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Sociedad

«Los cascos históricos se han convertido en parques temáticos»

Tras 85 años, Juan María Fernández cierra las puertas de su negocio familiar en el turístico municipio de Vejer de la Frontera

Juan María Fernández ha recibido un multitudinario acto de agradecimiento por parte de sus vecinos La Razón

Mucho ha llovido desde que en 1940, en los primeros años de la posguerra española, «El Fino», que así lo llamaban sus vecinos, abriese las puertas de su comercio en uno de los pueblos blancos más mágicos que existen en la provincia de Cádiz, Vejer de la Frontera, junto a la emblemática Puerta de la Villa.

En un tiempo de necesidades, falta de recursos y bocas que alimentar por doquier, José Fernández decidió «echarse al monte» y, sin saberlo, comenzó a escribir las primeras páginas de la historia de una de esas zagas de comerciantes que, como ha atestiguado el paso del tiempo, se convirtieron en mucho más que eso para sus vecinos. Zagas que hoy agonizan en cascos históricos que, como lamenta su nieto, Juan María Fernández, a unos días de echar el cierre, se han convertido en «auténticos parques temáticos; sin vida la mayor parte del año y que solo recobran el pulso en épocas turísticas que dan más ruido que nueces».

«A lo largo de estos 85 años, nuestro negocio familiar», recuerda, «ha tenido que salvar innumerables obstáculos. Muros que mi abuelo, mi padre y yo hemos sorteado de la mejor manera posible para garantizar su supervivencia». «Aquí», deja claro, «nadie se ha hecho rico».

«De todas», reconoce, «la peor fue la de mi abuelo, que se tenía que levantar muy temprano y recorrer las huertas y fincas de la zona para acopiar productos (zanahorias, puerros, huevos, pan…) con los que poder cubrir las necesidades de sus vecinos». «Luego, a mi padre, Alfonso Fernández Infante, le tocó reinventarse, ampliando la gama de productos y, sobre todo, poniendo en marcha fórmulas de pago que permitieran a las familias comprar zapatos u ollas a plazos».

Fórmula de pago que, en esta zona, se le dio el nombre de «dita» y que «no era otra cosa que un pago aplazado, ajustado a las posibilidades de cada persona». «Dicho de otra manera», explica, «cada mes mi padre pasaba por los domicilios y le pagaban lo que podían hasta saldar la deuda».

En aquel tiempo, Juan María Fernández ya aprendía el oficio, «haciendo repartos por el pueblo (en un casco histórico lleno de vida) y ayudando en todo lo que podía y me dejaban».

«Mi turno llegó a finales de los 80 y, hasta hoy, también me ha tocado bregar con lo mío: crisis económicas, pandemia y despoblación de nuestro casco histórico». Esto, precisamente, es lo que peor ha llevado y más le duele. «Durante las últimas décadas me ha tocado presenciar cómo nuestro casco histórico se ha ido apagando. El turismo, que ha crecido a velocidad de vértigo, ha provocado que se hayan vendido multitud de viviendas para destinarlas a fines turísticos, desplazando a las familias de toda la vida a la zona más nueva del pueblo y, con ello, favoreciendo la despoblación del centro».

«De este modo», lamenta, «hemos pasado de un casco histórico lleno de vida a otro muy distinto, habitado la mayor parte del año por familias que se pueden contar con los dedos de una mano. Situación que, si cabe, ha complicado aún más el día a día de un negocio que, como el nuestro, siempre ha apostado por resistir».

«Lo más triste», resalta, «es que con la desaparición del comercio tradicional no solo se pierden simples negocios. Con ellos también se va parte del alma de los pueblos, de esa que, en un ambiente de familia, se ha ido tejiendo a lo largo de los años».

«Lamentablemente, quienes tenían que ver lo que estaba ocurriendo o no lo han visto y, si lo han hecho, no han reaccionado a tiempo para evitar que, como digo, los casos históricos se conviertan en parques temáticos. Escenarios turísticos que, además, solo funcionan en determinadas épocas del año y que han perdido su principal valor, su gente», considera.

Adiós (se jubila) que, en el caso de Juan María Fernández, ha venido acompañado de un multitudinario y sentido acto de agradecimiento por parte de sus vecinos, de los que aún resisten el «acoso» turístico e inmobiliario y de quienes un día fueron parte del latido del casco histórico de Vejer de la Frontera.