
Opinión | "Méritos e infamias"
Disidente González
"Si Felipe y Alfonso, los creadores del invento, se sienten como parte de la oposición del Gobierno me temo que algo raro sucede en nuestro país"

Felipe González salió de la Universidad de Sevilla hace 60 años con el título de Derecho bajo el brazo y una España en blanco y negro por colorear. Le quedaba todo por hacer a aquel chaval que aún no sabía que se convertiría en el político español más importante durante el siglo XX. Al menos para los sevillanos, que bajo su mandato vieron cómo el poblachón provinciano rozaba un poco la modernidad. Esta semana volvió a las mismas aulas, mejor dicho, lo intentó, con la policía rodeando el recinto del rectorado y las manifestaciones contra las bombas en Gaza bajo el fanatismo natural de tener 20 años. Allí sonreía cómplice Alfonso Guerra para entregarle un galardón con el mismo sentimiento, supongo, que el de hace medio siglo cuando se jugaron el pellejo por la democracia. Sólo que ahora, señores octogenarios, no les esperan los de la Brigada Político Social, sino los tonticos de las redes sociales para tirarles piedras por malos socialistas. Qué ternura provocan este tipo de sucesos paranormales, la verdad sea dicha, pero se convierten en experiencias habituales dentro del proceso de desguace del PSOE que puso en marcha Pedro Sánchez cuando se hizo con los mandos del partido. Si Felipe y Alfonso, los creadores del invento, se sienten como parte de la oposición del Gobierno me temo que algo raro sucede en nuestro país. Ser disidente en una democracia, en una real, debe producir una sensación parecida a la tirarse a la piscina con un flotador porque sabes que al final no te ahogas, pero sí un escozor, verte como un extraño pato rodeado de los tiburones de la manada que pariste una vez. Uno de los méritos de la política actual, tan polarizada y pringosa, es que permite asistir a situaciones olvidadas, como ésta de Felipe y Alfonso en una Universidad tomada por los guardias, recibiendo un premio a hurtadillas y con cargos del PP aplaudiendo en la grada. Una fantasía emocional sin precedentes, lógica de estos extraños tiempos de filias, fobias y canibalismo de partido.
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