable. En primer lugar, porque esa valentía no existe desde el primer momento en el que nadie es capaz de ceder pasar sacarlos adelante. En todas las negociaciones previas y en las largas horas de debate ningún grupo consiguió moverse ni un milímetro de las posiciones de partida. El tiempo se utilizó para lanzar consignas, dar collejas verbales y pavonearse en el estrado desde los grupos de la «oposición», pero en puridad ningún andaluz puede estar orgulloso de esta nueva «pinza» que aboca a elecciones.
Lo que ha quedado claro de todas estas semanas estériles ha vuelto a ser el ruido, volviendo a Pascal, y la incapacidad para lograr posturas que solucionen los problemas de los andaluces desde la responsabilidadque otorga un escaño. No ha habido más y con eso debemos quedarnos, con el fracaso parlamentario como disparadero del tiempo electoral que nos tocará vivir en breve. El nihilismo más extremo.
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