Cultura
«Archipiélago de los Desastres»: la poética del fracaso, a escena
El nuevo espectáculo de Isabel Vázquez y Elena Carrascal explora con humor las grietas de la fragilidad humana, en una sociedad volcada en mostrar el éxito
«La fuente secreta del humor no es la diversión, sino el dolor». Ahí justo, en medio de esa afirmación de Mark Twain, están las raíces de lo que hace al ser humano desencajar su mandíbula para reir a carcajadas ante la contemplación del sufrimiento ajeno. En la niñez –aún de adultos, ay– la risa se asocia a lo físico, a lo primario: el clásico tartazo en la cara o un golpe accidental nunca fallan. Con los años, esa reacción primaria se reviste de supuesta elevación y el humor adquiere el matiz de «inteligente», aunque a la hora de la verdad, no hay que engañarse, la mayoría seguimos sucumbiendo ante situaciones extraordinariamente básicas. También, afortunadamente, nos reconocemos en la fragilidad, según defiende Jean Claude Carrière. Entre esos dos extremos se desliza «Archipiélago de los Desastres», la propuesta de la coreógrafa Isabel Vázquez y la productora Elena Carrascal después de la exitosa «La maldición de los hombres Marlboro» –que sigue girando cuatro años después–.
La premisa de un espectáculo donde la danza y el teatro comparten espacio es el fracaso. ¿Y qué es el fracaso? La respuesta general suele situarla en el extremo contrario al éxito, habrá que suponer que fracasar implica tristeza y frustración por lo no alcanzado. Pero la coreógrafa propone una definición alejada del convencionalismo social: «Tiene una connotación negativa, cuando normalmente uno de esa situación sale empoderado».
Vázquez considera el éxito «muy vano y etéreo», cuando se basa en el mero reconocimiento externo. «La sociedad nos ha impuesto un concepto de éxito como triunfador. Una persona puede sentir que ha tenido éxito en la vida sin ser rico, guapo, famoso...», reflexiona en voz alta, de la misma forma que desde el escenario lanza «pistas» para que los espectadores se cuestionen. «Hablamos de gente normal que está viva. Al final, lo único que tiene valor es estar vivo», concluye. «Los fracasos nunca son bienvenidos. Otra cosa es que se busque la poética para el espectáculo», confiesa la productora, una figura tan fundamental como invisible para el público y para la que la palabra fracaso se asemeja al abismo de un teatro con el patio de butacas vacío.
El punto de partida fue un cuadro de Yvette Gilbert, firmado por Toulusse Lautrec, en el momento de saludar al público porque «para los que estamos en escena, ese es un momento de mucha vulnerabilidad. Realmente es ahí donde puede haber aplausos o no, estás un poco a merced del otro». La veterana artista concibió «Archipiélago...» como un homenaje a los intérpretes, eternos candidatos a caer de la cuerda floja. «Los intérpretes trabajamos con esa herramienta: la vulnerabilidad. Me gustaba esa idea: algo que para nosotros es muy valioso, ser frágiles en escena, porque eso te hace ser un mejor intérprete, qué pasaría si lo usamos en el día a día». La obra se fue construyendo tomando las experiencias personales de los actores –seis, con una diferencia de edad de hasta 40 años– durante la semana de residencia con la que comenzaron los ensayos. «Fuera de la escena lo que hacemos es ocultar esa fragilidad que todos tenemos. En general, se muestra la cara exitosa», algo que «las redes sociales multiplican». «Y si mostramos las heridas, ¿qué pasaría? Sería un mundo muy diferente. Los seres humanos nos unimos en lo frágil y no en la heroicidad». Un tema profundo que aborda desde el humor –«ser un perdedor también está muy bien», bromea– y la crítica social, un aspecto fundamental en sus creaciones. El suyo, confiesa, es la presión por «triunfar» en cada nuevo espectáculo, «esa inseguridad de los intérpretes al mostrar tu trabajo y mostrarte tú».
En la producción, el vértigo se vive de otro modo, en la soledad de «la habitación de al lado». Mientras los protagonistas salen a escena, Carrascal peranece en un segundo plano llevando el peso del futuro éxito de la obra, para lograr pasearla por teatros de toda España, después de estrenar en Granada y en Sevilla. «Todos los esfuerzos tanto emocionales como económicos los tengo puestos en este espectáculo –dice–. Hay muchas familias detrás y muchas ilusiones». Un trabajo en el que lleva más de doce años y que resume de manera muy gráfica: «La producción, como la distribución, es esa figura que todo el mundo quiere pero nadie ve».
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